Memoria de un día
Una de las grandes epifanías del Ulises de James Joyce ocurre en el capítulo 17, el de “Ítaca”, cuando en la madrugada y antes de separarse, a sugerencia de Stephen Dedalus éste y su anfitrión, Leopoldo Bloom, orinan en la penumbra, lado a lado, con “sus órganos de micción vueltos recíprocamente invisibles por la interposición manual”, en acto de feliz entendimiento, y ambos observan cómo una estrella se precipita “con gran velocidad aparente a través del firmamento desde Vega en la Lira sobre el cenit más allá del grupo de estrellas de la Trenza de Berenice hacia el signo zodiacal de Leo”.
Por ello en nuestro Bloomsday mexicano, cuando de pronto tres de los peregrinos orinábamos en los baños del Tenampa, cantina en donde nos refugiamos para alimentar un poco el estómago y seguir brindando con cerveza, a la espera de que abriera el cabaret Bombay para el cierre de una jornada que había iniciado a las diez de la mañana, acordamos que el ejercicio de nuestro descargar la vejiga era uno más de los homenajes que dedicábamos ese sábado 16 de junio a la novela. Y se acercaba el fin de la fiesta literaria, acaso dos o tres horas más, para poder decir muy orondos: “Micción cumplida”.
En uno de los apartados del Tenampa, dos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras improvisaron con fragmentos de “Circe”, que uno leyó en inglés y el otro en español… Y hubo luego un espacio para conocernos o reconocernos, porque no sabíamos bien a bien con quiénes estábamos, y se hizo a la manera de los Alcohólicos Anónimos: “Me llamo tal y estoy aquí porque leí el Ulises hace un año y...” A partir de una convocatoria abierta, este 16 de junio nos reunimos por la mañana en un kiosco que está en las faldas del Castillo de Chapultepec alrededor de 30 joyceanos, que a la prensa parecieron pocos pero que eran mucho más de los que, en 1954, en Dublín, realizaron por vez primera el recorrido completo del Ulises y que pueden contarse con los dedos de una mano, y sobra uno: a saber, Flann O’Brien, John Ryan, Patrick Kavanagh y, en representación de la familia, Tom Joyce, “un dentista primo de James que por supuesto no había leído Ulises” (según reseña Antonio Rivero Taravillo en James Joyce. Cien años y un día: Ulises y el Bloomsday, Sevilla, 2005).
Acá, en el Bloomsday mexicano, fueron 30, fueron 40 y fueron 20, más o menos, según avanzaba el día, pues se trató de un maratón de doce horas completas, y un poco más, para los que continuaron la noche con baile en el Bombay a 15 pesos la ficha, y mientras la cantante del grupo Amigo le decía al mentado “Blusdei” que muchas felicidades en tu día, pásala muy bien Blusdei, lo mejor para ti Blusdei.
Fuimos de Chapultepec al Panteón de San Fernando, en coche o microbús por Reforma y con el delirio visual de las mujeres desnudas de los 400 pueblos; de San Fernando al Café La Habana, para la primera parada técnica; de ahí a la Biblioteca México, fundiéndonos en la Ciudadela con los danzoneros y con Hamlet; y, luego, al Claustro de Sor Juana, espacio musical adecuado para el capítulo de “Las sirenas”, porque ahí estuvo el salón de baile Smirna (el Esmeril le decían), donde escuchamos la caída del agua en las fuentes de la Plaza Regina… Y del Claustro a la Plaza de Garibaldi, con “Nausícaa”, la cojita Gerty MacDowell, de paseo entre mariachis y teporochos, sitio en el que bebimos cerveza irlandesa a cielo abierto y se leyó una de las “cartas sucias” de mister Joyce a Nora Barnacle, su dulce y pícara putita.
La pausa en el Tenampa nos preparó para el último jalón en el Bombay, en donde encontraríamos a Molly/Penélope y su monólogo afirmativo, porque sí ella dijo sí quiero sí, que han interpretado en diversos foros del mundo grandes actrices y acá lo hizo, decorosamente, María Luisa Vázquez, en bata de dormir.
Para entonces los chicos de la prensa, a quienes encargaron cubrir el Bloomsday mexicano, en su mayoría habían desertado. Escribirían luego notas apresuradas en las que confundieron nombres y fechas que mezclaron, además, con la pesca pobre de Internet (pues nada como la lectura directa). Y el tanto beber creó catarsis inesperadas, que se asentaron o aceleraron con el whisky Jameson… La lluvia apagó poco a poco la memoria del día; y así termina, cito del Ulises, “esta intermitente y cada vez más lacónica narración”.
