ALGUIEN QUE ANDA POR AHÍ
La de Alfred Hitchcock es una figura que siempre anda por ahí. Es de esas obsesiones compartidas que dan poco espacio al sosiego. Reaparece, de pronto, en el teatro, en algún espectáculo basado en Psicosis (Psycho, 1960); o repentinamente en una serie televisiva cuando se escuchan los violines que Bernard Hermann creó para la escena de la ducha del mismo largometraje; o surge en los diarios una lista de los momentos más violentos de la cinematografía, o las diez grandes películas... y por lo regular hay algo suyo.
Ahora mismo está de gira por Inglaterra una copia restaurada por la Filmoteca Británica de Rebeca (Rebecca, 1940), la primera cinta hollywoodense de Hitchcock, con producción de David O. Selznick, fotografía de George Barnes y música de Franz Waxman, y que anticipa momentos y recurrencias sobre todo de los años cincuenta y sesenta, que es cuando el maestro aborda sus piezas mayores. En una de las escenas del arranque, por ejemplo, se ve a Laurence Olivier (en el papel de Maxime de Winter) al borde de un precipicio, mirando hacia el vacío, en actitud similar a la de James Stewart (como John Scottie Ferguson) luego de que Kim Novak (que fue Madeleine Elster y Judy Barton) ha caído nuevamente desde el campanario de la Misión de San Juan Bautista en el cierre de De entre los muertos (Vertigo, 1958).
Si pudiéramos cortar estas tomas, la de Olivier y la de Stewart, y colocarlas una al lado de la otra, se notaría un desencanto parecido: en Rebeca el protagonista vive obsesionado por la muerte de su esposa, de ese nombre, y piensa en el suicidio; en Vértigo, a Stewart le ha sido revelado un juego mortuorio en el que él participó de manera involuntaria (por una trampa de Gavin Elster, compañero de vuelos durante la Segunda Guerra Mundial), lo que implica una cura y un castigo: puede mirar ya a los abismos, pues la acrofobia ha desaparecido, pero sólo para descubrir la enorme oquedad que hay en su interior.
Un tema constante en Hitchcock es el poder de los muertos sobre los vivos, sea la misma Rebeca, que desde ultratumba administra su mansión; o la mítica Carlota Valdés en Vértigo, que marca los pasos de Madeleine; o la madre de Norman Bates en Psicosis, quien ya momificada defiende a su hijo de las mujeres que pudieran causarle tribulaciones.
Mientras la copia restaurada de Rebeca viaja por la Gran Bretaña, en los puestos de periódicos mexicanos empieza a aparecer, quincenalmente, buena parte de la filmografía de Hitchcock, en una colección que arrancó con Psicosis e incluye casi toda su etapa “americana” y está integrada por los mismos DVD de los Estudios Universal que han estado circulando desde hace más de cinco años (y que primero vimos en formato VHS), mas una segunda serie de Warner Brothers lanzada en el 2005 conocida en Estados Unidos como The Alfred Hitchcock Signature Collection.
A estas reapariciones de los filmes de Hitchcock habría que agregar la suma bibliográfica, que tiene una afortunada aportación reciente: el libro sobre Los pájaros (The Birds, 1963) de la feminista Camille Paglia, editado en 1998 por The British Film Institute y que publica en español este 2006 la Editorial Gedisa de Barcelona. Es el trabajo de una seguidora obsesiva: ha visto cientos de veces la película, la ha desmenuzado, recorrió los ámbitos geográficos que en ella aparecen, leyó los libros que sobre la cinta se han escrito, las entrevistas en las que Hitchcock habló de Los pájaros, e incluso llamó por teléfono a Tippi Hedren (el 15 de octubre de 1997) para que le contara de los días de filmación y de sus encuentros y desencuentros con el cineasta, con un acoso físico real, no ficticio, que se prolongó a Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) y del que la actriz no salió muy bien librada.
Es interesante pensar que el movimiento ornitológico no se limita a las aves sino que está representado, también, en los humanos, que durante la primera parte de la película se la pasan picoteándose unos a otros antes de que la “guerra de los pájaros” comience. Ocurre con Tippi Hedren (Melanie Daniels) y Rod Taylor (Mitch Brenner) cuando se encuentran en la tienda de mascotas, y se atacan verbalmente para llamar la atención, como parte de un cortejo amoroso que en esos momentos da inicio; pasa, también, entre Tippi y Suzanne Pleshette (Anne Hayworth), en el encuentro de la novia anterior y la novia actual de Mitch; y hay un enfrentamiento curioso de Melanie Daniels con Jessica Tandy (la señora Brenner), madre posesiva, quien teme que por una mujer su hijo la abandone, y que hereda esos miedos de la señora Bates.
El motivo del “pájaro” tiene, del mismo modo, connotaciones claramente sexuales. El juego de dobles sentidos empieza desde los periquitos (o “pájaros del amor”, como se les conoce en Estados Unidos) que busca Mitch en la tienda de mascotas y en la posibilidad de su apareamiento, y se llega al punto más desconcertante cuando Melanie sube al cuarto de Cathy Brenner y es atacada, lo que parece más bien una violación, con los pájaros “picoteando sus pechos y masticando con furia sus esmaltadas uñas”, como narra el episodio Camille Paglia... escena que se filmó durante una semana y llevó a Tippi Hedren al hospital por una crisis nerviosa, porque estuvo todos esos días encerrada en una jaula llena de aves reales (y no mecánicas, como le habían mentido) y con algunas de ellas sujetas de sus patas con elásticos a las ropas de la actriz para que no pudieran escapar.
La pesadilla cinematográfica ocultaba el deseo mórbido de Hitchcock por poseer a la dama.
