UN POEMA APOCALÍPTICO
Teóricamente, tendría Camille Paglia dos armas poderosas para enfrentarse a la lectura de la cinta Los pájaros (The Birds, 1963), de Alfred Hitchcock. Una es su feminismo militante, y la otra su condición pública de lesbiana. Esto segundo le sirve para compartir con el cineasta su gusto por las mujeres, y admirar a tres que aparecen en el filme: Tippi Hedren (Melanie Daniels), Suzanne Pleshette (Annie Hayworth) y Jessica Tandy (Lydia Brenner), quienes se disputan (como pretendientes o como madre yocastiana) los favores del anodino Rod Taylor (Mitch Brenner) y sufren a una adolescente siempre en crisis de nervios, Veronica Cartwright (Cathy Brenner), a la que Paglia querría evitar por parecerle odiosa... y tiene razón: esta pequeña actriz había llorado también frenéticamente en La calumnia (The Children’s Hour, 1961) y lo seguirá haciendo a lo largo de su carrera; se le ve así, por ejemplo y ya mayorcita, en Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) antes de ser destrozada por el extraterrestre, papel (de alien) que en este caso hubiera querido interpretar Paglia, quien dice de Cathy: “¡Me habría gustado darle una cachetada!”.
Puesta a un lado la chica Brenner (que no distingue cuál de los periquitos es hembra y cuál macho, señal de su inocencia), quedan las otras tres. Cita Paglia la definición de Los pájaros de Fellini como “poema apocalíptico”, y propone esta complementaria: una oda perversa al atractivo sexual de la mujer. En cuyo centro estaría, sobre todo, Tippi Hedren, a quien Hitchcock rescató del comercial televisivo de una bebida dietética y contrató en condiciones ventajosas para él y los estudios, y harto difíciles para la actriz, que sufrió ese contrato por varios años, luego de su rompimiento con el director, que cumplió la amenaza de hundirla en su carrera.
En la primavera de esa relación el ejercicio pigmaliónico abarcó todo: fue como sacarla del arroyo y crearla completamente, controlar su vestuario no sólo de set sino de la vida diaria (con diseños de Edith Head), estar al tanto de su desenvolvimiento social (saber a quién veía y a qué hora) y cuidar cada movimiento o gesto suyo frente a la cámara: un control total, absoluto.
Un proyecto no filmado por Luis Buñuel consistía en otorgar a los actores el comportamiento de algún insecto, y que la cinta, sin que el espectador estuviera en principio enterado de ello, se convirtiera en un paisaje entomológico con apariencia de realidad común. Esto ocurre en Los pájaros. Dice Camille Paglia que la Melanie Daniels que vemos al principio “es el cuervo, y sus tacones altos, semejantes a estiletes, son las garras de su naturaleza rapaz”. Cuando conversa con Mitch en la tienda de animales, sostiene en la mano un lápiz, que a veces se incrusta en el cabello como si fuera parte de su fisonomía, cual pico amenazante. El galán percibe sus transformaciones, y por eso le dice en algún momento: “Te devuelvo a tu jaula dorada, Melanie Daniels”.
A partir de los diálogos de Melanie y Mitch en la tienda de animales, Camille Paglia llega a otro punto central en la filmografía de Hitchcock: el entendimiento de que para el cineasta británico hay variedades de “pájaros de amor” (“love birds”), es decir distintas formas de ejercer la atracción amorosa, que es algo que Hitchcock, en apariencia monógamo y cándido en la práctica sexual, entendió desde muy joven. Paglia habla de las convencionales pero ilícitas o forzadas parejas heterosexuales de Inocencia y juventud (Young and Innocent, 1937) o Rebeca (Rebecca, 1940), y de los apareamientos homoeróticos de La soga (Rope, 1948) y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951), o los lazos incestuosos que Psicosis (Psycho, 1960) hereda a Los pájaros... Pero ese punto puede rastrearse en toda la obra, mapa de combinaciones amatorias no infinitas pero sí abundantes. En el caleidoscopio social que se dibuja desde el patio trasero de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), están los recién casados y los ancianos que han vivido toda su vida juntos, la solterona quedada y la joven bailarina acosada por los lobos, el compositor solitario... y una feliz pareja de mujeres, quienes toman el sol en la terraza con los pechos al aire.
