Cortejo de asombros
Todo escritor de culto es, también, un escritor oculto. Su camino no ocurre a la luz del día o a la vista de todos, sino que se desarrolla en la oscuridad aparente, como si no estuviera en el mapa, pero construyendo, a la vez, alguno de los edificios centrales de una literatura. Suele pasar que al cabo de un tiempo el paisaje notorio muestra sus grietas y se derrumba; o que lo subterráneo emerge y ocupa un espacio que se pensaba reservado para los “grandes nombres”, las “firmas indiscutibles”, o que simplemente un buen día lo invisible se hace visible.
Esto es lo que ha sucedido en los últimos años con la obra larvaria de Julián Ríos, al que los españoles están redescubriendo a partir de la publicación, a finales del 2007, de Cortejo de sombras, novela integrada por relatos o cuentario novelístico que estuvo encajonado por casi cuatro décadas por el temor a la censura franquista y las alteraciones o aliteraciones formativas del autor. Constituye la infancia de una escritura, pero también, como libro por décadas nonato, tanto un punto de arranque como un arribo. Definirá tal vez la nueva configuración de un cuerpo antes centrado o concentrado por Babel de una noche de san Juan (1983), la primera estancia del ciclo Larva, mítico comienzo de una serie ensayística y narrativa permutante.
Cortejo de sombras obliga, pues, a un replanteamiento, que nos lleva a hermanarlo con otros cuentarios novelados del mismo Ríos, como Amores que atan (1995) y Monstruario (1999), en donde los afanes del contador de historias y configurador de personajes terminan por imponerse al irreverente deconstructor lingüístico, en su arduo navegar entre fuentes narrativas a lo Carlos Fuentes o arroyos plásticos como los que le propone el pintor Eduardo Arroyo, aguas pasadas y repasadas siempre por otros ríos: el Támesis londoneante, el Liffey joyceano y el sinuoso Senna, entre ellos.
El trazo de la obra tiene hondas raíces mexicanas puesto que el primer paréntesis larvario se publicó en la revista Plural (volumen III, número 1, 15 de octubre de 1973), y pasa por esos dos títulos en los que pone Ríos su nombre junto al de Octavio Paz: el conversacional Sólo a dos voces (1973, edición ampliada, 1999) y el compendio Teatro de signos (1974).
La antología Larva y otras noches de Babel (2007) es, por tanto, un ajuste de cuentas desde este lado del Atlántico con ese corpus complejo y también un ajuste de cuentos, puesto que lo que se encuentra en él, además de esa pasión por la palabra sexual y promiscua que hereda Ríos de Raymond Roussel o James Joyce y muchos más, es el gusto por narrar buenas historias, algo a lo que se apunta, aunque en estado literal y literariamente prelarvario, desde ese Cortejo de sombras que ha despertado en España un extraordinario cortejo de asombros.
Abril 2008
Todo escritor de culto es, también, un escritor oculto. Su camino no ocurre a la luz del día o a la vista de todos, sino que se desarrolla en la oscuridad aparente, como si no estuviera en el mapa, pero construyendo, a la vez, alguno de los edificios centrales de una literatura. Suele pasar que al cabo de un tiempo el paisaje notorio muestra sus grietas y se derrumba; o que lo subterráneo emerge y ocupa un espacio que se pensaba reservado para los “grandes nombres”, las “firmas indiscutibles”, o que simplemente un buen día lo invisible se hace visible.
Esto es lo que ha sucedido en los últimos años con la obra larvaria de Julián Ríos, al que los españoles están redescubriendo a partir de la publicación, a finales del 2007, de Cortejo de sombras, novela integrada por relatos o cuentario novelístico que estuvo encajonado por casi cuatro décadas por el temor a la censura franquista y las alteraciones o aliteraciones formativas del autor. Constituye la infancia de una escritura, pero también, como libro por décadas nonato, tanto un punto de arranque como un arribo. Definirá tal vez la nueva configuración de un cuerpo antes centrado o concentrado por Babel de una noche de san Juan (1983), la primera estancia del ciclo Larva, mítico comienzo de una serie ensayística y narrativa permutante.
Cortejo de sombras obliga, pues, a un replanteamiento, que nos lleva a hermanarlo con otros cuentarios novelados del mismo Ríos, como Amores que atan (1995) y Monstruario (1999), en donde los afanes del contador de historias y configurador de personajes terminan por imponerse al irreverente deconstructor lingüístico, en su arduo navegar entre fuentes narrativas a lo Carlos Fuentes o arroyos plásticos como los que le propone el pintor Eduardo Arroyo, aguas pasadas y repasadas siempre por otros ríos: el Támesis londoneante, el Liffey joyceano y el sinuoso Senna, entre ellos.
El trazo de la obra tiene hondas raíces mexicanas puesto que el primer paréntesis larvario se publicó en la revista Plural (volumen III, número 1, 15 de octubre de 1973), y pasa por esos dos títulos en los que pone Ríos su nombre junto al de Octavio Paz: el conversacional Sólo a dos voces (1973, edición ampliada, 1999) y el compendio Teatro de signos (1974).
La antología Larva y otras noches de Babel (2007) es, por tanto, un ajuste de cuentas desde este lado del Atlántico con ese corpus complejo y también un ajuste de cuentos, puesto que lo que se encuentra en él, además de esa pasión por la palabra sexual y promiscua que hereda Ríos de Raymond Roussel o James Joyce y muchos más, es el gusto por narrar buenas historias, algo a lo que se apunta, aunque en estado literal y literariamente prelarvario, desde ese Cortejo de sombras que ha despertado en España un extraordinario cortejo de asombros.
Abril 2008
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal