Queremos tanto a Joyce
[Una reseña sobre Estación Joyce de J.S. de Montfort para HermanoCerdo]
A pesar de haber publicado varios volúmenes de cuentos y una novela corta, y haberse dedicado a la compilación de diversas antologías poéticas, así como libros de entrevistas con escritores, diríamos que el grueso de la creación literaria del escritor mexicano Alejandro Toledo (México DF, 1963) se halla en la así llamada prosa ensayística. Es en esa misma línea donde se inscribiría su último libro publicado en España Estación Joyce.
Siendo —que lo es— un libro de prosa ensayística, no es exactamente esto lo que encontrará en sus páginas el lector (o no solo esto), porque el volumen sería más bien una miscelánea que se engarza por efecto de una suerte de leit motiv que ensaya Alejandro Toledo, que sería aquel con el que el libro finaliza (y que parafrasea a Alejandro Dumas padre): “después de Dios y de Shakespeare, James Joyce es quien más ha creado” (p. 202).
A ello se le habría de sumar la deficiencia receptiva del genio irlandés en el ámbito hispanoamericano, pues se lamenta Toledo de que “no es mucho lo que se ha escrito en nuestro idioma en torno a James Joyce” (p. 189).
En el libro cabe casi de todo: la crónica literaria de carácter lúdico, al modo del turismo literario, la recuperación personal a través de la propia escritura, el dietario, los aforismos à-la-Duras, y las sentencias apodícticas á-la-ChantallMaillard, las personificaciones textuales de los protagonistas joyceanos á-la-LeeMasters, y, principalmente, el análisis del corpus teórico y analítico, así como las traducciones, influencias, precursores y continuadores de la obra del escritor irlandés.
La estructura de la obra, más que al aparente modo fragmentario, se va resolviendo en su parte primera en disímiles saltos acrobáticos y, con ello, no elude ni los trompicones ni las disonancias contextuales. Es decir, se trata de una escritura que se va inquiriendo a sí misma, buscando el posible hueco, los túneles, por los que ir avanzando hacia la luz, pues el autor nos dice que: “escribo desde el abandono, desde la melancolía. Escribo para no llorar, o para hacerlo realmente” (p. 64).
La segunda parte es más extensa y funciona de otra manera, avanzando “por círculos concéntricos” y así “un autor nos comunica con otro […] que a su vez nos lleva –o llevan- a nuevas obras” y así se sigue un modo de entender la lectura “como un camino de relaciones entre obras particulares” (p. 73). Esta parte, con todo lo que tiene de viaje homérico y descubrimiento epifánico es, con diferencia, la zona más asombrosa del libro.
En ella, Alejandro Toledo nos lleva acerca al diálogo con Laurence Sterne, con Julián Ríos, Julio Cortázar, Ezra Pound, Guillermo Cabrera Infante y José María Valverde, con Italo Svevo y Umberto Eco, Manoel de Oliveira y Kubrick y Hitchcock, Jorge Luís Borges y Macedonio Fernández, Jean Genet, José Trigo, y a discutir con los traductores García Tortosa y Venegas y el joyceano Andrés Pérez Simón, entre muchos otros.
El pensamiento de Alejandro Toledo se basa en la segunda parte del libro en varias intenciones fundamentales, que son: destacar la comicidad del Ulises, cuestionar las labores de traducción al castellano tanto del mismo Ulises como especialmente el atropello cometido por Víctor Pozanco contra el Finnegans Wake, proponiendo la elección de “términos lo suficientemente neutros para que funcionen en cualquier zona de habla española” (p. 96), proferir un grito de alerta sobre cómo la obra original joyceana “palidece ante la acumulación de comentaristas de los comentaristas” (p. 98) (y aquí se hace mención específica a Robert Saladrigas y Brunella Servidei), destacar el carácter profético del Finnegans Wake (de donde los premio nobel de física de 2004 David J. Gross, H. David Politzer y Franck Wilczek sacaron el término quark), considerar el trabajo novelístico de Joyce como una partitura, recalcar la influencia de Ibsen y sus realidades paralelas, acordarse del precursor Édouard Dujardin, el “primero en usar de modo sistemático el monólogo interior” (p. 118), trajinar las relaciones James Joyce-Italo Svevo / James Joyce y el cine / James Joyce y Shakespeare / James Joyce y Julio Cortázar / James Joyce y Julián Ríos, y acordarse de la influencia joyceana sobre las vanguardias argentinas (Isidoro Blaisten, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández).
Al libro, ameno y de lectura recomendada para los feroces y apasionados lectores de Joyce, aunque accesible igualmente para cualquier lector interesado en cómo se gesta la narrativa moderna del siglo XX, habría que hacerle varios reparos.
En primer lugar en lo que respecta al tiempo de la escritura del libro, que el autor marca como el año de 2006, pero que, en cualquier caso, sería éste el de la finalización y no así el del comienzo, pues en su primera parte el autor realiza un viaje por las calles de París y Dublin (en principio buscando las sombras joyceanas, aunque lo que acabe resultando sea una especie de guía de consejos para el viajero-turista) y nos habla del precio de las cosas que adquiere o disfruta en términos de francos y libras. Por ello, la escritura de esta primera parte no puede ser posterior a 2002, ya que en enero de ese año entró en vigor la moneda única de la eurozona, el euro.
Por lo tanto, tendríamos una primera parte algo dubitativa y atropellada, más débil aunque no prescindible, pues le sirve de contrapunto a la segunda parte (y así insufla personalismo a un libro de naturaleza ensayística), escrita necesariamente con anterioridad al año 2002 y una segunda parte, más cohesionada, seria —por así decir—, pero jugosa y de alta fruición —y entretenida—, escrita en 2006.
A ello habría que sumarle un segundo punto flaco y es el no haberse hecho eco de la aparición en 2010 de la obra de especulación joyceana Dublinesca (Seix-Barral) de Enrique Vila-Matas, de quien sí se menciona su español que, junto al de Javier Marías, nos dice Toledo: “no causa disgustos en México o Latinoamérica” (p. 96).
Confiemos en que ambos deslices podrán ser arreglados en una segunda edición y alegrémonos de que se hable de Joyce, ese autor tan fundamental y, lastimosamente, tan poco frecuentado en nuestras letras.
[Enlace: http://hermanocerdo.com/2011/07/queremos-tanto-a-joyce/]
Julio 2011
Etiquetas: Estación Joyce, HermanoCerdo
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