En Los pájaros dominan las mujeres. A Camille Paglia la sorprende Jessica Tandy, cuya voz pasa en sus diálogos “por una asombrosa gama de ritmos, tonos y variaciones”; la seduce Tippi Hedren, por esa Melanie Daniels pretenciosa y tonta, “para mí, irresistiblemente encantadora”; y entiende al personaje de Suzanne Pleshette, también una cazadora, que “vive como una viuda desolada cuyos hijos (que no tiene) son reemplazados por los alumnos”. Se pregunta Paglia si “es la furia de las aves una exteriorización de las soterradas animosidades y de los celos criminales del triángulo femenino”, y la respuesta parece afirmativa.
Los destinos de ellas tienen como cifra ese momento en que una gaviota se estrella contra la puerta de la casa de Annie, la maestra, y al descubrirla ella dice: “Pobrecita, probablemente perdió el rumbo en la oscuridad”, y Melanie responde: “Pero si no está oscuro, Annie, hay luna llena”.
Las mujeres construyen sus derrotas. Melanie es primero la acosadora del galán, luego la dueña de la casa (una vez que ha derribado a Annie, la ex novia, y a la madre), después la que sufre el mayor ataque y termina en los brazos de Lydia como nueva hija, en una vuelta a esa jaula familiar de la que fue expulsada cuando pequeña, cárcel de amor cuyo encierro implica triunfo y derrota. Cierra Paglia: “Los pájaros no es sino una pelea entre los ‘pájaros de amor’ y lo que Truffaut llama los ‘pájaros de odio’, una batalla entre múltiples, contradictorios impulsos”.
El feminismo de Paglia se vence ante la profundidad de la mirada de Hitchcock en torno a estas feroces damas depredadoras.
Agosto 2006
Teóricamente, tendría Camille Paglia dos armas poderosas para enfrentarse a la lectura de la cinta Los pájaros (The Birds, 1963), de Alfred Hitchcock. Una es su feminismo militante, y la otra su condición pública de lesbiana. Esto segundo le sirve para compartir con el cineasta su gusto por las mujeres, y admirar a tres que aparecen en el filme: Tippi Hedren (Melanie Daniels), Suzanne Pleshette (Annie Hayworth) y Jessica Tandy (Lydia Brenner), quienes se disputan (como pretendientes o como madre yocastiana) los favores del anodino Rod Taylor (Mitch Brenner) y sufren a una adolescente siempre en crisis de nervios, Veronica Cartwright (Cathy Brenner), a la que Paglia querría evitar por parecerle odiosa... y tiene razón: esta pequeña actriz había llorado también frenéticamente en La calumnia (The Children’s Hour, 1961) y lo seguirá haciendo a lo largo de su carrera; se le ve así, por ejemplo y ya mayorcita, en Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) antes de ser destrozada por el extraterrestre, papel (de alien) que en este caso hubiera querido interpretar Paglia, quien dice de Cathy: “¡Me habría gustado darle una cachetada!”.
Puesta a un lado la chica Brenner (que no distingue cuál de los periquitos es hembra y cuál macho, señal de su inocencia), quedan las otras tres. Cita Paglia la definición de Los pájaros de Fellini como “poema apocalíptico”, y propone esta complementaria: una oda perversa al atractivo sexual de la mujer. En cuyo centro estaría, sobre todo, Tippi Hedren, a quien Hitchcock rescató del comercial televisivo de una bebida dietética y contrató en condiciones ventajosas para él y los estudios, y harto difíciles para la actriz, que sufrió ese contrato por varios años, luego de su rompimiento con el director, que cumplió la amenaza de hundirla en su carrera.
En la primavera de esa relación el ejercicio pigmaliónico abarcó todo: fue como sacarla del arroyo y crearla completamente, controlar su vestuario no sólo de set sino de la vida diaria (con diseños de Edith Head), estar al tanto de su desenvolvimiento social (saber a quién veía y a qué hora) y cuidar cada movimiento o gesto suyo frente a la cámara: un control total, absoluto.
Un proyecto no filmado por Luis Buñuel consistía en otorgar a los actores el comportamiento de algún insecto, y que la cinta, sin que el espectador estuviera en principio enterado de ello, se convirtiera en un paisaje entomológico con apariencia de realidad común. Esto ocurre en Los pájaros. Dice Camille Paglia que la Melanie Daniels que vemos al principio “es el cuervo, y sus tacones altos, semejantes a estiletes, son las garras de su naturaleza rapaz”. Cuando conversa con Mitch en la tienda de animales, sostiene en la mano un lápiz, que a veces se incrusta en el cabello como si fuera parte de su fisonomía, cual pico amenazante. El galán percibe sus transformaciones, y por eso le dice en algún momento: “Te devuelvo a tu jaula dorada, Melanie Daniels”.
A partir de los diálogos de Melanie y Mitch en la tienda de animales, Camille Paglia llega a otro punto central en la filmografía de Hitchcock: el entendimiento de que para el cineasta británico hay variedades de “pájaros de amor” (“love birds”), es decir distintas formas de ejercer la atracción amorosa, que es algo que Hitchcock, en apariencia monógamo y cándido en la práctica sexual, entendió desde muy joven. Paglia habla de las convencionales pero ilícitas o forzadas parejas heterosexuales de Inocencia y juventud (Young and Innocent, 1937) o Rebeca (Rebecca, 1940), y de los apareamientos homoeróticos de La soga (Rope, 1948) y Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951), o los lazos incestuosos que Psicosis (Psycho, 1960) hereda a Los pájaros... Pero ese punto puede rastrearse en toda la obra, mapa de combinaciones amatorias no infinitas pero sí abundantes. En el caleidoscopio social que se dibuja desde el patio trasero de La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), están los recién casados y los ancianos que han vivido toda su vida juntos, la solterona quedada y la joven bailarina acosada por los lobos, el compositor solitario... y una feliz pareja de mujeres, quienes toman el sol en la terraza con los pechos al aire.
En Los pájaros dominan las mujeres. A Camille Paglia la sorprende Jessica Tandy, cuya voz pasa en sus diálogos “por una asombrosa gama de ritmos, tonos y variaciones”; la seduce Tippi Hedren, por esa Melanie Daniels pretenciosa y tonta, “para mí, irresistiblemente encantadora”; y entiende al personaje de Suzanne Pleshette, también una cazadora, que “vive como una viuda desolada cuyos hijos (que no tiene) son reemplazados por los alumnos”. Se pregunta Paglia si “es la furia de las aves una exteriorización de las soterradas animosidades y de los celos criminales del triángulo femenino”, y la respuesta parece afirmativa.
Los destinos de ellas tienen como cifra ese momento en que una gaviota se estrella contra la puerta de la casa de Annie, la maestra, y al descubrirla ella dice: “Pobrecita, probablemente perdió el rumbo en la oscuridad”, y Melanie responde: “Pero si no está oscuro, Annie, hay luna llena”.
Las mujeres construyen sus derrotas. Melanie es primero la acosadora del galán, luego la dueña de la casa (una vez que ha derribado a Annie, la ex novia, y a la madre), después la que sufre el mayor ataque y termina en los brazos de Lydia como nueva hija, en una vuelta a esa jaula familiar de la que fue expulsada cuando pequeña, cárcel de amor cuyo encierro implica triunfo y derrota. Cierra Paglia: “Los pájaros no es sino una pelea entre los ‘pájaros de amor’ y lo que Truffaut llama los ‘pájaros de odio’, una batalla entre múltiples, contradictorios impulsos”.
El feminismo de Paglia se vence ante la profundidad de la mirada de Hitchcock en torno a estas feroces damas depredadoras.
Agosto 2006
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