El ansia de figurar
Uno de los resortes que ha disparado o puesto en evidencia el Diccionario crítico de Christopher Domínguez, que pudo haberse llamado Diccionario Letras Libres, es el ansia de figurar. Según el tono de la polémica y los comentarios que aparecen en los blogs literarios que han dedicado espacio al tema, la gente escribe no ya (o no necesariamente) para llevar al límite sus posibilidades de expresión, que es lo que se esperaría de un artista, sino para “hacerse un lugar” en el paisaje literario mexicano, lo que sea que esto signifique… acaso un poco a lo Enoch Soames, ese personaje que vende su alma al diablo por viajar al futuro y buscar su nombre en los ficheros de la Biblioteca Nacional, porque necesita saber si él o sus libros van a ser recordados.
Por ello, porque la labor diaria está enfocada a instalarse en un punto del mapa, hacerse de un nicho, perturba el no estar, como si con la edición del Fondo de Cultura Económica se hubieran expedido certificados de permanencia o invisibilidad. Y si a unos agrede a otros, a los cachirules, agrada que con poco esfuerzo hayan logrado tener su registro christopheriano, por amistad con el crítico o sólo por pertenecer al mismo círculo cultural sureño. Pocos versos o algunos relatos escritos al vuelo, entre reunión editorial y reunión editorial, bastaron. Y el Gran Crítico les da su bendición.
A unos y otros, tanto lo que escriben para ser incluidos en diccionarios y no logran su objetivo como los que están en diccionarios sin haber desarrollado una obra de mérito, los hermana la medianía, puesto que su obsesión es ser considerados y la creación literaria pasa a un segundo término, constituye sólo el escalón para estar ahí, para ser vistos.
Tomo de un blog de Alberto Chimal (www.lashistorias.com.mx) este comentario de Eve Gil a propósito del Christionario: “Como siempre, Alberto, admirada de tu profesionalismo. Me causan gracia las críticas huecas de quienes señalan que ‘estás enojado’ por no aparecer en el libro [de Christopher Domínguez). No te conocen. Tampoco a mí. De sobra sabemos tus lectores que no necesitas estar incluido en un diccionario de Christopher Domínguez para afianzarte tu lugar (que ya es tuyo) en las letras mexicanas… ¿qué autor mexicano, pregunto, puede presumir de haber inspirado un libro a un académico tan destacado como Samuel Gordon, este sí crítico estudioso de nuestra literatura? La gente prefiere amarrar navajas y lanzar comentarios a la ligera, antes que detenerse a pensar: ¿qué es lo que pelean estos tipos y esta tipa (yo)? Peleamos que se termine, de una vez por todas, ese afán de cierto sector de la intelectualidad mexicana de establecer cánones, religiones, cultos en torno a su grupo de cuates de cantina. Eso, por supuesto, solo lo puede entender quien, como tú y yo, vivimos inmerso en este mundo de letras, sí, maravilloso… pero al mismo tiempo tan lleno de mezquindad”.
Huy. Si Eve Gil considera que Alberto Chimal ya afianzó su lugar en las letras mexicanas, supongo que en algún momento querrá que alguien le diga lo mismo, puesto que se trata, insisto, no de buscar expresarse al límite sino de colocarse. Y cierra Eve Gil con esa proclama casi sindical de que “peleamos porque se termine, de una vez por todas”, etcétera, que ojalá no la lleve a colocar un artefacto explosivo en La Guadalupana.
El asunto es complicado y las varias partes que han entrado la polémica exponen duros equívocos. Está, primero, el autor, quien se consideró con la suficiente autoridad para decidir los estelares de un periodo definido de la historia literaria, y lo hizo sin el rigor ni la humildad que hubiera tenido, por ejemplo, alguien como José Luis Martínez. Están, por otro lado, aquellos que sin destacar se consideran ya “posicionados”, porque participan en un grupo de poder exitoso (como diría Jelipe Calderón) y eso, creen, los distingue de la plebe. Y al fin, aquellos que se esfuerzan día a día por ubicarse y les perturba (a lo Enoch Soames) que en la fotografía oficial no aparezcan, cuando la invisibilidad puede ser un mérito, un cerco de transparencia y libertad.
Y está claro, por último, el que se desentiende de esta política de la escritura, sale a caminar por la ciudad y se dice con Antonio Porchia: “A veces pienso en ganar altura, pero no escalando hombres”.
