LAS DICTADURAS DEL BALOMPIÉ
Quienes disfrutan de los partidos de futbol y creen, con Albert Camus, que el balompié es un buen espacio para conocer al hombre, pero rechazan el aparato comercial y mediático que se ha creado a su alrededor, con el más imbécil nacionalismo siempre acechando y en donde publicidad y propaganda se confunden de forma grotesca (hasta encontrar en la prensa a un presidente cocacolero con el rostro pintado como fanático), podrían revisar por estos días algunas historias sobre los usos sociales de ese deporte, por ejemplo en los regímenes militares de Argentina, para descubrir que no hay inocencia alguna en las pasiones futbolísticas.
En un libro reciente, Futbol y cultura política en la Argentina: identidades en crisis (Leviatán, 2006), Roberto di Giano relata un proceso que arranca en 1955, cuando la insurrección militar depone a Juan Domingo Perón, y sigue, de algún modo, hasta el presente. En ese lapso el estilo argentino de enfrentar el futbol, con el “poder de improvisación de algunos jugadores” como su mejor insignia, se fue desdibujando ante la llegada tanto fuera como dentro de la cancha de los “científicos”, para quienes, como en lo social, el individuo se convirtió en una pieza más de un sistema que debía funcionar con orden y disciplina, y donde la picardía, el gran “derroche de insolencias” que hace de cada partido una aventura, empezó a ser castigada.
No es sólo que el futbol reflejara los cambios sociales sino que las dictaduras se metieron directamente al vestidor porque entendieron que el modelo implantado ahí se convertiría, a través de la prensa deportiva, en una pauta a seguir.
Una parte de este cambio implicó el rechazo de lo propio (para marcar sus distancias con el peronismo populista), y el interés por la forma inglesa de estructurar el deporte; otro punto fue “mejorar” las características físicas del jugador (por las “malas condiciones naturales” de los argentinos), porque sólo así podrían enfrentrarse a los fornidos europeos, ya que según esto el futbol moderno exigía atacantes de mucha estatura, mucho peso y mucho remate de larga distancia.
Una rara mezcla de jugadores del viejo y el nuevo estilo fue al Mundial de Suecia en 1958, y el fracaso de esa experiencia sirvió para que se intentaran reformas más radicales (que tampoco funcionaron en Chile 62), como un diseño organizativos diferente de los clubes; se empezó a trabajar con parámetros como la división de tareas, la disciplina y la regularidad. Escribe Di Giano: “Uno de los aspectos más notables del cambio institucional fue la creciente centralización de su funcionamiento y la reglamentación cada vez más precisa de las actividades de los jugadores. Esas normas involucraban tanto el entrenamiento asiduo como las concentraciones, la regulación de la alimentación y la actividad sexual, cuestiones que afectaron considerablemente la vida cotidiana de los deportistas. Los dirigentes validaron la función de los expertos como encargados de regimentar, planificar y controlar la conducta de los jugadores no sólo en su área específica de trabajo, sino también en sus relaciones familiares y de amistad. De esa manera, los controles se ejercieron sin ningún tipo de inhibiciones, desbordando los límites de las asociaciones deportivas ya que abarcaban también la vida privada de los deportistas”.
El presidente del Boca Juniors, el empresario Alberto Jacinto Armando, declaró en 1963: “Nosotros no usamos a nuestros jugadores como elementos para el futbol nada más. Queremos fabricar hombres útiles para el futbol y para la sociedad”.
Los viejos cronistas reaccionaron ante esta embestida porque veían en ello muchas pérdidas, como el bloqueo de la espontaneidad y la creatividad del jugador argentino... y los viejos cronistas fueron desplazados. Esta otra metamorfosis la estudia también Di Giano en el capítulo que dedica a la revista El Gráfico. En un año, el de 1962, el semanario pasó de ser un medio que defendía los valores deportivos tradicionales a uno de los voceros principales de la nueva manera de percibir y evaluar el deporte, y esto por un hábil cambio de mando: la desvinculación del tradicionalista Dante Panzeri y la llegada del moderno J.C. Pasquato, cuyo alias era Juvenal.
Concluye al respecto Di Giano: “Vale señalar que el intento de desestructuración de la identidad del jugador argentino, promovido por la revista El Gráfico, se convirtió en uno de los elementos centrales para facilitar la expansión de ciertas ideas y patrones de conducta mediante los cuales el cuestionado futbolista local obtendría el privilegio de pertenecer, de allí en adelante, al mundo deportivo civilizado”.
Esto que estudia seriamente Roberto di Giano, profesor de la Universidad de Buenos Aires, y escribe con severa prosa académica, tiene una sustancia trágica significativa por el cambio de valores de una sociedad que impusieron tanto las lógicas del militar como del empresario. Es decir, de 1955 a los años sesenta la derecha en el poder buscó por todos los medios desarticular al futbol argentino, alejándolo de sus raíces para hacerlo “moderno” o “científico”... que era como intentar convertir al tango en un vals vienés.
Junio 2006
Quienes disfrutan de los partidos de futbol y creen, con Albert Camus, que el balompié es un buen espacio para conocer al hombre, pero rechazan el aparato comercial y mediático que se ha creado a su alrededor, con el más imbécil nacionalismo siempre acechando y en donde publicidad y propaganda se confunden de forma grotesca (hasta encontrar en la prensa a un presidente cocacolero con el rostro pintado como fanático), podrían revisar por estos días algunas historias sobre los usos sociales de ese deporte, por ejemplo en los regímenes militares de Argentina, para descubrir que no hay inocencia alguna en las pasiones futbolísticas.
En un libro reciente, Futbol y cultura política en la Argentina: identidades en crisis (Leviatán, 2006), Roberto di Giano relata un proceso que arranca en 1955, cuando la insurrección militar depone a Juan Domingo Perón, y sigue, de algún modo, hasta el presente. En ese lapso el estilo argentino de enfrentar el futbol, con el “poder de improvisación de algunos jugadores” como su mejor insignia, se fue desdibujando ante la llegada tanto fuera como dentro de la cancha de los “científicos”, para quienes, como en lo social, el individuo se convirtió en una pieza más de un sistema que debía funcionar con orden y disciplina, y donde la picardía, el gran “derroche de insolencias” que hace de cada partido una aventura, empezó a ser castigada.
No es sólo que el futbol reflejara los cambios sociales sino que las dictaduras se metieron directamente al vestidor porque entendieron que el modelo implantado ahí se convertiría, a través de la prensa deportiva, en una pauta a seguir.
Una parte de este cambio implicó el rechazo de lo propio (para marcar sus distancias con el peronismo populista), y el interés por la forma inglesa de estructurar el deporte; otro punto fue “mejorar” las características físicas del jugador (por las “malas condiciones naturales” de los argentinos), porque sólo así podrían enfrentrarse a los fornidos europeos, ya que según esto el futbol moderno exigía atacantes de mucha estatura, mucho peso y mucho remate de larga distancia.
Una rara mezcla de jugadores del viejo y el nuevo estilo fue al Mundial de Suecia en 1958, y el fracaso de esa experiencia sirvió para que se intentaran reformas más radicales (que tampoco funcionaron en Chile 62), como un diseño organizativos diferente de los clubes; se empezó a trabajar con parámetros como la división de tareas, la disciplina y la regularidad. Escribe Di Giano: “Uno de los aspectos más notables del cambio institucional fue la creciente centralización de su funcionamiento y la reglamentación cada vez más precisa de las actividades de los jugadores. Esas normas involucraban tanto el entrenamiento asiduo como las concentraciones, la regulación de la alimentación y la actividad sexual, cuestiones que afectaron considerablemente la vida cotidiana de los deportistas. Los dirigentes validaron la función de los expertos como encargados de regimentar, planificar y controlar la conducta de los jugadores no sólo en su área específica de trabajo, sino también en sus relaciones familiares y de amistad. De esa manera, los controles se ejercieron sin ningún tipo de inhibiciones, desbordando los límites de las asociaciones deportivas ya que abarcaban también la vida privada de los deportistas”.
El presidente del Boca Juniors, el empresario Alberto Jacinto Armando, declaró en 1963: “Nosotros no usamos a nuestros jugadores como elementos para el futbol nada más. Queremos fabricar hombres útiles para el futbol y para la sociedad”.
Los viejos cronistas reaccionaron ante esta embestida porque veían en ello muchas pérdidas, como el bloqueo de la espontaneidad y la creatividad del jugador argentino... y los viejos cronistas fueron desplazados. Esta otra metamorfosis la estudia también Di Giano en el capítulo que dedica a la revista El Gráfico. En un año, el de 1962, el semanario pasó de ser un medio que defendía los valores deportivos tradicionales a uno de los voceros principales de la nueva manera de percibir y evaluar el deporte, y esto por un hábil cambio de mando: la desvinculación del tradicionalista Dante Panzeri y la llegada del moderno J.C. Pasquato, cuyo alias era Juvenal.
Concluye al respecto Di Giano: “Vale señalar que el intento de desestructuración de la identidad del jugador argentino, promovido por la revista El Gráfico, se convirtió en uno de los elementos centrales para facilitar la expansión de ciertas ideas y patrones de conducta mediante los cuales el cuestionado futbolista local obtendría el privilegio de pertenecer, de allí en adelante, al mundo deportivo civilizado”.
Esto que estudia seriamente Roberto di Giano, profesor de la Universidad de Buenos Aires, y escribe con severa prosa académica, tiene una sustancia trágica significativa por el cambio de valores de una sociedad que impusieron tanto las lógicas del militar como del empresario. Es decir, de 1955 a los años sesenta la derecha en el poder buscó por todos los medios desarticular al futbol argentino, alejándolo de sus raíces para hacerlo “moderno” o “científico”... que era como intentar convertir al tango en un vals vienés.
Junio 2006
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