Carlos Monsiváis:
“Soy un gato sin elasticidad, sin gracia y sin siete vidas”
Entre los varios autorretratos de Carlos Monsiváis (1938-2010), que pueden encontrarse tanto en las muchas entrevistas que concedió como de forma dispersa en su obra, está aquel en que se presenta como “un gato sin elasticidad, sin gracia y sin siete vidas”, es decir, un gato despojado de las virtudes indiscutibles de los gatos. Sobre esto explicaba: “Cuando pienso que tengo una sola vida, me gustaría ser gato, pero cuando observo mis movimientos observo que lo felino no se me dio. Creo que procedo con rapidez, pero no sé si es la rapidez que se dirige al abismo o es una rapidez más fructífera”.
Para entender al personaje adquiere gran importancia aquella “autobiografía precoz”, publicada a finales de 1966 y que, sin contar la Antología de la poesía mexicana del siglo XX, del mismo año, abre su extensa bibliografía. Confesaba ahí Monsiváis haber nacido en la Merced el 4 de mayo de 1938; proclamaba su intolerable afición al Distrito Federal y se presentaba al fin, sin más trámite, como “precoz, protestante y presuntuoso”. Esa autobiografía (en cuyo prólogo Emmanuel Carballo lo define como “humorista a pesar suyo”) cierra de un modo memorable: “Me apasionan mis defectos: el exhibicionismo, la arbitrariedad, la incertidumbre, el snobismo, la condición azarosa. No sé si pueda llevar a cabo una obra siquiera regular, pero no sirvo para las finanzas o la política. Me aterra terminar. Tengo 28 años y no conozco Europa”.
Ensayista, antólogo, prologuista, articulista, cronista, cuentista, a la vez apólogo y crítico de espectáculo, opositor… Ha sido, por otras señas, un serio y agudo humorista, quizá el analista político más lúdicamente severo de las últimas décadas. Vivió de su trabajo periodístico, de sus libros, de sus múltiples y necesarias colaboraciones y conferencias. No obstante esa continua presencia pública, hasta tiempos muy recientes parecía temblarle la voz cuando se dirigía a un público numeroso. A la distancia era tímido y hosco; entre amigos llegaba a ser muy agradable. Sabía de todo y estaba al margen de todo. Sabía estar en el mundo y aislarse del mundo. Su literatura es felizmente caótica.
Si algún eje puede encontrarse en su escritura, es el interés por los movimientos sociales, entendido esto de un modo amplio e incluyendo en esa categoría el espectro cultural en una gama diversa: cine, teatro, salones de baile, historietas, poesía, graffiti...
La ironía era una parte importante del vestido intelectual de Monsiváis. Incluso al revisar pasajes de su vida, lo hacía de un modo siempre tendiente a un humor a veces claro, a veces oscuro, acaso en la frontera entre lo cursi y lo ácido. Por ejemplo, de su paso por las juventudes comunistas comentaba: “Entendí entonces, aunque lo razoné más tarde, lo que era la estupidez a fondo, me di cuenta de los niveles de una burocratización mental y de un negarse a la realidad. En 1956, con la invasión soviética de Hungría, empecé a tener cuantiosas dudas, que expresé malamente en unos versos horribles a los mártires húngaros. Sin embargo persistí, muy influido por José Revueltas, hasta que después de la derrota del movimiento vallejista me di cuenta que era imposible persistir en un organismo tan cerrado al mundo, tan estéril. Desde entonces mi opinión de la izquierda mexicana ha sido cada vez más crítica, aunque (y esto pienso que no es contradictorio) he estado cerca de ella en campañas, en movimientos, en actitudes. Pero básicamente lo que es la izquierda política mexicana y su tradición me han permitido entender lo que nunca procede”.
Crítico de la izquierda dentro de la izquierda; crítico del que fue por décadas el “partido en el poder” cuando la disidencia no era aceptada. Antes del 2000, describía al PRI como “una maquinaria aplastante, cerrada, una red de complicidades que propicia en alta escala la corrupción, la ineficacia, el autoelogio y finalmente la ineficiencia y la gran improductividad”, y calificaba al partido prácticamente único, y su razón de ser que era el presidencialismo, como “rémoras brutales en la vida de México”.
