El Ulises de Joyce, lectura y relectura
El Ulises de James Joyce es uno de esos libros que muchos acometen y pocos concluyen. En un taller como el que hoy arrancamos en el Centro de Lectura Condesa se trata de ofrecer un espacio comunitario o solidario para que se llegue gozosamente a la última palabra, que es un “sí” rotundo. Con un ritmo promedio de cien páginas semanales, que no es demasiado, se cubrirá el trayecto en unas cuantas semanas. Se ofrecen además apoyos diversos; quizá podría calificarse como una lectura multimedia, pues veremos adaptaciones cinematográficas de textos de Joyce o documentales y ficciones sobre su vida y su obra, escucharemos música de la época y al propio escritor leyendo en voz alta algún pasaje… Esto posiblemente amplificará el efecto global de la novela, que es de por sí un libro cuadrafónico, en donde la ciudad de Dublín se escucha, se huele, se toca y respira.
Junto con En busca del tiempo perdido, de Proust, el Ulises es uno de los grandes referentes de la narrativa del siglo XX. Sigue siendo, como diría Cortázar, un modelo para armar y desarmar. En tiempos de literaturas más ligeras resulta sorprendente descubrir la vida que puede contener un libro. Lo que se lee ahora son casi guiones escritos, historias que al paso de los años verán (porque es lo que ambicionan sus autores) una adaptación a la pantalla, pues han sido escritas como si fueran películas. ¡Mejor esperar a verlas en el cine! El Ulises es literatura en grado cero. En este sentido es un libro del futuro porque muestra la potencia que puede contener una novela. Quienes llegan al final del trayecto suelen sorprenderse positivamente por esa gran riqueza expresiva.
Recomiendo la edición última de la traducción de Salas Subirat, anotada y revisada por Eduardo Chamorro para Planeta. Por décadas los españoles atacaron esa versión argentina, en la que supuestamente colaboró Borges, y celebraron, cuando llegó, la de Valverde, un académico respetado. Salvador Elizondo prefería la traducción de Salas Subirat por no ser éste un literato; se ocupaba de cuestiones de ventas y tiene incluso un libro técnico sobre ese asunto. Elizondo lo sentía más afín al entorno de la novela, y a los ciudadanos comunes que son protagonistas del Ulises, como podrían ser Leopold Bloom y su mujer Molly… La tercera traducción, comandada por García Tortosa, me parece en efecto tortuosa, quizá funcione en el entorno peninsular porque eso es lo que hace: instalar Dublín en España y hacer que Buck Mulligan hable como si fuera Sancho Panza. ¡Pardiez!
En la relectura hay que avanzar, encontrar nuevas cosas. En una versión anterior de este mismo curso-taller de lectura del Ulises me concentré en algún momento, por ejemplo, en la relación de Joyce con Ibsen. Hice también unos apuntes sobre los quartz del Finnegans Wake, que dieron nombre en la física moderna a unas partículas. Hace poco, al leer a Virginia Woolf, que siempre criticó a Joyce, descubrí cómo influyó en ella profundamente en novelas como La señora Dalloway, que tres años después del Ulises describe un día en la vida de una ciudad (en este caso Londres), y Al faro. Al volver a un libro no se trata de bordear sobre lo mismo sino realizar investigaciones en zonas poco exploradas, y en esto ayuda, claro, el que se cree un equipo de lectores. Como dice Sterne, todos vemos la nariz propia más grande que la del vecino porque la vemos desde otro punto de vista.
Empecé este tipo de cursos con un grupo de novelas cortas en las que encontraba afinidades, y se trataba de compartir esos hallazgos. Hay una preocupación similar en el Bartleby de Melville, La muerte de Iván Ilich de Toltstoi, El pabellón número 6 de Chéjov y La metamorfosis de Kafka, ficciones insertas en aparatos burocráticos y en donde un rompimiento sacude a esos sistemas absurdos; del mismo modo es interesante seguir la idea de lo femenino en nouvelles latinoamericanas como Las hortensias de Felisberto Hernández, La invención de Morel de Bioy Casares, Sombras suele vestir de Bianco o Aura de Fuentes. Al leer con otros uno se da cuenta de muchas cosas, pues se participa en un ejercicio plural. Por ello luego propuse, y me propuse, que en el tiempo que uno ocupa en leer ocho novelas cortas, poco más de dos meses, podría leerse completo el Ulises. Pido a los participantes que mantengan una actitud crítica; si el libro se resiste, deben decirlo. El lector no puede o no debe falsear, o fingir, asombros; esto va en contra de una posible ética del lector.
