viernes, marzo 03, 2006


RUMBO A TRISTRAM SHANDY

Los viajes en taxi suelen ser experiencias desconcertantes. Claro que es peor el metro, y peor que el metro el microbús con sonido estereofónico y en la frecuencia tropical; y peor que el microbús, estar en un automóvil sobre Insurgentes atrapado en un congestionamiento a quince centímetros por hora... Lo malo o lo bueno de lo malo (en disgustos se rompen genes) es que siempre hay algo que lo iguale o supere. El consuelo de quien tiene una suerte atroz es encontrar en el vecino a uno que realmente sufre. Las experiencias arriba referidas pueden ser desastrosas pero no implican, hasta aquí, la muerte. Ante ella no hay nada que hacer; o sí, cobrar el seguro.
Habría que abandonar lo misceláno y centrarse o concentrarse en la escritura para abordar un taxi, intención primera de estas líneas. Decía, por cierto, Laurence Sterne que las digresiones eran el alma de la conversación, más es recomendable tener alguna idea de hacia dónde se viaja, aunque haya algunos desvíos y se demore la llegada. Alguien, escuché, ha estado filmando la novela Tristram Shandy, de Sterne, y copia o adapta el esquema digresivo sterneiano (para desternillarse, precisamente, de la risa): si el narrador no avanza en el relato de su vida y demora incluso las circunstancias de su nacimiento, el director y sus acompañantes en el rodaje se encuentran con múltiples distracciones que les impiden llegar a buen fin, o los llevan a un final provechoso pero no el esperado o deseable.
La red cibernética aporta datos instantáneos respecto a esa adaptación. El título completo es Tristram Shandy: A Cock and Bull Story (¿una historia de gallos y de toros?, ¿una historia de penes y de burlas?), y la dirige (o extravía) Michael Winterbottom. Tiene fecha de terminación del 2005, es decir que ya está lista, se estrenó en Europa y cumple ahora una discreta corrida comercial en los Estados Unidos de Nortearmórica. En filmaffinity.com está la ficha técnica y un par de comentarios de los cibernautas: uno, davizin (santanderino), cree que Winterbottom perdió el “oremus”, y asegura que hasta se le quitaron las ganas de leer el libro; el otro, charlyr2d2 (de Palma de Mallorca), se divirtió como enano y la describe como una comedia, sí, pero con clase (lo que sea que esto signifique). E incluso la califica; le pone 8.75.
Por esa página de afinidades fílmicas puede arribarse, vía los hipervínculos, a www.tristramshandymovie.com, en donde aparece un tío (como dirán en España) de espaldas a la pantalla, con peluca blanca de otro siglo y ropa de época pero zapatos tenis, en una silla roja plegable de estudio cinematográfico y con un teléfono celular en la diestra. A la derecha, el título de la cinta y la advertencia de que se está exhibiendo en ciudades selectas (entre las que no puede contarse ninguna de la juarista República mexicana); a la izquierda hay unos iconos que simulan ser los símbolos de siempre de un escritorio computarizado (my computer, recycle bin, e-mail), puestos como de broma. El de la silla, se lee en el respaldo, es la estrella del largometraje; y su nombre es Steve Coogan. Se ocupa de encarnar a Tristram Shandy. Lo estelariza o lo esteriliza. No sabemos.
Otro icono abre un libro virtual que muestra un índice con un prefacio, cuatro volúmenes y un par de apéndices. En el volumen dos está el trailer, en donde se ve claramente que si la novela refiere la imposibilidad de escribir una novela, la película se dedicará a eso mismo pero en cinematografía. Están los dos niveles: el discurso esquivo que es más bien un decurso; y lo que ocurre en los sets y los diálogos con los actores o con los distintos implicados, quizá como sucede en La amante del teniente francés (The French Lieutenant’s Woman, Karel Reisz, 1981) o en Perdidos en La Mancha (Lost in La Mancha, Keith Fulton-Louis Pepe, 2002), que cuenta el fracaso de Terry Gilliam por realizar una adaptación de Don Quijote. Alguien dice por ahí, en A Cock and Bull Story, que están intentando filmar un libro por muchos calificado como infilmable, lo que es cierto, ya que Tristram Shandy es de la estirpe, por poner un referente del siglo XX, del Finnegans Wake (1939), de James Joyce, en los que la palabra es un devenir, un flujo incluso menstrual y monstrual, de ríos que discurren más allá de lo de Eva y Adán... En esos dos tomos de lomo ancho la palabra estalla (está allá), se derrumba.
Apunta Andrew Wright que “no es exagerado decir que de todos los novelistas ingleses de primera fila del siglo XVIII, ha sido Sterne el que ha ejercido un influjo más penetrante en la literatura del siglo XX”, y cita como ejemplos ilustres a Joyce, Virginia Woolf, Samuel Becket y Michel Butor. Agréguese a la lista, como color local, a Fernando del Paso, que en Palinuro de México (1977) tiene un capítulo doce dedicado a la erudición del primo Walter y las manzanas de Tristram Shandy... Mas Del Paso llegó a lo sterneiano sin haber leído a Sterne, y lo asumió cuando un amigo le hizo ver que su borrador sonaba al Tristram Shandy. Corrió de inmediato a una librería londinense (que era donde vivía) y adquirió su ejemplar, que lo fue de veras: le enseñó algo a lo que había llegado por otras rutas, quizá por Joyce...
En esos mismos años Javier Marías cocinaba su excelente traducción de La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy, publicada en 1978 por Alfaguara, en un tomo de pasta dura que reproduce con gran fidelidad las páginas negras que lloran la muerte, ¡ay!, del pobre Yorick.

Febrero 2006

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