“Mi responsabilidad como viuda es muy grande”
Hasta ahora, Paulina Lavista ha sido la única lectora de los 83 cuadernos que conforman los Diarios de Salvador Elizondo, la única que ha leído completas esas 32 mil hojas manuscritas que podrían convertirse, cuando el proyecto de edición cobre forma, en unas diez mil páginas impresas. Lo que se conoció en Letras Libres en doce entregas mensuales, dice ella, es apenas la punta del iceberg. No está ahí, por ejemplo, la historia del puñetazo a la mandíbula con el que Elizondo noqueó a Carlos Fuentes. “Es claro que los Diarios fueron escritos para ser publicados. Durante la lectura uno se da cuenta de que Salvador está consciente de lo que hace, una crónica fantástica de su vida, e incluso al final de cada cuaderno pone un índice. No fue una cosa escrita al viento, aunque es demasiado extenso y no he encontrado a un editor al que entusiasme el proyecto... Es una edición que yo me tardaría diez años en preparar.”
Para la fotógrafa, ser viuda y tener la responsabilidad de un autor de las características de Elizondo ha sido muy difícil. “Tengo que usar mi criterio, tengo que sobrevivir también de esto y vivir para ello. Yo tuve realmente una gran admiración por él, no soy una mujer amargada ni nada que se le parezca, soy una mujer feliz, y lo soy gracias a que fui su compañera. Desde que lo conocí me impresionó, era un hombre fascinante; su vivacidad, su inteligencia, su vestimenta, daban cuenta de un hombre muy culto. Él entendió a quién tenía que dejarle su obra, como conviví con él en su escritura sí creo haber sido muy cercana a la génesis de los textos… Mi responsabilidad como viuda es muy grande y me cuesta trabajo, y a veces, claro, tengo dudas de si lo estoy haciendo bien o no, pero mi principal preocupación sería tratar de entender quién fue Salvador y qué dejó.”
—¿Cómo es la vida que se refleja en esos Diarios?
—Él era flojo, no hizo la gran novela otra vez, para ello necesitaba mucho tiempo y su vida personal, con sus hijas, la pensión, el periodismo, la vida diaria y la renta no daban para eso. Él tendría que haber tenido la herencia paterna antes de tiempo y no la tuvo nunca. Lo recuerda José Emilio Pacheco por su Mont Blanc, su auto deportivo rojo y su blazer, como un junior, cuando Pacheco viajaba modestamente en autobús, pero Elizondo no tenía un clavo, su papá no le daba dinero, tuvo que trabajar en una tienda de refrigeradores. Su papá nunca creyó en él, aunque sí se empezó a dar cuenta, sobre todo cuando le dieron el premio Villaurrutia, que no era un chiste que su hijo quisiera ser escritor. Salvador sufrió mucho, y eso en los Diarios es muy claro.
—¿Qué otras cosas han aparecido en los archivos personales de Elizondo?
—Muchas sorpresas, desde luego, como un poemario que nunca publicó, Contubernio de espejos; también encontré una novela inconclusa que se llama La estatua de Condillac, en donde propone una estatua de los sentidos; está un guión cinematográfico… El potencial está en los Diarios, ahí están las reflexiones libres y puras del escritor, en un diálogo constante con el cuaderno y la realidad. El cuaderno fue como su terapeuta o su confesor, fue su amigo, su verdadero cuate.
—¿Qué ediciones inmediatas podríamos ver en librerías?
—En primer término La escritura obsesiva, que es una antología de sus textos que preparó Daniel Sada para la editorial RM, dirigida a lectores que se encontrarán por vez primera con su obra. Se está distribuyendo ya en España y Latinoamérica y es, quizá, de los libros que le han hecho, el de mejor manufactura, con un papel muy fino, muy cómodo de leer. Ojalá sus otros títulos se pudieran editar con esta calidad. Además, Adolfo Castañón preparó una selección de entrevistas; y se planea reunir en un tomo todo aquello que escribió y dijo, en conferencias, sobre James Joyce.
—Supongo que en los Diarios encontró historias que desconocía.
—Claro, me enteré de muchos chismes, aparecieron muchísimas señoritas… Conmigo fue un hombre muy fiel en el sentido de que nunca faltó a mi casa, se emborrachaba aquí. Y lo de las señoritas ocurría cuando me iba de viaje a hacer mis reportajes, aprovechaba sus días de soltería y daba rienda suelta a su imaginación. Un escritor famoso siempre tiene admiradoras que están dispuestas a cualquier cosa. Ninguna significó ningún peligro, con ninguna se fue y con ninguna dejó de llegar a mi casa. Si quiso tener sus conquistas, allá él.
Junio 2009
Etiquetas: Carlos Fuentes, Contubernio de espejos, Diarios, fotógrafa, José Emilio Pacheco, La estatua de Condillac, Paulina Lavista, Salvador Elizondo
1 Comentarios:
Qué gran entrevista, qué claridad de la señora Lavista; por supuesto, se nota que no es una señora amargada, es una artista. Además, su voz es fascinante, lúcida hasta en lo que no dice. Qué ganas de poder leer esos cuadernos; nunca se me olvida, al ver sus dibujos, que Elizondo primero hizo algunos trabajos como pintor. Se nota la pureza del trazo. Y el final de la entrevista, genial, simplemente genial. Espero próximamente se pongan las pilas los editores.
Un abrazo, querido Alejandro
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