sábado, septiembre 09, 2006

LOS TOREROS TIENEN MIEDO/II y última

—¿Y se vino pedaleando desde Texcoco?
—Sí, pero antes pasé a San Simón a saludar a un amigo.
El peluquero Román Alonso Germán traía en una maletita sus instrumentos de trabajo. Silverio Pérez mostraba varias llaves en la mano con las que iba abriendo puertas: una era la del baño de vapor donde ocurrirá el corte de cabello, otra la de la oficina del rancho Silvita (ahí tenía el Faraón su escritorio de administrador rural). Abrió la puerta, sacó la llave, cargó una silla muy firme de madera, la depositó en el pasillo, cerró la puerta, metió la llave, cargó la silla… Cada acción era parte de un complejo ritual. Así, al final de la sesión estética abrirá otra puerta, sacará la escoba para dársela al maestro, éste se la entregará ya efectuada la barrida… Y don Silverio irá sereno a la bodega aquella para dejar la escoba en su sitio, cerrar la puerta… Y sonreír.
Peluquero y peluqueado disfrutaban sus ceremonias mensuales. Así había ocurrido desde hace treinta años.
Los peluqueros tienen un lugar importante en la biografía de Silverio Pérez. Uno aparece en los meses que siguieron a la cornada de “Zapatero”, cuando el miedo no lo dejaba plantarse firme en el redondel.
—Ya no aguantaba mis nervios —le contó en 1987 a Ramón Márquez—. Y me retiré así, intempestivamente, sin decirle nada a nadie. Fue un jueves, después de un mano a mano con Lorenzo Garza. Cuando salíamos de la plaza vi que estaba abierta la peluquería donde me cortaba el pelo y le dije a Juan Escamilla, entonces mi mozo de espadas: “Bájate y tráeme al peluquero”. “¿Por qué?”, me preguntó desconcertado. “Tú tráelo y ya.” Le ordené al peluquero que me rapara. También se rapó Escamilla. Ya le había dicho que me retiraba. Y sabía que estando así, pelón, no podía salir a torear.
Era el 16 de febrero de 1947. Su primer retiro. Un cañonazo de 30 mil dólares, que le asestó un empresario cubano, lo devolvió pronto a las plazas. El segundo retiro, el definitivo, tiene fecha histórica: primero de marzo de 1953. Y tiene corte de cabello.
No fue precisamente una tarde de gloria. Desaprovechó Silverio Pérez sus dos toros y los de gradas no dejaron ni que tocaran “Las golondrinas”; se regaló un tercer toro pero siguió él con la misma mala suerte. Hubo un cuarto toro, “Malaqueño”, regalo de su compadre José Pagés Llergo, que lidió con dignidad y del que obtuvo una oreja.
El peluquero de esa fiesta final fue el maestro Armillita, que le cortó la coleta a su amigo.
—Suerte en tu nueva vida —le dijo Armillita.
Silverio Pérez alcanzó a decir:
—Bendito sea Dios que llegué hasta aquí.
De aquella jornada de 1953 al viernes 16 de junio (Bloomsday para los joyceanos) de 1995, en que lo visitó Román Alonso Germán, muchos cortes de cabello habían ocurrido. El peluquero conoció al Faraón ya dedicado a otros menesteres.
—Sigamos platicando —dijo Silverio Pérez, la bata blanca lo rodeaba y el hombre de los tres nombres de pila accionaba peine y tijera—, sigamos dándole a la charla.
—¿Ustedes no conversan cuando...?
—Sí, son rete platicadores los peluqueros, pero son pláticas de otra forma.
El matador vigilaba por el espejo los casi banderillazos del peluquero.
—Póngale arte, maestro —le dijo—, quiero salir medio bello.
Pregunté:
—¿El nombre de Silverio es heredado?
—No, me bautizaron el 20 de junio, que es día de San Silverio. Nací el 20 de noviembre. Cumplo 80 años, si Dios lo permite. Nomás imagínese. Ya es un tambache... Y el 24 de este cumplo 57 años de casado.
Se interrumpió para dar una instrucción:
—Quítele aquí, maestro, está muy...
—No hay que descubrir mucho, porque si no sí lo dejamos pelón. Hay que dejar cubierto el oído.
—Pues cúbrale bien para que me vea medio regular.
Hablamos de Pachis.
—Es bajita mi señora, pero cuando se enoja es brava. Y es lo bueno, que tenga su carácter.
—Así la quiere.
—Pues sí, si fuera dejadona como que no... Y ya sabiendo de qué pie cojea se anda uno con cuidado.
—¿Cuándo la ha visto más enojada?
—Antes, cuando llegaba tarde.
—¿Y qué le decía?
Señaló la grabadora y preguntó:
—¿Se puede decir ahí lo que ella me gritaba?
Todos reímos.
—Pero Pachis no pasaba a los golpes, ¿verdad?
—Sí pasaba.
Movió la cabeza ante el espejo para dar el visto bueno al corte.
—Maestro, creo que esta vez se pasó. Me dejó muy pelón —se quejó Silverio Pérez aquel viernes 16 de junio.

Septiembre 2006

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