EL FINAL DEL JUEGO
En la víspera de la Navidad estrenó Steven Spielberg en Estados Unidos la cinta Munich, que llegará a México a principios del 2006. Es un intento más de este millonario fabricante de Hollywood por demostrar que sus habilidades no se limitan a la creación de vacuos entretenimientos (en una época en que el cine es menos arte que espectáculo, y donde el director es gerente o artesano de una previsible montaña rusa) sino que tiene “conciencia social”, como también la creyó tener George Lucas al realizar la saga de Stars Wars, inspirada (por absurdo que parezca) en la guerra de Vietnam... aunque sería complejo dilucidar a favor o en contra de quiénes estaba y cuál fue su lectura final del hecho histórico.
Antes de arriesgarse a ingresar a la sala para ver el filme de Spielberg, habría que tener a mano algunas viejas notas que nos darán acaso asideros para juzgar, luego de que se estrene, el nuevo producto cinematográfico.
Ya hubo un intento fallido porque esa jornada trágica del 5 de septiembre no se olvidara. Ocurrió en Atlanta, en 1996, durante la llamada Olimpiada del Centenario. El día de la inauguración, el 19 de julio, la ceremonia se convirtió en un amplio recuento de esos encuentros deportivos, mas se omitió tocar el asunto de Munich 72. Los deudos, sin embargo, andaban por ahí, y narraron a quien se los encontraba las inútiles peregrinaciones para que en los Juegos del 96 el Comité Olímpico Internacional rindiera homenaje a sus parientes.
Uno de los aparecidos era Gur Weinberg, hijo de Moshe Weinberg, entrenador de lucha israelí. “No deseo tener el sentimiento de que mi padre murió en vano”, decía. “Fue parte de la historia. Sería triste que haya muerto y no se le reconozca por ello.” Otra era Yehudit Salman, hija del asesinado juez de lucha Yosef Futtfreund: “Pensábamos que iban a recordar, que quizá dijeran algo. Han recordado todo en relación con el centenario. Pero hay que recordar las cosas buenas y malas”. Y una más era Ankie Spitzer, esposa del entrenador de esgrima Andrei Spitzer...
¿Pero qué fue exactamente lo que ocurrió? Está en los recortes periodísticos de entonces; y en los libros.
La ciudad es Munich. La fecha, martes 5 de septiembre de 1972. Eran las 4:30 horas en el pabellón 31 de la Villa Olímpica. Un comando de ocho palestinos pertenecientes a la organización extremista Septiembre Negro irrumpió en el pabellón 31. El entrenador Moshe Weinberg reaccionó como padre protector, y se interpuso entre los fedayines y los atletas como muro frágil pues al instante se convirtió en la primera víctima: fue acribillado.
Los segundos que Weinberg logró contener a los terroristas fueron valiosos para muchos atletas que lograron escapar. Diez se quedaron en un departamento, a puerta cerrada. El tiroteo siguió, y a Joseph Romano, levantador de pesas, lo alcanzó una bala fatal que logró traspasar la madera.
¿Músculos contra balas? Debían dejar hacer a los extremistas. Nueve atletas israelíes se convirtieron entonces en rehenes. Hacia las 7:30, hora del desayuno, los deportistas que se alojaban en la Villa Olímpica —aquellos que no escucharon el tiroteo en la madrugada— se dieron cuenta de que algo raro estaba ocurriendo. Las historias empezaron a correr aquí y allá: un grupo terrorista tenía como rehenes a unos atletas de Israel.
Sin embargo, las actividades olímpicas se cumplieron normalmente hasta las 15:30, en que Avery Brundage, presidente del Comité Olímpico Internacional, dispuso la suspensión por 24 horas. Dijo que la muerte de algún atleta decretaría el fin de esos juegos, palabras que después olvidó.
En el pabellón 31 se vivió el terror. Los de Septiembre Negro buscaban negociar: a cambio de los rehenes, exigían la liberación de doscientos prisioneros árabes de las cárceles de Israel.
Los plazos empezaron a correr y a vencerse. El primero, a las 11:00; el segundo, a las 13:00; el tercero, a las 15:00... Al edificio tomado lo rodearon francotiradores alemanes, que esperaban la orden para actuar.
A las 22:00 horas, tres helicópteros despegaron hacia el aeropuerto militar de Fürstengeldbrück, a 80 kilómetros de Munich, donde esperaba un avión con destino a El Cairo y... cinco tiradores de élite de la policía de Munich. El plan de los alemanes fracasó, y originó la masacre de los rehenes así como la muerte de cinco de los ocho palestinos y un policía. Al parecer, al primer disparo estalló como respuesta una granada en uno de los helicópteros. Ese fue el inicio del tiroteo. Ahí cayeron David Berger, Zeev Friedman, Eliezer Halfin, Mark Slavin, Andrei Spitzer, Amitzur Shapiro, Jakov Springer, Rahat Shorn y Yosef Futtfreund.
El miércoles asistieron 80 mil personas a la ceremonia fúnebre en el estadio olímpíco. “The games must go on”, dijo, no obstante, Avery Brundage, presidente del COI, el mismo que ignoró la matanza de Tlatelolco en México 68: “Los juegos deben continuar”. Por disposición oficial, la tragedia debía ser olvidada.
¿En qué habrá convertido el empresario Spielberg el asalto terrorista del grupo Septiembre Negro?, ¿quiénes serán para él aquí los extraterrestres?
Diciembre 2005
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