lunes, febrero 06, 2006

MATARÍA POR ELLA

Para muchos el cómic sigue siendo un territorio sólo infantil o adolescente, aun cuando desde los años ochenta del siglo pasado (o quizá antes) han surgido extraordinarios narradores o novelistas gráficos. Hay la idea de que el dibujo suaviza el texto y hace más sencilla la lectura, una buena manera de entretenerse o instruirse sin forzar demasiado la inteligencia (arte para la infancia o para las masas, lo etiquetan, en todo caso una subcultura), pero cuando la imagen es compleja y lo que se lee en los alrededores de la ilustración o dentro de ella son diálogos agudos o prosa bien escrita, entramos a un terreno quizá menos confortable para quienes se fatigan con lo profundo pero sin duda más atractivo y enriquecedor.
El comic book, escribió Will Eisner, “consiste en un montaje de palabra e imagen, y por tanto exige del lector el ejercicio tanto de su facultad visual como verbal. Las particularidades del dibujo (v.b., perspectiva, simetría, pincelada) y las particularidades de la literatura (v.b., gramática, argumento, sintaxis) se superponen unas a otras. La lectura del comic book es un acto de doble vertiente: percepción estética y recreación intelectual”.
Eisner no sólo teorizó sobre el cómic, al que consideró como una rama del “arte secuencial”, sino que ejerció con brillantez, ya sea con las historias (o historietas) de The Spirit, piezas magistrales de sólo siete páginas, o con novelas gráficas de largo aliento como El soñador, El muro o Crepúsculo en Sunshine City. Fue uno de los maestros del oficio, uno de los grandes. Como lo son, también, Milo Manara o Moebius en Europa. O tantos más en la industria estadounidense o en el “manga” japonés.
Algo similar a lo que se pensaba del cine, que serviría para popularizar las historias literarias, se dijo en los comienzos del cómic. Pero uno como el otro mostraron que con sus códigos propios, con su lenguaje particular, llegaban a experiencias artísticas totales, cuando se les entiende no como vacías formas de entretenimiento (a la caza de consumidores) sino como amplios espacios de comunicación. Si se realiza sin riesgos formales, igual de insatisfactorio resulta ver la novela Ulises de James Joyce en la pantalla que una buena novela gráfica convertida en una gris cinta hollywoodense; si se busca, en cambio, algo equiparable al original, el resultado puede asombrar. La trivialización no está, pues, en el medio utilizado sino en la forma en que se le aborda. En este sentido hasta la televisión (con su actual perfil idiota) podría servir para comunicarse.
Si se dice que el cómic “maduró” esto tampoco significa que se haya vuelto serio sino que sus registros se ampliaron. Alguien que empujó estos cambios, como escritor y dibujante, es Frank Miller. En una nota final al Wolverine que ilustró en 1987 para Marvel (con argumento de Chris Claremont), prepara a niños y jóvenes a modos menos inocentes de enfrentarse a estos libros de monitos. Escribe: “Quizás habrás visto algún reportaje en tu periódico local o en la televisión, en donde se hable de la nueva tendencia de los cómics. Muchos de ellos tienen una característica intensa y una sofisticación en la trama, dignas de las mejores novelas. Tal vez ya has oído hablar de Moonshadow de Marvel, o Watchmen de DC. Los cómics han crecido y expanden sus límites para incluir historias que puedan disfrutar personas de todas las edades”.
Entre las obras en donde aparece la firma de Miller, como escritor o dibujante, están El regreso del caballero nocturno (con Klaus Janson y Lynn Varley) y su continuación, el DK2; además, Batman: año uno (con David Mazzuchelli y Richmond Lewis) y Spawn-Batman (ilustrado por Todd McFarlane), y su célebre serie de novelas gráficas Sin City, que está siendo llevada al cine por el mismo Miller y Robert Rodríguez... Supo el autor que este último paso, el de transformar sus cómics en películas, era riesgoso; se hace con regularidad (como ha ocurrido con Batman, Supermán, los Hombres X o los Cuatro Fantásticos convertidos en espectáculos circenses), pero con resultados del todo fallidos, porque del “arte” de una buena historieta poco queda. Las adaptaciones suelen traicionar, además, el espíritu de los protagonistas bajo la explicación de que se pretende producir largometrajes “aptos para todo público”. En ese contexto, un cómic para adultos como Hellblazer degeneró en el mediocre filme veraniego Constantine (Francis Lawrence, 2005), esterilizado (y no estelarizado) por Keanu Reeves.
Con Sin City pudo haber pasado lo mismo. Pero no fue así: entre los cuadros de la pantalla y del cómic no hay gran diferencia. Y también el texto se respetó escrupulosamente. La sordidez de la serie, que hereda esos ambientes de Dashiell Hammett y Raymond Chandler, no sólo sobrevive sino que halla su traducción casi exacta (y temible) en esta primera cinta y la tendrá seguramente en la segunda, si se sigue el mismo método de trabajo. Actores de carreras rutinarias se convirtieron en crudas o carnosas encarnaciones de Marv (Mickey Rourke), Hartigan (Bruce Willis), Nancy Callahan (Jessica Alba) y Goldie (Jaime King)... ¿Quién será en Sin City 2 la femme fatale Ava Lord, esa mujer por la que Dwight (Clive Owen) mataría?
Cuando se acuerda de hacer cine, Hollywood sorprende.

Febrero 2006

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