domingo, marzo 21, 2004

ANIMALES EN CELO


Con la música de Pedro Navajas a todo lo que da entra el fornido Axel a escena, y no lo ve uno pasar por la esquina del viejo barrio sino en uno de los stands más amplios, acondicionado como club de mujeres, de la Expo-sexo que por estos días (de aquí hasta el domingo) se lleva a cabo en el Palacio de los Deportes.
Las chicas gritan desde las mesas, aplauden entusiasmadísimas. Axel viste de un blanco celestial: sombrero, saco y pantalón. La camisa es roja. El cabello, corto; moreno él. Musculoso y sin pelo en pecho. La piel como aceitadita. Su rutina atraviesa por un caos melódico que brinca de Michael Jackson a ritmos tropicales. “Ay, mamá, la rumba me está matando...”
Fuera, el sombrero; fuera, el saco; fuera, el cinturón... Tan desprendido el muchacho, se va quitando de todo lo que tiene hasta que llega al límite existencial: la tanguita roja con una suerte de hilo dental que se perfila en la entrepierna. La sorpresa de la tarde es que invita a una de las chicas a subir con él, la sienta en una silla plegable y le despliega un numerito candente y sudoroso, uf. Tímida al principio, la dama se deja hacer. Luego él le dirige las manos a los glúteos... “Agárrate del cachetón, agárrate del cachetón”, dice el presentador ocurrente.
Risas por todos lados. En cada mesa hay escenas de rubor y alegría por el sano esparcimiento. Axel toma a la dama entre sus brazos y la lleva a unas alturas que serán místicas o iniciáticas para ella, y que a las demás causarán envidia.
—Seguramente lo has hecho muchas veces —comenta el presentador—. ¿No? ¿Es tu primera vez?
Ella ríe. Rojísima de la alegría y como resultado de su encuentro cercano en los brazos de Axel. Sus anteojos están empañados, como si hubieran pasado por una tormenta.
—Y esto es sólo una probadita —dice el que tiene el micrófono—. Hoy no están ustedes casadas ni tienen novio. Pueden hacer lo que quieran, decir lo que quieran y, sobre todo, tocar lo que quieran.
Hay un espacio vecino similar pero al revés: con hombres sentados en las mesas y mujeres que se desvisten al ritmo que mejor les acomoda. Para ese otro club hay que hacer fila, a cien pesos la entrada y mucha paciencia; para este otro, de mujeres, no, aunque el cover es el mismo.

***

La minoría femenina que llegó a la expo sexual encuentra en ese espacio del club de damas un refugio ante tanto galán panzón que circula por los pasillos. En los momentos más bochornosos de la tarde aquello semeja uno de los accesos a la estacion Pino Suárez del servicio metropolitano a hora pico. En la fila india obligada, le dice un amigo a sus acompañantes: “Nunca habíamos estado tan juntos, saliendo de aquí los voy a querer más”. El entorno se vuelve sensual, hasta el hot-dog de la cafetería adquiere connotaciones de espanto puritano.
Poco después de las dos de la tarde, cuando ya empezaban las protestas, se dio el banderazo de arranque para esta muestra de Sexo y Entretenimiento. Cómo contener a tanto animal en celo que imaginaba mil y un sorpresas en esos espacios embodegados. ¡Qué no habría allí! Pero además del boleto de entrada había que permitir un cateo riguroso que en la euforia podía confundirse con cachondeo. Luego, aparecieron dos damas desnudas... pero pintadas, en maquillaje no brutal sino frutal de cuerpo entero. ¿Muy fresas? Naturalezas no muertas sino bastante activas. Más adelante, un similar doctor con aspiraciones presidenciales se echaba una bailadita con un condón que tenía su don para el movimiento.
En los puestos todos estaban puestísimos para ponderar las bondades de sus productos. Se publicitaba, por ejemplo, un te sensual cien por ciento natural que mejoraba significativamente el desempeño y el placer de los implicados en la maroma, hombres o mujeres. O había revistas para leer con una sola mano. O películas eróticas o erécticas; lubricantes, aceites para masajes, juguetes, afrodisiacos, retardantes... Todo lo que a un defensor de la moral escandalizaría, pero que a un frecuentador de esos ámbitos del placer le parece apenas indispensable: canastá básica para la erotomanía, o para la convivencia natural con la pareja sin burocratismos.
La simple belleza de las sombras... La forma más discreta de comprar... Una experiencia que tienes que vivir. Haz de tu deseo una realidad... ¿Amor o pasión? Ése es el dilema...
¿Para dónde mirar? Tampoco había mucho. Eran mayores las expectativas que la realidad pequeña y embodegada. La gente, además, siguió llegando por toda la tarde, y eso que era el primer día y entre semana. Siguiendo con esa tendencia, sábado y domingo aquello parecerá un juego swinger surrealista, de cuerpos contra cuerpos. ¿Orgía perpetua?