Marzo 2008
Uno de los resortes que ha disparado o puesto en evidencia el Diccionario crítico de Christopher Domínguez, que pudo haberse llamado Diccionario Letras Libres, es el ansia de figurar. Según el tono de la polémica y los comentarios que aparecen en los blogs literarios que han dedicado espacio al tema, la gente escribe no ya (o no necesariamente) para llevar al límite sus posibilidades de expresión, que es lo que se esperaría de un artista, sino para “hacerse un lugar” en el paisaje literario mexicano, lo que sea que esto signifique… acaso un poco a lo Enoch Soames, ese personaje que vende su alma al diablo por viajar al futuro y buscar su nombre en los ficheros de la Biblioteca Nacional, porque necesita saber si él o sus libros van a ser recordados.
Por ello, porque la labor diaria está enfocada a instalarse en un punto del mapa, hacerse de un nicho, perturba el no estar, como si con la edición del Fondo de Cultura Económica se hubieran expedido certificados de permanencia o invisibilidad. Y si a unos agrede a otros, a los cachirules, agrada que con poco esfuerzo hayan logrado tener su registro christopheriano, por amistad con el crítico o sólo por pertenecer al mismo círculo cultural sureño. Pocos versos o algunos relatos escritos al vuelo, entre reunión editorial y reunión editorial, bastaron. Y el Gran Crítico les da su bendición.
A unos y otros, tanto lo que escriben para ser incluidos en diccionarios y no logran su objetivo como los que están en diccionarios sin haber desarrollado una obra de mérito, los hermana la medianía, puesto que su obsesión es ser considerados y la creación literaria pasa a un segundo término, constituye sólo el escalón para estar ahí, para ser vistos.
Tomo de un blog de Alberto Chimal (www.lashistorias.com.mx) este comentario de Eve Gil a propósito del Christionario: “Como siempre, Alberto, admirada de tu profesionalismo. Me causan gracia las críticas huecas de quienes señalan que ‘estás enojado’ por no aparecer en el libro [de Christopher Domínguez). No te conocen. Tampoco a mí. De sobra sabemos tus lectores que no necesitas estar incluido en un diccionario de Christopher Domínguez para afianzarte tu lugar (que ya es tuyo) en las letras mexicanas… ¿qué autor mexicano, pregunto, puede presumir de haber inspirado un libro a un académico tan destacado como Samuel Gordon, este sí crítico estudioso de nuestra literatura? La gente prefiere amarrar navajas y lanzar comentarios a la ligera, antes que detenerse a pensar: ¿qué es lo que pelean estos tipos y esta tipa (yo)? Peleamos que se termine, de una vez por todas, ese afán de cierto sector de la intelectualidad mexicana de establecer cánones, religiones, cultos en torno a su grupo de cuates de cantina. Eso, por supuesto, solo lo puede entender quien, como tú y yo, vivimos inmerso en este mundo de letras, sí, maravilloso… pero al mismo tiempo tan lleno de mezquindad”.
Huy. Si Eve Gil considera que Alberto Chimal ya afianzó su lugar en las letras mexicanas, supongo que en algún momento querrá que alguien le diga lo mismo, puesto que se trata, insisto, no de buscar expresarse al límite sino de colocarse. Y cierra Eve Gil con esa proclama casi sindical de que “peleamos porque se termine, de una vez por todas”, etcétera, que ojalá no la lleve a colocar un artefacto explosivo en La Guadalupana.
El asunto es complicado y las varias partes que han entrado la polémica exponen duros equívocos. Está, primero, el autor, quien se consideró con la suficiente autoridad para decidir los estelares de un periodo definido de la historia literaria, y lo hizo sin el rigor ni la humildad que hubiera tenido, por ejemplo, alguien como José Luis Martínez. Están, por otro lado, aquellos que sin destacar se consideran ya “posicionados”, porque participan en un grupo de poder exitoso (como diría Jelipe Calderón) y eso, creen, los distingue de la plebe. Y al fin, aquellos que se esfuerzan día a día por ubicarse y les perturba (a lo Enoch Soames) que en la fotografía oficial no aparezcan, cuando la invisibilidad puede ser un mérito, un cerco de transparencia y libertad.
Y está claro, por último, el que se desentiende de esta política de la escritura, sale a caminar por la ciudad y se dice con Antonio Porchia: “A veces pienso en ganar altura, pero no escalando hombres”.
Marzo 2008
1 Comentarios:
Yo soy de las invisibles. Pero más que un mérito, me parece una ventaja: tienes una gran libertad. Felicidades por el blog, concuerdo con tus ideas.
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