Junio 2007
Una de las grandes epifanías del Ulises de James Joyce ocurre en el capítulo 17, el de “Ítaca”, cuando en la madrugada y antes de separarse, a sugerencia de Stephen Dedalus éste y su anfitrión, Leopoldo Bloom, orinan en la penumbra, lado a lado, con “sus órganos de micción vueltos recíprocamente invisibles por la interposición manual”, en acto de feliz entendimiento, y ambos observan cómo una estrella se precipita “con gran velocidad aparente a través del firmamento desde Vega en la Lira sobre el cenit más allá del grupo de estrellas de la Trenza de Berenice hacia el signo zodiacal de Leo”.
Por ello en nuestro Bloomsday mexicano, cuando de pronto tres de los peregrinos orinábamos en los baños del Tenampa, cantina en donde nos refugiamos para alimentar un poco el estómago y seguir brindando con cerveza, a la espera de que abriera el cabaret Bombay para el cierre de una jornada que había iniciado a las diez de la mañana, acordamos que el ejercicio de nuestro descargar la vejiga era uno más de los homenajes que dedicábamos ese sábado 16 de junio a la novela. Y se acercaba el fin de la fiesta literaria, acaso dos o tres horas más, para poder decir muy orondos: “Micción cumplida”.
En uno de los apartados del Tenampa, dos estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras improvisaron con fragmentos de “Circe”, que uno leyó en inglés y el otro en español… Y hubo luego un espacio para conocernos o reconocernos, porque no sabíamos bien a bien con quiénes estábamos, y se hizo a la manera de los Alcohólicos Anónimos: “Me llamo tal y estoy aquí porque leí el Ulises hace un año y...” A partir de una convocatoria abierta, este 16 de junio nos reunimos por la mañana en un kiosco que está en las faldas del Castillo de Chapultepec alrededor de 30 joyceanos, que a la prensa parecieron pocos pero que eran mucho más de los que, en 1954, en Dublín, realizaron por vez primera el recorrido completo del Ulises y que pueden contarse con los dedos de una mano, y sobra uno: a saber, Flann O’Brien, John Ryan, Patrick Kavanagh y, en representación de la familia, Tom Joyce, “un dentista primo de James que por supuesto no había leído Ulises” (según reseña Antonio Rivero Taravillo en James Joyce. Cien años y un día: Ulises y el Bloomsday, Sevilla, 2005).
Acá, en el Bloomsday mexicano, fueron 30, fueron 40 y fueron 20, más o menos, según avanzaba el día, pues se trató de un maratón de doce horas completas, y un poco más, para los que continuaron la noche con baile en el Bombay a 15 pesos la ficha, y mientras la cantante del grupo Amigo le decía al mentado “Blusdei” que muchas felicidades en tu día, pásala muy bien Blusdei, lo mejor para ti Blusdei.
Fuimos de Chapultepec al Panteón de San Fernando, en coche o microbús por Reforma y con el delirio visual de las mujeres desnudas de los 400 pueblos; de San Fernando al Café La Habana, para la primera parada técnica; de ahí a la Biblioteca México, fundiéndonos en la Ciudadela con los danzoneros y con Hamlet; y, luego, al Claustro de Sor Juana, espacio musical adecuado para el capítulo de “Las sirenas”, porque ahí estuvo el salón de baile Smirna (el Esmeril le decían), donde escuchamos la caída del agua en las fuentes de la Plaza Regina… Y del Claustro a la Plaza de Garibaldi, con “Nausícaa”, la cojita Gerty MacDowell, de paseo entre mariachis y teporochos, sitio en el que bebimos cerveza irlandesa a cielo abierto y se leyó una de las “cartas sucias” de mister Joyce a Nora Barnacle, su dulce y pícara putita.
La pausa en el Tenampa nos preparó para el último jalón en el Bombay, en donde encontraríamos a Molly/Penélope y su monólogo afirmativo, porque sí ella dijo sí quiero sí, que han interpretado en diversos foros del mundo grandes actrices y acá lo hizo, decorosamente, María Luisa Vázquez, en bata de dormir.
Para entonces los chicos de la prensa, a quienes encargaron cubrir el Bloomsday mexicano, en su mayoría habían desertado. Escribirían luego notas apresuradas en las que confundieron nombres y fechas que mezclaron, además, con la pesca pobre de Internet (pues nada como la lectura directa). Y el tanto beber creó catarsis inesperadas, que se asentaron o aceleraron con el whisky Jameson… La lluvia apagó poco a poco la memoria del día; y así termina, cito del Ulises, “esta intermitente y cada vez más lacónica narración”.
Junio 2007
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