EL TANGO DEL VIUDO
Habrá quien considere como una enorme paradoja el hecho de que el tormento mayor de Silverio Pérez, a quien Agustín Lara bautizó —en un famoso paso-doble— como el “tormento de las mujeres”, sea no tener ahora a una sola mujer, María de la Paz Domínguez, la “Pachis”, su esposa de siempre, quien falleció hace una semana. Como dice un poema, han vivido juntos tantas cosas que será en verdad difícil vivirlas separados. El de ellos fue uno de esos amores que el mareo de la fama pudo haber destruido, pero no lo hizo (quizá más por Pachis que por Silverio), y el tiempo afianzó hasta un punto en donde se volvieron como las dos partes de un mismo ser.
—Oiga, matador —le pregunté hace diez años, en una visita a la casa en Pentecostés, cerca de Texcoco—, ¿estuvo alguna vez en riesgo su vida conyugal?
El Compadre se retorció en el sillón no por las culpas sino porque venía de ver al peluquero.
—También uno es vanidoso —dijo—. Si no hubiera fama se sentiría uno mal. Hay peligros, sí, cuando uno no anda bien situado en el suelo y hace o dice barbaridades. Por eso hay que ser discreto, sencillo... La altivez, la prepotencia, son cosas malas. La fama descontrola en un principio. A mí me ocurrió cuando empecé a ganar dinero, cuando empecé a ser reconocido. Pero eso es cosa de la juventud, no tiene uno la experiencia. Yo ya estaba casado y cometí muchos errores. Gracias a que tuve en mi casa a una señora que supo aguantar todas mis cosas malas, pude recapacitar y algo de lo poco que tengo se lo debo a ella: era yo un papanatas, me gustaba la diversión, como a todo joven... A todo ser humano le gusta divertirse, que lo alaben, y se marea uno, se vuelve uno tontito. Bendito sea Dios que recapacité, y que ella me hizo recapacitar. Estoy muy feliz de que la tenga a mi lado.
—¿La ha ido queriendo de manera distinta en cada época?
—Ahora la quiero más, no podría vivir sin ella. Nos hemos convertido en una sola persona. El final tiene que venir, pero Dios no quiera... Que esto dure un poco más, para que yo pueda disfrutarla. Prefiero irme antes que ella, no podría vivir sin mi Pachis.
Los diálogos con ella eran igual de abiertos y entrañables. Estábamos en la sala de la casa. María de la Paz llevaba la voz cantante en la conversación, y sólo cuando se empezaban a mencionar las historias amorosas de su marido, él la interrumpía. Para el tema ya tenían puesta en escena: Pachis a veces daba hasta nombres, Silverio todo lo negaba.
—¿Tuvo alguna rival de mucho peligro?
—Ninguna, ninguna. No contestes —interumpía Silverio.
—Le voy a dar un nombre, para empezar. Y se lo digo porque la mujer ya no vive. ¿Qué le parece Rita Hayworth? No hablo de otras porque no sé qué habrá sido de sus vidas, si se casaron, tuvieron hijos...
Pesaron las dos palabras: Rita Hayworth, y guardamos silencio unos segundos. El nombre de la actriz se quedó rebotando por ahí, y la imaginación reconstruyó ese cuerpo divino. El Faraón de Texcoco dijo, poco convencido:
—No, no, hay algo que mi señora ha confundido: una cosa es tener amistad y otra lo que ella piensa.
—¿Pero Rita Hayworth sí fue su amiga?
—Muy superficialmente.
Y aquí Pachis tenía algo que celebrar:
—Una de las más grandes virtudes de Silverio como esposo es que nunca ha aceptado sus desvíos, aunque yo tuviera la evidencia en las narices siempre lo negó, por respeto.
En 1993 María de la Paz Domínguez editó Mi Silverio Pérez, faraón y hombre, un libro escrito en 1953 y que apareció entonces por entregas en la Revista de América. Le interesaba contar, sobre todo, el proceso psicológico que llevó al joven Silverio Pérez a sobreponerse a la muerte en España de su hermano Carmelo para lanzarse al ruedo. Pachis lo vio torear dos veces. Una al principio del noviazgo hacia 1937, otra en la despedida en 1953.
—¿Y sí fue dura la convivencia con Silverio?
—Estar casada con un hombre triunfador es difícil, por el entorno, todo lo posterior a la fiesta de toros y que era consecuencia de lo mismo: el traje de luces, el éxito, ganaba mucha lana... Para que se hubiera abstenido de tener esas experiencias extramaritales, pues necesitaba haber sido maricón. La tentación era muy fuerte. Claro, esto lo ve uno a través de los muchos años, ya tamizado. Dice uno: era natural. Pero cuando lo está uno viviendo, caray...
—El tiempo los fue uniendo.
—Este es el resultado de muchos años de perdonarnos mutuamente nuestros diversos errores. Lo que nos aterroriza es saber cuál es el que se va a quedar, porque sabemos que el sobreviviente no va a durar mucho. Somos como una vía de tren: un riel sin el otro no sirve para nada. Estamos tan unidos, somos ya una misma cosa, nos hemos fundido.
Acaso una de estas noches musitará Silverio Pérez con Pablo Neruda estos versos tristes del “Tango del viudo”: “Cuánta sombra de la que hay en mi alma daría por recobrarte, / y qué amenazadores me parecen los nombres de los meses, / y la palabra invierno qué sonido de tambor lúgubre tiene”.
Noviembre 2005
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