EJERCICIO PLÁSTICO
Cuando empieza uno a despedirse de Buenos Aires y toma la autopista en dirección al aeropuerto internacional de Ezeiza, verá en alguna parte un terreno en donde se apilan, como fichas de dominó, contenedores de esos que viajan en barco y luego son colocados en tráilers para cumplir en la carretera sus destinos regularmente lentos pero ciertos. Ese último paisaje porteño lleva a recordar que en uno de esos contenedores, aunque acaso en otra zona de la ciudad, permanece encerrado y en continuo deterioro el mural que David Alfaro Siqueiros pintó en los años treinta y que se titula Ejercicio plástico.
La historia es conocida; y común es también la resignación de que el mural se pierda, sujeto a disputas legales en las que nada se concluye.
Álvaro Abós reseña al respecto, en Al pie de la letra: guía literaria de Buenos Aires (2000), una fiesta que Natalio Botana, director y propietario del diario Crítica, ofreció en homenaje a Siqueiros, quien había terminado el mural en los sótanos de la mansión del empresario uruguayo en la quinta de Don Torcuato, fiesta a la que asistieron, entre muchos otros, el mismo Siqueiros y su mujer, la poeta uruguaya Blanca Luz Brum; y Pablo Neruda, Federico García Lorca y Salvador Novo.
En algún momento de la noche se suscitó un curioso triángulo, cuando Blanca Luz Brum, Neruda y García Lorca caminaron hacia la piscina y subieron por una torre que por ahí se ubicaba. Según Neruda, él atrajo de inmediato los suspiros de la poeta, que cayó en sus brazos. Cuenta el episodio en su tomo de memorias Confieso que he vivido (1974). Dice el chileno que arriba, en el mirador más alto de la torre, los tres, poetas de diferentes estilos, se quedaron separados del mundo. “El ojo azul de la piscina brillaba desde abajo. Más lejos se oían las guitarras y las canciones de la fiesta. La noche, encima de nosotros, estaba tan cercana y estrellada que parecía atrapar nuestras cabezas, sumergirlas en su profundidad.”
Tomó Neruda en sus brazos a la muchacha alta y dorada, “y, al besarla, me di cuenta de que era una mujer carnal y compacta, hecha y derecha”. Ante la sorpresa de García Lorca, la pareja se tendió en el suelo del mirador, y ya comenzaba Neruda a desvestir a la poeta cuando advirtió “los ojos desmesurados de Federico, que nos miraba sin atreverse a creer lo que estaba pasando”.
—¡Largo de aquí! —le grita Neruda—. ¡Ándate y cuida de que no suba nadie por la escalera!
Cierra así Neruda el cuento: “Mientras el sacrificio al cielo estrellado y a Afrodita nocturna se consumaba en lo alto de la torre, Federico corrió alegremente a cumplir su misión de celestino y centinela, pero con tal apresuramiento y tan mala fortuna que rodó por los escalones oscuros de la torre. Tuvimos que auxiliarlo mi amiga y yo, con muchas dificultades. La cojera le duró quince días”.
Pero hay una versión muy distinta del incidente, la de la poeta, de quien se decía, por cierto, que tenía amores ya con Natalio Botana. Ella parece haber sufrido primero, durante la fiesta, un pellizco en una nalga por parte de un ebrio Pablo Neruda, lo que la llevó a exclamar: “Natalio, cuidá la casa que hay muchos poetas sueltos”; y luego un acoso erótico, quizá en la torre, que llevó a García Lorca a intervenir y forcejear con Neruda (“trató de sacármelo de encima”, contaba ella), por lo que ambos, es decir Neruda y García Lorca, rodaron por la escalera.
Salvador Novo, cercano al poeta español, confirmaba esto último. “En todo caso”, concluye Álvaro Abós, “el relato de Neruda equivoca el color de pelo de Blanca Luz, que no era entonces rubio sino moreno y peinado con una larga trenza.”
No podría decirse, sin embargo, que Neruda mintió, y aunque la verdad poética suele imponerse a la verdad histórica hay en este caso dos maneras líricas de observar lo ocurrido esa noche de comienzos de los años treinta, en que el Ejercicio plástico de Siqueiros fue mostrado a todos y que provocó, según se ve, otras plasticidades, como esa de un poeta, o dos, que ruedan por la escalera; o esa otra anterior de dos poetas, y no uno ni tres, que hacen el amor a la luz de las estrellas en una alta torre.
En un tomo inédito de memorias el editor de la revista mexicana América, Marco Antonio Millán, narra un incidente similar con Neruda como protagonista: un paseo en lancha en el lago de Chapultepec durante el cual Neruda se levanta impetuoso para abrazar a la esposa de Millán y ella, sorprendida y medio “ranchera”, lo detiene y hace que el poeta caiga al agua. La esposa de Millán contaba esto de modo diferente: fue su marido quien descubrió las intenciones de Neruda por abrazarla y empujó, celoso y molesto, al poeta.
Las dos versiones, en este caso, dan como caído al chileno, sólo se modifica la intención: la dama tímida o el marido celoso. En el otro, la poetisa es cómplice del abrazo anhelante o se mantiene a la defensiva. Si ya le había pellizcado la nalga, ¿qué hacía con Neruda en lo alto de una torre?
Se piensan estas cosas mientras viaja uno en autobús rumbo al aeropuerto de Ezeiza y al paso se miran los contenedores, en la despedida de un Ejercicio plástico que merecería mejor suerte y un Buenos Aires querido.
