lunes, julio 10, 2006

EL PULSO DE PINK FLOYD

Cada buen grupo de rock va creando sus mitos. Los Beatles tienen, por ejemplo, a Stuart Sutcliffe, el amigo artista de John Lennon, al que éste convenció en Liverpool para que con lo ganado por la venta de un cuadro se comprara un “bajo” y se integrara a la banda; pero Stuart prefería los pinceles y los lienzos a las noches largas en los clubes de Hamburgo y pronto abandonó. Se casó con Astrid Kircher, fotógrafa alemana, y tuvo temprana muerte por un derrame cerebral, debido acaso a la golpiza recibida en una pelea de bar.
Stuart Sutcliffe es un “quinto beatle”, como lo son también, por mencionar algunos, Pete Best (baterista), George Martin (productor que a veces ejecuta los teclados), Eric Clapton (cuyos rasgueos se escuchan magistralmente en “While My Guitar Gently Weeps”) o el recientemente fallecido Billy Preston, que interviene como tecladista en Let it Be (1970) y participó en el concierto de la azotea del 30 de enero de 1969, la última vez que John, George, Paul y Ringo tocaron juntos en público.
En cuanto a Pink Floyd, una figura acaso similar a la de Stuart Sutcliffe es Syd Barrett, con ese mismo halo de artista maldito, sólo que éste sí sabía de música y fue líder y compositor del grupo en los años sesenta... hasta enloquecer, no literaria sino literalmente. Sin letrista, quienes se quedaron (Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright) más David Gilmour, que se incorporó poco antes del abandono de Barrett, se dedicaron a improvisar o experimentar, a dejar que los instrumentos tomaran sus propios rumbos, a crear sonidos cósmicos o psicodélicos que se alimentaban de sí mismos, proceso que termina, de algún modo, en The Dark Side of the Moon (1973), que abre al grupo varias puertas y cierra otras: es realmente una obra colectiva, creación a ocho manos, pero también el primer álbum en que todas las letras son de Waters. Con la fama que les trajo The Dark Side vendrían el caos del dinero y los conflictos; y la ausencia de Barrett se volvió también una nostalgia: el mensaje de que “ojalá estuvieras aquí” es para él.
The Dark Side marca un estilo, que se mantiene en Wish you Were Here (1975) y Animals (1977), la etapa madura de la banda, mientras Roger Waters se inunda de un enorme ego creativo que lo lleva a The Wall (1979), biografía indirecta de Waters y Barrett y muchos roqueros con historias similares, huérfanos reales o metafóricos de la Segunda Guerra Mundial, con potentes muros interiores y exteriores por romper; y a The Final Cut (1983), realizado con lo que sobró de The Wall, y que es la despedida de Waters de Pink Floyd, anterior a su intento no por deshacerse del grupo (que ya le quedaba pequeño) sino deshacerlo todo, yendo incluso a los tribunales para que los otros no pudieran usurpar la “marca” que él sentía como propia, cosa que por fortuna no logró.
El triste destino de las parejas creativas (Lennon y McCartney; Waters y Gilmour) es que terminan siendo grandes enemigos, como los amantes que luego de haber vivido con intensidad se odian a muerte, acaso porque saben exactamente qué es lo que está buscando el otro. De esa llama quedan, sin embargo, los recuerdos; en la música, sus composiciones en común.
Una cosa era oír a Pink Floyd en sus discos y otra verlos en vivo. Las colecciones de videos dan una idea aproximada de esa combinación, que se fue perfeccionando, entre una música atmosférica de alta intensidad y los juegos de luces en que se apoyaban. Ojalá pronto aparezca en formato DVD la gira de The Wall en vivo, que cubrió 1980 y 1981, conseguible en CD musical, y en donde interviene la formación básica de Waters, Gilmour, Wright y Mason. Lo que esta semana aparece en el mundo —por fin, luego de extrañas posposiciones— es Pulse (2006), un producto de la era post-Waters y que tiene, como evento especial, la interpretación completa de The Dark Side of the Moon, con el cierre de una gira mundial de 1994 que incluyó a México (los días 9 y 10 de abril) como una de sus estaciones, y del que se dice fue el concierto con mejor sonido de los que se han llevado a cabo en el foro antes conocido como del Autódromo Hermanos Rodríguez.
En Pulse, Waters no hace falta: en el disco del 73 las voces principales eran de Gilmour y Wright, que tienen un tono muy parecido y dan la impresión de ser o hacer eco el uno del otro, y pocas veces cantaba ahí Waters; en la guitarra en Pulse sigue Gilmour, gran maestro y pieza central del concierto, que se apoya en Tim Renwick; en los teclados se ve a Wright con Jon Carin; y en la batería está Mason, con el percusionista Gary Wallis... Se consiguieron a Dick Parry en los saxofones, que participó en las grabaciones originales de The Dark Side; y el lugar de Waters como bajista lo ocupa Guy Pratt. Y hay tres damas en los coros, las que intentan igualar alternadamente aquel milagro de Clare Torry en “The Great Gig in the Sky”.
El concepto Pink Floyd permanece en el increíble juego de luces y humo colorido, en la pantalla redonda que exhibe videos experimentales realizados especialmente para el grupo; y, sobre todo, en las interpretaciones de “Shine on you Crazy Diamond”, “Another Brick in the Wall (part 2)”, “Wish you Were Here”, “Comfortably Numb” y “Run Like Hell”, además, claro, de todo The Dark Side, desde “Speak to Me” hasta “Eclipse”... Se inicia con algunas canciones post-Waters, que no son lo mejor del grupo, pero se trataba entonces de promocionar The Division Bell (1994), un álbum que no está a la altura del grupo.
Hay conciertos memorables, el de los Beatles en el Shea Stadium, el de Harrison para Bangladesh, el de Led Zeppelin en el Madison Square Garden, el de Queen en Wembley, el colectivo de The Wall en Berlín... Aun sin Roger Waters este del DVD Pulse, tan esperado y tantas veces pospuesto, es uno de ellos.

Julio 2006

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