Julio 2006
La de Alfred Hitchcock es una figura que siempre anda por ahí. Es de esas obsesiones compartidas que dan poco espacio al sosiego. Reaparece, de pronto, en el teatro, en algún espectáculo basado en Psicosis (Psycho, 1960); o repentinamente en una serie televisiva cuando se escuchan los violines que Bernard Hermann creó para la escena de la ducha del mismo largometraje; o surge en los diarios una lista de los momentos más violentos de la cinematografía, o las diez grandes películas... y por lo regular hay algo suyo.
Ahora mismo está de gira por Inglaterra una copia restaurada por la Filmoteca Británica de Rebeca (Rebecca, 1940), la primera cinta hollywoodense de Hitchcock, con producción de David O. Selznick, fotografía de George Barnes y música de Franz Waxman, y que anticipa momentos y recurrencias sobre todo de los años cincuenta y sesenta, que es cuando el maestro aborda sus piezas mayores. En una de las escenas del arranque, por ejemplo, se ve a Laurence Olivier (en el papel de Maxime de Winter) al borde de un precipicio, mirando hacia el vacío, en actitud similar a la de James Stewart (como John Scottie Ferguson) luego de que Kim Novak (que fue Madeleine Elster y Judy Barton) ha caído nuevamente desde el campanario de la Misión de San Juan Bautista en el cierre de De entre los muertos (Vertigo, 1958).
Si pudiéramos cortar estas tomas, la de Olivier y la de Stewart, y colocarlas una al lado de la otra, se notaría un desencanto parecido: en Rebeca el protagonista vive obsesionado por la muerte de su esposa, de ese nombre, y piensa en el suicidio; en Vértigo, a Stewart le ha sido revelado un juego mortuorio en el que él participó de manera involuntaria (por una trampa de Gavin Elster, compañero de vuelos durante la Segunda Guerra Mundial), lo que implica una cura y un castigo: puede mirar ya a los abismos, pues la acrofobia ha desaparecido, pero sólo para descubrir la enorme oquedad que hay en su interior.
Un tema constante en Hitchcock es el poder de los muertos sobre los vivos, sea la misma Rebeca, que desde ultratumba administra su mansión; o la mítica Carlota Valdés en Vértigo, que marca los pasos de Madeleine; o la madre de Norman Bates en Psicosis, quien ya momificada defiende a su hijo de las mujeres que pudieran causarle tribulaciones.
Mientras la copia restaurada de Rebeca viaja por la Gran Bretaña, en los puestos de periódicos mexicanos empieza a aparecer, quincenalmente, buena parte de la filmografía de Hitchcock, en una colección que arrancó con Psicosis e incluye casi toda su etapa “americana” y está integrada por los mismos DVD de los Estudios Universal que han estado circulando desde hace más de cinco años (y que primero vimos en formato VHS), mas una segunda serie de Warner Brothers lanzada en el 2005 conocida en Estados Unidos como The Alfred Hitchcock Signature Collection.
A estas reapariciones de los filmes de Hitchcock habría que agregar la suma bibliográfica, que tiene una afortunada aportación reciente: el libro sobre Los pájaros (The Birds, 1963) de la feminista Camille Paglia, editado en 1998 por The British Film Institute y que publica en español este 2006 la Editorial Gedisa de Barcelona. Es el trabajo de una seguidora obsesiva: ha visto cientos de veces la película, la ha desmenuzado, recorrió los ámbitos geográficos que en ella aparecen, leyó los libros que sobre la cinta se han escrito, las entrevistas en las que Hitchcock habló de Los pájaros, e incluso llamó por teléfono a Tippi Hedren (el 15 de octubre de 1997) para que le contara de los días de filmación y de sus encuentros y desencuentros con el cineasta, con un acoso físico real, no ficticio, que se prolongó a Marnie, la ladrona (Marnie, 1964) y del que la actriz no salió muy bien librada.
Es interesante pensar que el movimiento ornitológico no se limita a las aves sino que está representado, también, en los humanos, que durante la primera parte de la película se la pasan picoteándose unos a otros antes de que la “guerra de los pájaros” comience. Ocurre con Tippi Hedren (Melanie Daniels) y Rod Taylor (Mitch Brenner) cuando se encuentran en la tienda de mascotas, y se atacan verbalmente para llamar la atención, como parte de un cortejo amoroso que en esos momentos da inicio; pasa, también, entre Tippi y Suzanne Pleshette (Anne Hayworth), en el encuentro de la novia anterior y la novia actual de Mitch; y hay un enfrentamiento curioso de Melanie Daniels con Jessica Tandy (la señora Brenner), madre posesiva, quien teme que por una mujer su hijo la abandone, y que hereda esos miedos de la señora Bates.
El motivo del “pájaro” tiene, del mismo modo, connotaciones claramente sexuales. El juego de dobles sentidos empieza desde los periquitos (o “pájaros del amor”, como se les conoce en Estados Unidos) que busca Mitch en la tienda de mascotas y en la posibilidad de su apareamiento, y se llega al punto más desconcertante cuando Melanie sube al cuarto de Cathy Brenner y es atacada, lo que parece más bien una violación, con los pájaros “picoteando sus pechos y masticando con furia sus esmaltadas uñas”, como narra el episodio Camille Paglia... escena que se filmó durante una semana y llevó a Tippi Hedren al hospital por una crisis nerviosa, porque estuvo todos esos días encerrada en una jaula llena de aves reales (y no mecánicas, como le habían mentido) y con algunas de ellas sujetas de sus patas con elásticos a las ropas de la actriz para que no pudieran escapar.
La pesadilla cinematográfica ocultaba el deseo mórbido de Hitchcock por poseer a la dama.
Julio 2006
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