Según Carballo, la prosa de Monsiváis se vale principalmente de cuatro mecanismos: la exageración, la comparación, la parodia y el entredicho. Un modelo personal asumido: Salvador Novo. En algún momento de los años ochenta y noventa, su antagonista natural fue Octavio Paz, quien en una polémica encendida dijo que Monsiváis no era un hombre de ideas sino de ocurrencias (cuando habría que corregir que era un hombre de ideas y de ocurrencias). Sus amistades también han sido muy definidas, y en particular deben mencionarse dos nombres: José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, compañeros de viaje. Detalló en 1993: “La de Pacheco era una amistad enloquecidamente literaria, de recorrer librerías, de comentar lecturas, de leer y criticar textos, de hablar compulsivamente de la vida literaria, de hacer antologías e incluso artículos políticos en común. De todo hubo. Y con Pitol tenía el vínculo del sentido de humor, que en él es extraordinario, y su manera de ver el mundo para mí fue muy formativa”.
¿Cómo caminaban paralelamente en el joven Monsiváis el interés literario y las ideas políticas? “Había una escisión muy categórica pero yo no la percibía. Por un lado iba a marchas, fui en 1954 el representante y casi único miembro del Comité de Apoyo a Guatemala de la Escuela Nacional Preparatoria... Y al mismo tiempo leía y me apasionaba por la literatura, pero no eran cosas que se complementaran. Nunca entendí el realismo socialista, de hecho tampoco nunca entendí todo el culto al hombre nuevo soviético. Mi imagen de la preocupación política dependía mucho de la literatura norteamericana, de Upton Sinclair o John Steinbeck, de esas minorías disidentes que en contra del sistema persistían en plantear sus posiciones, iban de un lado a otro, organizaban, discutían, eran aprisionados. Mi primera heroína visible no fue Juana de Arco sino Emma Goldman; de adolescente la vida de Emma Goldman me parecía simplemente extraordinaria, y hoy todavía lo creo. La gran experiencia que me permitía ver de modo complementario mi interés por la literatura y mi interés por la política era la guerra civil española, que en los años cincuenta todavía era un mito muy poderoso: conjuntaba lo mejor de una literatura con un proyecto de resistencia política al fascismo.”
En la contraportada de la autobiografía precoz se dice que entonces preparaba una novela, una biografía de Salvador Novo y una historia del cine mexicano, ¿cuáles fueron sus primeras ambiciones literarias? “La crónica literaria, la poesía, que no se me dio (y es un tema sobre el cual prefiero no abundar), el ensayo literario... Estaba yo en ese momento muy enfrascado en la poesía, y lo sigo estando pero cada vez con más humildad: decir algo sensato sobre la poesía es enormemente difícil, pero entonces pensaba yo que era de lo mas sencillo. Y me interesaba además el ensayo sobre literatura anglosajona. Es decir, no tuve nunca la idea de una literatura utilitaria sino múltiple; eso creo fue una ventaja comparativa que me permitió resistir lo que era la vida de la izquierda mexicana en los años cincuenta. Además, inapreciablemente tuve la amistad de Sergio Pitol y José Emilio Pacheco. Me era muy importante hablar sólo de libros con ellos.”
En cuanto a su papel posterior como caudillo cultural, en esa época de rudas oposiciones con Octavio Paz, ha dicho: “Sin ánimo de minusvaluarme, creo que sería prácticamente incapaz de dirigir grupo alguno. Si tengo problemas enormes con la mediocre conducción de ese grupo que soy yo mismo, la idea de manejar un grupo me está por completo vedada. Lo que había era dos posiciones, eso sí, pero de ninguna manera (y eso desde la perspectiva de hoy se ve muy claramente) había un intento acaudillante de mi parte, que me hubiera sido imposible”.
Carlos Monsiváis era un gato, sí, con gran elasticidad en su prosa, enorme gracia y precisión crítica en el ensayo y la crónica… De sus siete y más vidas queda registro en la muy amplia obra publicada, que va de Días de guardar a Apocalipstick, pasando por Amor perdido, Los rituales del caos, Aires de familia… y muchos otros títulos de garra igualmente felina. Un gato.
