miércoles, marzo 16, 2011



Malva Flores: de la introspección del poema al enojo 

Para Malva Flores (Ciudad de México, 1961), la poesía es un libro móvil de respuestas íntimas. “Tú las encuentras cuando las escribes y si se publican en forma de libro puedes tal vez compartirlas. Es, para el que escribe, una explicación del mundo como experiencia de algo invisible: la tensión entre tu necesidad y tu deseo.”
En Luz de la materia (Era/Conaculta, 2010), construye un poemario de nostalgia y melancolía, doble viaje (de ida y vuelta) a la semilla; se lee ahí: “Nada regresa, nunca, igual a cuando fuimos”, aunque se da espacio luego a la esperanza del presente a través de la intuición poética: “Sólo nos queda el aire / este temblor de hojas”.
—¿Cuál es la historia de este libro?
—La mayor parte lo escribí cuando vivía en México, en un momento que entonces percibí como muy difícil en mi vida. Tenía necesidad de recordar el sitio de mi infancia como un asidero de paraíso y así, reconstruirlo desde la memoria. Eso ocurre en “Dominio”, la primera parte, y en “Mudanza del árbol”, la última. Pero quería también burlarme de mí misma, de la que era en ese momento y de la que yo hubiera querido ser entonces: eso es “Malparaíso”, la segunda sección del libro. Me tardé tantos años en publicarlo tal vez porque necesitaba poner una distancia entre el presente y lo que había escrito años atrás.
—¿Tu obra ensayística o tus investigaciones literarias tienen eco en los poemas?
—Ya había escrito la mayor parte de ese libro cuando un día desperté y me di cuenta de que ya no estaba triste, ya no me cuestionaba a mí, es decir, ya no escribía poemas: estaba enojada. El arribo de la tan deseada transición democrática a manos de un partido que no tenía interés real en la cultura mostró muy pronto lo vano de los afanes que habían dividido el mundo cultural pocos años atrás: parcela ya de nadie cuando Vicente Fox anunció el arribo de los head hunters y la cultura no quedó en manos de los grupos culturales que se disputaban el poder sino en la de “administradores” o gente del espectáculo de dudosos méritos culturales. Entonces, te digo, ya había pasado de la introspección del poema al enojo. No con el gobierno, que es lo más sencillo, sino con quienes habían dejado de criticarlo.
En esa época, dice Malva, no entendía ella por qué los poetas habían olvidado expresarse críticamente sobre los asuntos públicos. En su percepción, los mayores enmudecieron y la generación de poetas que debía relevarlos también guardó silencio, en su mayoría, o creyeron ver, acríticamente, un rayito de esperanza. Escribió entonces El ocaso de los poetas intelectuales, con el que obtuvo en 2006 el premio de ensayo José Revueltas.
Sigue: “Después vi que, en la debacle, no me había dado cabal cuenta de otra pérdida. Cada mes yo leía, discutía, me enojaba, me divertía y aprendía, leyendo una revista: Vuelta. Por muchas razones más, Vuelta se convirtió para mí en un personaje: odioso, amable, inteligente, contradictorio o entrañable, como son las personas. A su muerte, no la de Paz, a quien no conocí, sino al cierre de la revista, se perdió un interlocutor valioso, aunque fuera para discutir, o tal vez por eso mismo. Vuelta era también, de algún modo, una casa. En ‘Mudanza del árbol’, la última sección de Luz de la materia, yo quería volver al lugar de mi niñez porque uno cree que allí, en la infancia, fue feliz. Regresé entonces también a Vuelta, pero en ambos destinos ya no había casa. Aún así quise ver de nuevo el sitio, metafóricamente hablando, para saber qué había pasado. Afortunadamente, como todo personaje que se respete, Vuelta dejó un diario: las páginas de la revista, y en eso estoy”.
—En “Malparaíso” es el ritmo el que domina: el tumbo es rumbo y rumba flamenca, acaso con algún eco girondiano.
—Como te decía, esa sección es un ajuste de cuentas conmigo misma, con la imagen que tenía de mí enfrentada con la realidad. Elegí como personaje una bailaora coja, y sólo me dejé llevar por su descompasado ritmo.
—En esa sección hay un comentario poético, o una resonancia, a Piedra de Sol: “No hay alto surtidor / más bien se arquea este pálido / chorro cristalino”... ¿Cómo te ubicas con respecto a Octavio Paz? Entiendo que has seguido sus pasos en tu libro de ensayos anterior y es pieza fundamental en lo que preparas ahora?
—Siempre quise hacer un ejercicio poético que “cantara” igual que Piedra de sol. Por supuesto, nunca lo conseguí, y el momento de “Malparaíso” en que se insertan esos versos es justamente cuando la voz poética reconoce que, más allá de aquel ejercicio, ha fracasado en sus aspiraciones y “sólo queda la ruta: / dos tres jamelgos amarillos de fuego / que transitan”. No sabría cómo ubicarme con respecto a Paz. Sólo como lectora, más que de sus poemas —pues no todos me gustan— de sus ensayos, que alcanzan muchísimas veces la intensidad del mejor de los poemas.
—¿Qué otras figuras poéticas alimentan tu escritura?
—Nunca sé responder esta pregunta, no por arrogancia sino porque son tantas las voces que, voluntaria o involuntariamente, están en mis poemas, que yo misma no sé distinguirlas.
—¿Cómo te ubicas con respecto a tu tradición y con tus contemporáneos?
—Veo a mi generación como la generación perdida y me incluyo, por supuesto, en ella. Ha ocurrido algo muy curioso. Si revisas las antologías más recientes de poesía, los jóvenes que las construyen inician su deslinde con poetas nacidos después de o en 1965. Quienes estamos en ese limbo que va de 1960 a 1964 desaparecimos. Quizá no teníamos nada qué decirles o no supimos hacerlo.
—La naturaleza es motivo recurrente del poemario. Esto se cierra con “Mudanza del árbol”, la última sección. ¿Llegas a esto por escribir fuera de la gran urbe?
—Yo escribí gran parte de “Mudanza del árbol” antes de venir a Xalapa, el lugar de mi infancia, sin saber que el destino me traería de regreso. Me veía a mí misma como un árbol móvil que iría a plantarse nuevamente en el inicio. Pero al llegar me di cuenta, como Perogrullo, de que lo que buscas del pasado ya no existe más que como una sombra. Sin embargo, tanto en ese poema, como en el resto del libro, apelo a la naturaleza como el único sitio de Verdad. Me explico: un árbol, una flor, una piedra, pueden acariciar o matarte. Pero no te mienten.
—¿Cómo sientes a la crítica literaria sobre poesía?, ¿el poeta debe ir avanzando en sus búsquedas en un terreno árido en cuanto a lectores profesionales de poesía?
—No creo que los poetas escriban pensando en los lectores profesionales, pero es triste que no existan una o varias publicaciones que de forma sistemática, no como una dádiva mensual, se ocupen de la poesía. Hubo un tiempo en que la crítica de poesía, incluso las reseñas, la hacían grandes poetas. Eso no existe más y es una lástima porque de algún modo se cercena la conversación que con el mundo establecen los poetas. Hoy nuestros “orientadores” son “líderes de opinión”, “especialistas”, payasos o astrólogos: comunicadores, no interlocutores (aunque hagan la finta de que escuchan nuestras voces restringidas a 140 caracteres). Pero no hay que llorar por eso. La poesía ha sido, también, una forma de crítica. Y pocas veces la crítica ha tenido adeptos, mas no por eso ha dejado de existir.

Marzo 2011

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