Mayo 2006
Cuando empieza uno a despedirse de Buenos Aires y toma la autopista en dirección al aeropuerto internacional de Ezeiza, verá en alguna parte un terreno en donde se apilan, como fichas de dominó, contenedores de esos que viajan en barco y luego son colocados en tráilers para cumplir en la carretera sus destinos regularmente lentos pero ciertos. Ese último paisaje porteño lleva a recordar que en uno de esos contenedores, aunque acaso en otra zona de la ciudad, permanece encerrado y en continuo deterioro el mural que David Alfaro Siqueiros pintó en los años treinta y que se titula Ejercicio plástico.
La historia es conocida; y común es también la resignación de que el mural se pierda, sujeto a disputas legales en las que nada se concluye.
Álvaro Abós reseña al respecto, en Al pie de la letra: guía literaria de Buenos Aires (2000), una fiesta que Natalio Botana, director y propietario del diario Crítica, ofreció en homenaje a Siqueiros, quien había terminado el mural en los sótanos de la mansión del empresario uruguayo en la quinta de Don Torcuato, fiesta a la que asistieron, entre muchos otros, el mismo Siqueiros y su mujer, la poeta uruguaya Blanca Luz Brum; y Pablo Neruda, Federico García Lorca y Salvador Novo.
En algún momento de la noche se suscitó un curioso triángulo, cuando Blanca Luz Brum, Neruda y García Lorca caminaron hacia la piscina y subieron por una torre que por ahí se ubicaba. Según Neruda, él atrajo de inmediato los suspiros de la poeta, que cayó en sus brazos. Cuenta el episodio en su tomo de memorias Confieso que he vivido (1974). Dice el chileno que arriba, en el mirador más alto de la torre, los tres, poetas de diferentes estilos, se quedaron separados del mundo. “El ojo azul de la piscina brillaba desde abajo. Más lejos se oían las guitarras y las canciones de la fiesta. La noche, encima de nosotros, estaba tan cercana y estrellada que parecía atrapar nuestras cabezas, sumergirlas en su profundidad.”
Tomó Neruda en sus brazos a la muchacha alta y dorada, “y, al besarla, me di cuenta de que era una mujer carnal y compacta, hecha y derecha”. Ante la sorpresa de García Lorca, la pareja se tendió en el suelo del mirador, y ya comenzaba Neruda a desvestir a la poeta cuando advirtió “los ojos desmesurados de Federico, que nos miraba sin atreverse a creer lo que estaba pasando”.
—¡Largo de aquí! —le grita Neruda—. ¡Ándate y cuida de que no suba nadie por la escalera!
Cierra así Neruda el cuento: “Mientras el sacrificio al cielo estrellado y a Afrodita nocturna se consumaba en lo alto de la torre, Federico corrió alegremente a cumplir su misión de celestino y centinela, pero con tal apresuramiento y tan mala fortuna que rodó por los escalones oscuros de la torre. Tuvimos que auxiliarlo mi amiga y yo, con muchas dificultades. La cojera le duró quince días”.
Pero hay una versión muy distinta del incidente, la de la poeta, de quien se decía, por cierto, que tenía amores ya con Natalio Botana. Ella parece haber sufrido primero, durante la fiesta, un pellizco en una nalga por parte de un ebrio Pablo Neruda, lo que la llevó a exclamar: “Natalio, cuidá la casa que hay muchos poetas sueltos”; y luego un acoso erótico, quizá en la torre, que llevó a García Lorca a intervenir y forcejear con Neruda (“trató de sacármelo de encima”, contaba ella), por lo que ambos, es decir Neruda y García Lorca, rodaron por la escalera.
Salvador Novo, cercano al poeta español, confirmaba esto último. “En todo caso”, concluye Álvaro Abós, “el relato de Neruda equivoca el color de pelo de Blanca Luz, que no era entonces rubio sino moreno y peinado con una larga trenza.”
No podría decirse, sin embargo, que Neruda mintió, y aunque la verdad poética suele imponerse a la verdad histórica hay en este caso dos maneras líricas de observar lo ocurrido esa noche de comienzos de los años treinta, en que el Ejercicio plástico de Siqueiros fue mostrado a todos y que provocó, según se ve, otras plasticidades, como esa de un poeta, o dos, que ruedan por la escalera; o esa otra anterior de dos poetas, y no uno ni tres, que hacen el amor a la luz de las estrellas en una alta torre.
En un tomo inédito de memorias el editor de la revista mexicana América, Marco Antonio Millán, narra un incidente similar con Neruda como protagonista: un paseo en lancha en el lago de Chapultepec durante el cual Neruda se levanta impetuoso para abrazar a la esposa de Millán y ella, sorprendida y medio “ranchera”, lo detiene y hace que el poeta caiga al agua. La esposa de Millán contaba esto de modo diferente: fue su marido quien descubrió las intenciones de Neruda por abrazarla y empujó, celoso y molesto, al poeta.
Las dos versiones, en este caso, dan como caído al chileno, sólo se modifica la intención: la dama tímida o el marido celoso. En el otro, la poetisa es cómplice del abrazo anhelante o se mantiene a la defensiva. Si ya le había pellizcado la nalga, ¿qué hacía con Neruda en lo alto de una torre?
Se piensan estas cosas mientras viaja uno en autobús rumbo al aeropuerto de Ezeiza y al paso se miran los contenedores, en la despedida de un Ejercicio plástico que merecería mejor suerte y un Buenos Aires querido.
Mayo 2006
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