Junio 2010
“Soy un gato sin elasticidad, sin gracia y sin siete vidas”
Entre los varios autorretratos de Carlos Monsiváis (1938-2010), que pueden encontrarse tanto en las muchas entrevistas que concedió como de forma dispersa en su obra, está aquel en que se presenta como “un gato sin elasticidad, sin gracia y sin siete vidas”, es decir, un gato despojado de las virtudes indiscutibles de los gatos. Sobre esto explicaba: “Cuando pienso que tengo una sola vida, me gustaría ser gato, pero cuando observo mis movimientos observo que lo felino no se me dio. Creo que procedo con rapidez, pero no sé si es la rapidez que se dirige al abismo o es una rapidez más fructífera”.
Para entender al personaje adquiere gran importancia aquella “autobiografía precoz”, publicada a finales de 1966 y que, sin contar la Antología de la poesía mexicana del siglo XX, del mismo año, abre su extensa bibliografía. Confesaba ahí Monsiváis haber nacido en la Merced el 4 de mayo de 1938; proclamaba su intolerable afición al Distrito Federal y se presentaba al fin, sin más trámite, como “precoz, protestante y presuntuoso”. Esa autobiografía (en cuyo prólogo Emmanuel Carballo lo define como “humorista a pesar suyo”) cierra de un modo memorable: “Me apasionan mis defectos: el exhibicionismo, la arbitrariedad, la incertidumbre, el snobismo, la condición azarosa. No sé si pueda llevar a cabo una obra siquiera regular, pero no sirvo para las finanzas o la política. Me aterra terminar. Tengo 28 años y no conozco Europa”.
Ensayista, antólogo, prologuista, articulista, cronista, cuentista, a la vez apólogo y crítico de espectáculo, opositor… Ha sido, por otras señas, un serio y agudo humorista, quizá el analista político más lúdicamente severo de las últimas décadas. Vivió de su trabajo periodístico, de sus libros, de sus múltiples y necesarias colaboraciones y conferencias. No obstante esa continua presencia pública, hasta tiempos muy recientes parecía temblarle la voz cuando se dirigía a un público numeroso. A la distancia era tímido y hosco; entre amigos llegaba a ser muy agradable. Sabía de todo y estaba al margen de todo. Sabía estar en el mundo y aislarse del mundo. Su literatura es felizmente caótica.
Si algún eje puede encontrarse en su escritura, es el interés por los movimientos sociales, entendido esto de un modo amplio e incluyendo en esa categoría el espectro cultural en una gama diversa: cine, teatro, salones de baile, historietas, poesía, graffiti...
La ironía era una parte importante del vestido intelectual de Monsiváis. Incluso al revisar pasajes de su vida, lo hacía de un modo siempre tendiente a un humor a veces claro, a veces oscuro, acaso en la frontera entre lo cursi y lo ácido. Por ejemplo, de su paso por las juventudes comunistas comentaba: “Entendí entonces, aunque lo razoné más tarde, lo que era la estupidez a fondo, me di cuenta de los niveles de una burocratización mental y de un negarse a la realidad. En 1956, con la invasión soviética de Hungría, empecé a tener cuantiosas dudas, que expresé malamente en unos versos horribles a los mártires húngaros. Sin embargo persistí, muy influido por José Revueltas, hasta que después de la derrota del movimiento vallejista me di cuenta que era imposible persistir en un organismo tan cerrado al mundo, tan estéril. Desde entonces mi opinión de la izquierda mexicana ha sido cada vez más crítica, aunque (y esto pienso que no es contradictorio) he estado cerca de ella en campañas, en movimientos, en actitudes. Pero básicamente lo que es la izquierda política mexicana y su tradición me han permitido entender lo que nunca procede”.
Crítico de la izquierda dentro de la izquierda; crítico del que fue por décadas el “partido en el poder” cuando la disidencia no era aceptada. Antes del 2000, describía al PRI como “una maquinaria aplastante, cerrada, una red de complicidades que propicia en alta escala la corrupción, la ineficacia, el autoelogio y finalmente la ineficiencia y la gran improductividad”, y calificaba al partido prácticamente único, y su razón de ser que era el presidencialismo, como “rémoras brutales en la vida de México”.