Si de alguna pretensión puede hablarse en este curso-taller de lectura es el darse cuenta que una novela considerada como difícil no lo es tanto, y ofrece además amplias recompensas. La dificultad es en tal caso, diría Genet, una cortesía del autor con sus lectores. Pretendo además que se percaten de lo inútil que resulta a veces sumergirse en esas ficciones ligeras, comerciales, que destaca la prensa y abarrotan nuestras librerías y son en realidad guiones escritos (buenos o malos guiones escritos), y donde la expresión literaria cumple un papel secundario.
Creo que el Ulises comienza en Retrato del artista adolescente. En el capítulo final de esa primera novela de Joyce el artista se libera de una educación religiosa férrea y de unos códigos morales y civiles en que como irlandés se siente enclaustrado, y descubre la palabra en libertad. Ese capítulo está ya escrito con el aliento del Ulises. Como saben, el protagonista de Retrato, Stephen Dedalus, reaparece en Ulises; y con esa lectura previa se entenderán los tres capítulos de arranque, en los que el lector suele estancarse, sobre todo en el tercero, que es un primer caso completo en el libro de corriente de conciencia, anticipo del monólogo final. Luego llega Leopold Bloom y la narrativa se aligera, entre otras cosas porque lo acompañamos al retrete, en donde expulsan autor y personaje los sobreentendidos de lo que debe ser una novela, o de lo que tradicionalmente se asume que debe ser una novela... Aunque, claro, recomendaba Joyce a la querida tía Josephine que antes de sumergirse en su Ulises leyera Las aventuras de Ulises, de Charles Lamb, que es otra forma de iniciar esta odisea.
Agosto 2009
El Ulises de James Joyce es uno de esos libros que muchos acometen y pocos concluyen. En un taller como el que hoy arrancamos en el Centro de Lectura Condesa se trata de ofrecer un espacio comunitario o solidario para que se llegue gozosamente a la última palabra, que es un “sí” rotundo. Con un ritmo promedio de cien páginas semanales, que no es demasiado, se cubrirá el trayecto en unas cuantas semanas. Se ofrecen además apoyos diversos; quizá podría calificarse como una lectura multimedia, pues veremos adaptaciones cinematográficas de textos de Joyce o documentales y ficciones sobre su vida y su obra, escucharemos música de la época y al propio escritor leyendo en voz alta algún pasaje… Esto posiblemente amplificará el efecto global de la novela, que es de por sí un libro cuadrafónico, en donde la ciudad de Dublín se escucha, se huele, se toca y respira.
Junto con En busca del tiempo perdido, de Proust, el Ulises es uno de los grandes referentes de la narrativa del siglo XX. Sigue siendo, como diría Cortázar, un modelo para armar y desarmar. En tiempos de literaturas más ligeras resulta sorprendente descubrir la vida que puede contener un libro. Lo que se lee ahora son casi guiones escritos, historias que al paso de los años verán (porque es lo que ambicionan sus autores) una adaptación a la pantalla, pues han sido escritas como si fueran películas. ¡Mejor esperar a verlas en el cine! El Ulises es literatura en grado cero. En este sentido es un libro del futuro porque muestra la potencia que puede contener una novela. Quienes llegan al final del trayecto suelen sorprenderse positivamente por esa gran riqueza expresiva.
Recomiendo la edición última de la traducción de Salas Subirat, anotada y revisada por Eduardo Chamorro para Planeta. Por décadas los españoles atacaron esa versión argentina, en la que supuestamente colaboró Borges, y celebraron, cuando llegó, la de Valverde, un académico respetado. Salvador Elizondo prefería la traducción de Salas Subirat por no ser éste un literato; se ocupaba de cuestiones de ventas y tiene incluso un libro técnico sobre ese asunto. Elizondo lo sentía más afín al entorno de la novela, y a los ciudadanos comunes que son protagonistas del Ulises, como podrían ser Leopold Bloom y su mujer Molly… La tercera traducción, comandada por García Tortosa, me parece en efecto tortuosa, quizá funcione en el entorno peninsular porque eso es lo que hace: instalar Dublín en España y hacer que Buck Mulligan hable como si fuera Sancho Panza. ¡Pardiez!
En la relectura hay que avanzar, encontrar nuevas cosas. En una versión anterior de este mismo curso-taller de lectura del Ulises me concentré en algún momento, por ejemplo, en la relación de Joyce con Ibsen. Hice también unos apuntes sobre los quartz del Finnegans Wake, que dieron nombre en la física moderna a unas partículas. Hace poco, al leer a Virginia Woolf, que siempre criticó a Joyce, descubrí cómo influyó en ella profundamente en novelas como La señora Dalloway, que tres años después del Ulises describe un día en la vida de una ciudad (en este caso Londres), y Al faro. Al volver a un libro no se trata de bordear sobre lo mismo sino realizar investigaciones en zonas poco exploradas, y en esto ayuda, claro, el que se cree un equipo de lectores. Como dice Sterne, todos vemos la nariz propia más grande que la del vecino porque la vemos desde otro punto de vista.
Empecé este tipo de cursos con un grupo de novelas cortas en las que encontraba afinidades, y se trataba de compartir esos hallazgos. Hay una preocupación similar en el Bartleby de Melville, La muerte de Iván Ilich de Toltstoi, El pabellón número 6 de Chéjov y La metamorfosis de Kafka, ficciones insertas en aparatos burocráticos y en donde un rompimiento sacude a esos sistemas absurdos; del mismo modo es interesante seguir la idea de lo femenino en nouvelles latinoamericanas como Las hortensias de Felisberto Hernández, La invención de Morel de Bioy Casares, Sombras suele vestir de Bianco o Aura de Fuentes. Al leer con otros uno se da cuenta de muchas cosas, pues se participa en un ejercicio plural. Por ello luego propuse, y me propuse, que en el tiempo que uno ocupa en leer ocho novelas cortas, poco más de dos meses, podría leerse completo el Ulises. Pido a los participantes que mantengan una actitud crítica; si el libro se resiste, deben decirlo. El lector no puede o no debe falsear, o fingir, asombros; esto va en contra de una posible ética del lector.
Si de alguna pretensión puede hablarse en este curso-taller de lectura es el darse cuenta que una novela considerada como difícil no lo es tanto, y ofrece además amplias recompensas. La dificultad es en tal caso, diría Genet, una cortesía del autor con sus lectores. Pretendo además que se percaten de lo inútil que resulta a veces sumergirse en esas ficciones ligeras, comerciales, que destaca la prensa y abarrotan nuestras librerías y son en realidad guiones escritos (buenos o malos guiones escritos), y donde la expresión literaria cumple un papel secundario.
Creo que el Ulises comienza en Retrato del artista adolescente. En el capítulo final de esa primera novela de Joyce el artista se libera de una educación religiosa férrea y de unos códigos morales y civiles en que como irlandés se siente enclaustrado, y descubre la palabra en libertad. Ese capítulo está ya escrito con el aliento del Ulises. Como saben, el protagonista de Retrato, Stephen Dedalus, reaparece en Ulises; y con esa lectura previa se entenderán los tres capítulos de arranque, en los que el lector suele estancarse, sobre todo en el tercero, que es un primer caso completo en el libro de corriente de conciencia, anticipo del monólogo final. Luego llega Leopold Bloom y la narrativa se aligera, entre otras cosas porque lo acompañamos al retrete, en donde expulsan autor y personaje los sobreentendidos de lo que debe ser una novela, o de lo que tradicionalmente se asume que debe ser una novela... Aunque, claro, recomendaba Joyce a la querida tía Josephine que antes de sumergirse en su Ulises leyera Las aventuras de Ulises, de Charles Lamb, que es otra forma de iniciar esta odisea.
Agosto 2009
Etiquetas: James Joyce, Ulises
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