***

—¿Cómo te llamas?
—Eli... Mejor pónme Vampmaster, así me conocen todos.
Tiene un portal de internet que da acceso a muchos sitios para adultos. Sin preguntarle, él fija los límites:
—No aceptamos ni pedofilia ni necrofilia.
—¿Zoofilia sí?
—Tampoco.
A esas horas de la tarde está volviendo a arreglar su stand pues una manta le cayó encima a los lubricantes.
—¿Has experimentado resistencias a tus páginas?
—Pues sí, siempre hay quien se queja de que las fotos son muy fuertes y eso.
—¿Pero no has tenido ningún pleito legal?
—No, nada de eso.
—Muchos de los frecuentadores a esos sitios de internet se decepcionan porque cada paso dado implica un costo, y hay que dar el número de la tarjeta y no hay seguridad de que se hará mal uso...
—Bueno, nosotros trabajamos directamente con los bancos y el servicio es seguro; y hay quien puede estar navegando una semana con nosotros viendo fotos y video sin costo alguno.
—Ah.

***

Por ahí anda Julia Taylor, estrella porno del filme Cleopatra, pero no están sus coestrellas Bobbi Eden, Jessica May, Laura Ángel, Lucky y Rita Fatoyano... ¿Nombres reales o apodos? Ella es húngara, se exhibe en un sofá, mas no se parece a la Cleopatra que está en los carteles. Le falta el maquillaje de época; no tiene las pirámides en donde, aseguran, se filmó la cinta; y le sobra, acaso, la ropa.
El ideal femenino lo fija alguien en los altavoces: guapas, frondosas y candentes. En uno de los escenarios, en el pabellón oeste, hay espectáculo continuo con bailarinas que cumplen rutinas estilo Flashdance que hubieran escandalizado a Bob Fosse y Liza Minelli. Un purista se preguntará si esto es arte o mero entretenimiento. El punto de acuerdo es que las muchachas están como lo marca la receta. Aunque sus bailes sean monótonos no lo son esos órganos vitales que brincotean entre tamborazo y tamborazo para asombro de la ingeniería.
El calor se vuelve insoportable no por las tentaciones sino por tanto mortal que busca lo que no hay, o lo que hay en cualquier sexshop respetable. El sitio más fresco es el club de damas, donde tres galanes de negro suben al escenario y resuelven sus pasos de baile a lo Back Street Boys.
Bajan los hombres de negro y sube un Neo matricida, con lentes oscuros y una gabardina como la que usa Keanu Reeves en la saga Matrix. Del disfraz, no es difícil adivinarlo, luego de algunas maromas sólo quedará una tanguita naranja, frontera entre el deseo y el pecado.
—Y esto es sólo una probadita de lo que podemos ofrecerles. Esta tarde, chicas, es para ustedes.
Y Neo corre hacia los desvestidores.
Febrero 2004

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