Según Carballo, la prosa de Monsiváis se vale principalmente de cuatro mecanismos: la exageración, la comparación, la parodia y el entredicho. Un modelo personal asumido: Salvador Novo. En algún momento de los años ochenta y noventa, su antagonista natural fue Octavio Paz, quien en una polémica encendida dijo que Monsiváis no era un hombre de ideas sino de ocurrencias (cuando habría que corregir que era un hombre de ideas y de ocurrencias). Sus amistades también han sido muy definidas, y en particular deben mencionarse dos nombres: José Emilio Pacheco y Sergio Pitol, compañeros de viaje. Detalló en 1993: “La de Pacheco era una amistad enloquecidamente literaria, de recorrer librerías, de comentar lecturas, de leer y criticar textos, de hablar compulsivamente de la vida literaria, de hacer antologías e incluso artículos políticos en común. De todo hubo. Y con Pitol tenía el vínculo del sentido de humor, que en él es extraordinario, y su manera de ver el mundo para mí fue muy formativa”.
¿Cómo caminaban paralelamente en el joven Monsiváis el interés literario y las ideas políticas? “Había una escisión muy categórica pero yo no la percibía. Por un lado iba a marchas, fui en 1954 el representante y casi único miembro del Comité de Apoyo a Guatemala de la Escuela Nacional Preparatoria... Y al mismo tiempo leía y me apasionaba por la literatura, pero no eran cosas que se complementaran. Nunca entendí el realismo socialista, de hecho tampoco nunca entendí todo el culto al hombre nuevo soviético. Mi imagen de la preocupación política dependía mucho de la literatura norteamericana, de Upton Sinclair o John Steinbeck, de esas minorías disidentes que en contra del sistema persistían en plantear sus posiciones, iban de un lado a otro, organizaban, discutían, eran aprisionados. Mi primera heroína visible no fue Juana de Arco sino Emma Goldman; de adolescente la vida de Emma Goldman me parecía simplemente extraordinaria, y hoy todavía lo creo. La gran experiencia que me permitía ver de modo complementario mi interés por la literatura y mi interés por la política era la guerra civil española, que en los años cincuenta todavía era un mito muy poderoso: conjuntaba lo mejor de una literatura con un proyecto de resistencia política al fascismo.”
En la contraportada de la autobiografía precoz se dice que entonces preparaba una novela, una biografía de Salvador Novo y una historia del cine mexicano, ¿cuáles fueron sus primeras ambiciones literarias? “La crónica literaria, la poesía, que no se me dio (y es un tema sobre el cual prefiero no abundar), el ensayo literario... Estaba yo en ese momento muy enfrascado en la poesía, y lo sigo estando pero cada vez con más humildad: decir algo sensato sobre la poesía es enormemente difícil, pero entonces pensaba yo que era de lo mas sencillo. Y me interesaba además el ensayo sobre literatura anglosajona. Es decir, no tuve nunca la idea de una literatura utilitaria sino múltiple; eso creo fue una ventaja comparativa que me permitió resistir lo que era la vida de la izquierda mexicana en los años cincuenta. Además, inapreciablemente tuve la amistad de Sergio Pitol y José Emilio Pacheco. Me era muy importante hablar sólo de libros con ellos.”
En cuanto a su papel posterior como caudillo cultural, en esa época de rudas oposiciones con Octavio Paz, ha dicho: “Sin ánimo de minusvaluarme, creo que sería prácticamente incapaz de dirigir grupo alguno. Si tengo problemas enormes con la mediocre conducción de ese grupo que soy yo mismo, la idea de manejar un grupo me está por completo vedada. Lo que había era dos posiciones, eso sí, pero de ninguna manera (y eso desde la perspectiva de hoy se ve muy claramente) había un intento acaudillante de mi parte, que me hubiera sido imposible”.
Carlos Monsiváis era un gato, sí, con gran elasticidad en su prosa, enorme gracia y precisión crítica en el ensayo y la crónica… De sus siete y más vidas queda registro en la muy amplia obra publicada, que va de Días de guardar a Apocalipstick, pasando por Amor perdido, Los rituales del caos, Aires de familia… y muchos otros títulos de garra igualmente felina. Un gato.
Junio 2010
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