martes, julio 04, 2006

EL DÍA DESPUÉS DE MAÑANA

Una oportuna ventana literaria para observar cómo se han sentido o vivido las elecciones en México por casi un siglo, con carros completos, operaciones tamal y ratones locos o caídas del sistema, entre otras linduras fantasmales que en las incertidumbres aún nos acosan, es un texto extraño de Martín Luis Guzmán, “Axkaná González en las elecciones”, desprendimiento, en cuanto a su protagonista, de La sombra del caudillo (1929), quien cumple en esa novela un papel digno como acompañante del político que va a ser sacrificado por el tirano al no apegarse a los usos y costumbres de la pirámide del poder, y también, Axkaná, conciencia sobreviviente de la tragedia antidemocrática, pero que en ese otro apunte no muy conocido pierde del todo la compostura.
El párrafo que abre esas notas plantea muy bien las condiciones en que se daba la batalla electoral, y muchas veces ocurrió en tiempos del príato que podrían haberse tomado tal cual esas líneas, sólo modificando los nombres y las ubicaciones geográficas y cronológicas, para describir varios presentes vividos en nuestra historia patria, que son pasajes de una asombrosa y cruel picaresca. Se lee: “La víspera de las elecciones, a las nueve de la noche —era al mediar la tercera década de este siglo—, Axkaná González, candidato a diputado por el 5° Distrito de la ciudad de México, consideraba su causa poco menos que perdida. Teódulo Herrera, primero entre sus contrincantes, había logrado apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral, y Axkaná, pese a sus enormes esfuerzos de última hora, no conseguía reunir aún gente aguerrida con quien asaltar al otro día las mesas de los comicios y adueñarse, a su vez, de los tales papeles”.
Ganar las elecciones no implica ahí convocar el mayor número de votantes sino “apoderarse de los documentos necesarios para la confección del expediente electoral”, que fue algo que le ocurrió, varias décadas más tarde, a Cuauhtémoc Cárdenas, cuando le arrebataron su triunfo sobre Carlos Salinas de Gortari, que gobernó al país de manera ilegítima, fraude que se cometió a través de una inocente falla general en el Programa de Resultados Preliminares, esa herramienta que se consulta ahora como quien sigue, vía la red, una serie futbolera de penales.
Por esas tradiciones, que van desde Axkaná González hasta Manuel Bartlett, el domingo por la noche muchos murmuraban las palabras “fraude” y “robo”, pero quizá en este caso no se justifican porque es difícil, en estos tiempos, alterar o maquillar un resultado para que el candidato del sistema triunfe... aunque la clase gobernante lo haya apoyado sin discreción alguna en su campaña, con mensajes directos o indirectos, o docudramas propagandísticos que podría uno considerar como ingenuos artísticamente, y hasta absurdos y grotescos, pero al parecer efectivos tratándose de fabricar miedos. ¿Se pensará que la democracia evolucionó cuando no hay ya que ir a robar las papeletas para imponerse, como le ocurre a Axkaná, pero con una “guerra sucia” no más sofisticada pero que se ejercita en otros terrenos, con estrategias de control social desarrolladas sobre todo a través de la dos veces triste televisión mexicana?
Metido, pues, en ese lío, Axkaná recibe solicitudes de ayuda; aparece entonces don Casimiro, que le dice: “Todo en estas bolas, mi jefe, es asunto de dinero y de unos cuantos ciudadanos de buena voluntad. Si ahorita me entrega usted cien pesos, yo me comprometo a traerle mañana en la madrugada cincuenta o sesenta compañeros con los que le garantizo el triunfo”.
El relato de Martín Luis Guzmán se ubica (sin fecha) en el tomo primero de sus obras completas, casi al final (entre las páginas 1052 y 1073), un poco antes de Piratas y corsarios, y tiene el mismo espíritu bucanero de quienes van por el botín del poder en un país que vive “la abstención popular más completa, la indiferencia total del conjunto ciudadano, la renuncia a la dignidad de gobernarse a sí mismo”, y en el que las actividades inverosímiles se vuelven toda una especialización, como ese Chato Méndez, muñidor electoral de Axkaná, que siete días después de las elecciones se dedicaba aún a la tarea de fabricar expedientes falsos: “Llevaba ya inventados centenares de nombres de personas y simuladas otras tantas firmas; había anotado multitud de padrones, cruzado millares de boletas, y ahora se ocupaba en llenar con imaginarios sucesos de mucho sabor democrático, actas tan notables por la prosa como por la variedad de los tipos de letras y los colores de las tintas”.
En ese texto raro de Martín Luis Guzmán triunfan los gañanes. Los operadores reciben en el Club Radical Progresista de la calle de Guerrero sus recompensas. “Hubo enorme entusiasmo, aplausos y vítores. Porque Axkaná, desde aquella hora, debía considerarse diputado presunto, y, en efecto, lo era. Su credencial no podría considerarse de menor valer, ni menos limpia, que las que trajeran los 259 diputados del futuro Congreso. Así lo aseguraban y garantizaban el Chato Méndez, don Casimiro, Gándara y el estudiante veracruzano.”
En las condiciones actuales, sin reglas muy claras, con un presidente que fabrica equívocos sin ton ni son y ha seguido en esa línea desde el principio hasta el final de su sexenio, y con un árbitro que duda a la hora de declarar el gol bueno y en la ejecución de la pena máxima se pone más nervioso que el tirador o el arquero, está uno tentado a repetir aquella frase publicitaria del filme que enfrentó al Alien contra el Depredador: “Gane quien gane, nosotros perdemos”.
El que lo haga no podrá decir, en tal caso, que tiene las manos limpias.

Julio 2006

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal