miércoles, diciembre 18, 2024



Murmullos en la pantalla

Debe ser sólo una coincidencia que aparezcan por estos días adaptaciones de Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, y Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez. Se trata, en tal caso, de dos libros que son ya constantes longsellers, cuya permanencia en librerías y bibliotecas está garantizada. Y el cine, y ahora el streaming, suele alimentarse vorazmente de los libros, de los que obtiene argumentos. Las películas o las series no sustituirán a la lectura; en el mejor de los casos, ilustrarán pasajes de las novelas. Con el avance tecnológico es más fácil representar las metáforas del realismo mágico, y quizá de ahí el atractivo visual de esa escuela narrativa.
Se habla, además, de Como agua para chocolate (1989), de Laura Esquivel. No me atrevería a meter en el mismo saco esas tres novelas. Pensemos, por un lado, en Pedro Páramo y Cien años de soledad; y en el otro en Como agua para chocolate… En cuanto a Pedro Páramo, curiosamente hay la tesis de que uno de los estímulos de Rulfo para escribirla fue Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles. En ambos casos se trata de infancias robadas; y de poderes que se construyen para intentar llenar esos vacíos profundos. Los dos protagonistas terminan desmoronándose… En cuanto a García Márquez, éste siempre tuvo interés en el cine; pero en las adaptaciones no le ha ido bien. Pienso que estos intentos por llevarlo a la pantalla provocarán que veamos cosas vistosas, pero superficiales. Serán meras ilustraciones, como ya dije, de esas dos grandes novelas.
Hay la oferta, mas eso no quiere decir que el público corra a ver realismo mágico. El problema del streaming es que se trata de un consumo diario que igual que surge se agota. Las modas son efímeras. Creo que los libros o las películas y series viven realidades diferentes; los textos permanecerán, y lo otro tendrá inversiones en publicidad, habrá notas en los periódicos en la semana de su estreno, será visto por aquellos que nunca han pensado ir al libro, creerán que es curioso y pasarán a otra cosa. Es absurdo considerar que el realismo mágico se puso de moda. Interesó a los empresarios del streaming, que es distinto… Ya Disney hizo una película animada de realismo mágico, ¿no es así?, que tampoco es una obra maestra.
La adaptación ayuda al mercado del streaming, no creo que tenga impacto en la lectura. Dudo que estas adaptaciones hagan que las audiencias corran a las librerías. Por otro lado, se trata de libros de presencia permanente entre nosotros, que han creado sus propios caminos.
No sé si el formato sirva para profundizar. En la sustancia de todo están los creadores, que pueden hacer las cosas bien o mal. Y esto aplica tanto para lo escrito como para lo visual. Entiéndase que son ámbitos diferentes; y que las herramientas que usaron Rulfo y García Márquez son muy diferentes a las utilizadas por los cineastas. Veremos si corren con buena fortuna o si los cineastas tienen la sensibilidad para lograr algo permanente.
Difícilmente una adaptación será comparable con un libro. Hitchcock solía trabajar con bestsellers, pues le tenía respeto a la gran literatura; y creía que el bestseller podía armarlo y desarmarlo a su gusto, sin culpa, para crear con ello algo en su estilo. John Huston, por otro lado, hizo una película aún hermosa con la novela Moby Dick, de Melville; y en su trabajo final, Los muertos, logró capturar íntegramente un relato de James Joyce. Ahí, el cuento es tan fascinante como la película… Pero son casos especiales; y lo que determina la fortuna del ejercicio es el talento del que crea, no el medio o el formato.
Los adaptadores harán lo que consideren necesario para presentar su producto, pues finalmente se trata de eso: productos comerciales para consumo rápido en el siempre cambiante universo del streaming. Son ejercicios que ilustrarán novelas que viven en un universo paralelo, y que finalmente serán prácticamente intocadas.
No sé si haya grandes riesgos… El riesgo es quedarse en el argumento y simplemente exponerlo, mostrarlo en sus apariencias, en lo externo. Lo que suelen obtener o buscar los cineastas de los libros son historias, que serán contadas así, de modo secuencial, y que contendrán esos hilos básicos de las novelas sólo para que la gente diga: “Ah, de eso se trata”. Y pase a lo siguiente. Difícilmente la experiencia visual será paralela a la experiencia literaria. Son pocos los grandes cineastas; y son muchos los que manufacturan eficientes espectáculos para consumo de temporada. No esperemos que la adaptación iguale o mejore el libro o nos sorprenda. Lo ilustrará. De eso se trata.
Finalmente, son paseos superficiales por los libros. Y serán títulos de véase y olvídese. Y a otra cosa. La buena literatura se renueva por sí misma y su esencia está en la palabra. Se trata de modas superficiales y de temporada. Dudo que los cineastas corran ahora a comprar los derechos de La amortajada (1938), de María Luisa Bombal, y de Los recuerdos del porvenir (1963), de Elena Garro, aunque esta última novela tiene momentos (la fiesta que se prolonga, la suspensión del tiempo…) que uno imaginaría en el cine, casi al estilo Matrix… Sería interesante ver esas novelas en la pantalla, si se hicieran bien: hechas por creadores auténticos, con universos personales, y no meros manufactureros. En mi opinión, estas adaptaciones recientes están hechas para alimentar un mercado. No se trata de procesos creativos que puedan importarnos; son meras curiosidades de las que se hablará hoy y se olvidarán mañana. La moda, como definía Leopardi, es hermana de la muerte, pues ambas son hijas de la decadencia. Mientras tanto los libros seguirán por ahí, frescos como lechugas, esperándonos en librerías o bibliotecas para sorprendernos. La herramienta más simple, que es la palabra, les es suficiente.

Noviembre 2024

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