sábado, diciembre 08, 2007

“Y ni ánimas que ocultes los cien años que te tragas”

Luego de Mozart, que para un recién nacido se vuelve un gran remedio contra el estrés y el insomnio (si se escucha en sus versiones orquestales completas y complejas, no en sus simplificaciones atarantantes), el siguiente paso natural es Cri-Cri, Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), que también pone de buen humor a un bebé de meses y le da al paso un amplio soporte cultural que le durará toda la infancia, por su variedad de géneros y ritmos y la riqueza expresiva de las letras, y lo dejará listo o sensibilizado para devorar la gran literatura… claro que en el camino se encontrarán escollos que pueden confundir la senda y hacer que uno se pierda, como la televisión idiota o la radio más comercial y manipuladora (en busca de consumidores ávidos y votantes dóciles), con sus Tatianas monstruosas y otros engendros minimalistas similares.
Si se pudiera aislar a un recién llegado, entre Mozart y Cri-Cri se lograrían grandes cosas, no para hacer de él un genio sino para conseguir un equilibrio mental y espiritual, o darle, por lo menos, un contexto propicio para su bienestar, sin tomar en cuenta aquí, ahora, los demás factores que rigen la jornada de un recién nacido, como la convivencia con padres y hermanos.
Hay quien dice que Mozart es la mejor niñera; un buen sustituto en esa faena es, sin duda, Cri-Cri, que entre nosotros, pese a los esfuerzos de los Hermanos Rincón, no logra ser superado. Ahí está todo. Las canciones son una summa agradable, pues hay tango y mambo, pasos dobles y baladas tristes, casi lo que uno quiera, o cascadas de fantasía tan poderosas como “Bombón I” (“Hubo un rey en un castillo con murallas de membrillo”) o esa marcha de las canicas construida a partir de la visión de unos objetos redondos que caen por la escalera, porque en Cri-Cri las cosas tienen vida, desde la muñeca fea hasta la fiesta nocturna de los zapatos, o el comal y la olla tan discutidores o “El chorrito”, que estaba de mal humor; y con los animales construye Cri-Cri una zoología de fábula, tanto en “Caminito de la escuela” como en “Cochinitos dormilones” o “Papá elefante” o “Gato de barrio”…
Hay, además, un tono decididamente popular y mayores simpatías hacia los sectores más desprotegidos de la sociedad: piénsese en el rebelde Jicote Aguamielero, quien leyó que éramos iguales, asegún la Constitución; o en la pobre patita, que busca en su bolsa centavitos para dar de comer a sus patitos, y se enoja por lo caro que está todo en el mercado.
Casi no hay zona de la vida que Cri-Cri no haya tocado. Si se le escucha con atención se verá que comunicaba, y sigue comunicando, asuntos profundos, y con enseñanzas positivas: expone a los niños groseros (“Negrito sandía”) o con dificultades para estudiar (“El burrito”), a las niñas de sexualidad precoz (“Métete Teté”) o a los pequeños malcriados (“La merienda”), nos enseña a convivir con los mayores (“El ropero” o “Di por qué”) o a esforzarnos para conseguir metas (“El chivo ciclista”) o rechazar el racismo (“Cucurumbé”).
La invitación a leer también es constante: “Que dejen toditos los libros abiertos, ha sido la orden que dio el general” (en “Marcha de las letras”); “Dame aquel libro viejo de mil estampas lo quiero abrir, a los niños en estos tiempos los mismos cuentos les gusta oír” (en “El ropero”); “La paz que dan los libros es más grata sensación que salir a buscar aventuras sin razón” (en “Ratoncitos paseadores”)… Y todo “porque en los libros siempre se aprende cómo vivir mejor” (en “Caminito de la escuela”).
Cierras vivito y cantando, Cri-Cri, este año de fiestas, “y ni ánimas que ocultes los cien años que te tragas”, para decirlo con tus versos.

Diciembre 2007

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