lunes, abril 19, 2004

CRISIS DE LA CULTURA MEROL


Una curiosa marcha se llevó a cabo el viernes 16 de abril por las calles del Paseo de la Reforma, en el tramo que va del Auditorio Nacional hacia Prado Sur, cruzando el Periférico: la formaba un grupo variopinto de jóvenes cuyos rangos iban de estudiantes del colegio Madrid a alumnos ceceacheros. Es decir: protestaban juntos tanto los “niños bien” como la “banda”. Escuetamente, los diarios registraron el hecho; algunos estimaron la cifra de manifestantes en 50, otros en 300. Digamos, pues estuve ahí (como acompañante pero también como simpatizante), que fueron alrededor de 250. ¿Qué los unía? Dos semanas atrás una estación de radio dedicada al rock había sido cerrada; a partir de los primeros días de mayo, el 98.5 de la frecuencia modulada será ocupado por programas informativos que conducirán personajes de la televisión comercial.
Los jóvenes que protestaron, y que llaman a otra marcha para el viernes 30 de abril, tenían razones para estar molestos ante el cierre de Radioactivo. Para el asiduo resultó inverosímil enterarse el viernes 2 de abril que una estación que funcionaba tan bien de pronto se acabara. La noticia empezó a correr por la mañana, en el programa “Finíssimo”; y el resto de la jornada los locutores transitaron entre reflexiones y ritos de despedida. A media tarde, en el “Destroyer” se escuchó “The end”, la canción que cierra el Abbey Road de The Beatles y que concluye con esta línea: “El amor que tú das es igual al amor que recibes”. En su horario vespertino, Olallo Rubio optó por The Doors y aquel largo tema apocalítico: “Este es el final, mi único amigo el final”.
Una de las banderas de Radioactivo era su rechazo a la “payola”, ese muy extendido acto de corrupción que consiste en que las disqueras paguen a los programadores un salario informal (o sobresueldo) para que repitan durante el día, y hasta el cansancio, sus novedades musicales. A fuerza de insistir, melodías mediocres terminan por ser memorizadas por el gran público y se convierten en “éxitos”. Los locutores de Radioactivo se ufanaban de guiarse por el gusto y por su cultura roquera, no por los dictados de un mercado afecto a la chatarra. En una época tan corrupta como la actual, esa sola postura bien vale un reconocimiento.
Por Radioactivo se supo en México de grupos como The Strokes o The White Stripes. Además de buena música, había espacios para el humor (con los juguetes radioactivos, en los que aparecieron el Amo del Merol, la Barbie Condechi y la Terminatrix PMS), el reportaje social (el programa “Data”, los lunes por la noche) o la nostalgia (los domingos se retransmitía “Kalimán, el hombre increíble”). Se organizaba anualmente un concurso de cortometrajes de 9 minutos con 85 segundos, con jurados como Alejandro Jodorowski y Juan Carlos Rulfo; la estación participaba en conciertos y ciclos de cine...
Si alguien imaginara una buena estación cultural, debía tomar a Radioactivo como modelo. ¿Por qué desaparecerla entonces? ¿Por qué sustituir ese espacio musical honesto e informado por voces opinativas que ya están en otros lados?
Para los jóvenes, la desaparición de Radioactivo implica perder a un amigo inteligente y respetuoso, de gran conocimiento musical, buen humor, confiable, con el que se podía conversar a lo largo del día sin hartarse. Un viernes, por decisiones empresariales, ese compañero se despidió. Hay quienes piensan que todavía hay tiempo para el regreso. Por eso protestan en el Paseo de la Reforma; o recopilan firmas por internet. Por eso se reúne la “banda” con los “niños popis”, en comunión radioactiva, para rechazar la pérdida de un espacio para ellos entrañable. Los locutores de la estación deben sentirlo ahora: el amor que tú das es igual al amor que recibes.

Abril 2004

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