Algo sobre Mejor matar al caballo
En broma digo en estos días que mi novela corta Mejor matar al caballo (Libros Magenta/GDF) es parte de una trilogía equina a la que seguirán El burro es primero y Haznos felices, señor… Lo cierto es que el caballo del título, que Saúl Kaminer representa en la portada como un centauro descabezado, viene de una expresión de rancheros del norte del país según la cual si está ya muy mal, muy enfermo o muy lastimado, es mejor matar el caballo, aplicándose en la novela esta idea del sacrificio a las relaciones de pareja.
Se trata de un ejercicio de estilo, una novela conversacional escrita a la manera de Baroja, Valle-Inclán o Galdós, que en el pasado de nuestra lengua practicaron este subgénero de la novela dialogada, y también recordando acaso a dos autores cercanos en el tiempo: Manuel Puig (por Sangre de amor correspondido) y José María Guelbenzu (por Un peso en el mundo).
El autor no decide la forma del texto, los materiales buscan su acomodo. En Mejor matar al caballo la única parte en prosa es la primera página, que da contexto y estructura al libro; en ella se explican las condiciones en que se produjeron esos diálogos y, sobre todo, se dice que han sido descubiertos por alguien ajeno a ellos, ajeno en el sentido de que no participa en esas conversaciones pero que conoce, vive, con uno de los protagonistas. De esta manera el lector se convierte en aquella persona que encuentra esos papeles, o mira sobre el hombro de ésta y comparte su interés, curioso y doloroso, por seguir el diálogo; como ella, lee entre líneas, porque una y otra vez se relaciona lo leído con lo vivido, extiende ella, la mujer, Elena, los ecos de esas palabras desparpajadas, juguetonas, muy sinceras o muy cínicas con las que se enfrenta, al terreno pantanoso de lo conyugal en donde se encuentra atrapada.
Sin la primera página, de apenas diecisiete líneas, el libro perdería sentido (si es que algún sentido tiene). Es importante que sean los ojos de Elena, Elena-esposa pero también Elena-lector, los que encuentren y revisen las conversaciones. Si es un hombre el que llega al libro, el lector se feminiza, digamos; si es mujer, sigue a Elena en su trayecto hacia el abismo, que será en este caso una forma de liberación.
Liberación de Elena, que sabrá por lo leído con quién vive o a quién sufre, pero también liberación del lenguaje, porque en esos diálogos ciberespaciales ocurre que se crean múltiples accesos hacia expresiones no comunes, rescatadas las palabras del compromiso cotidiano, abiertas casi del todo, en donde el otro se convierte en una proyección en apariencia lejana de aquellas personas con las que se convive pero a la vez se vuelve, el otro, proyección distante de uno mismo. Si se saben valorar y aprovechar, los chats contienen numerosas muestras de lo que James Joyce llamaba “epifanías”, momentos de revelación en los cuales la suma de circunstancias triviales, detalles en apariencia irrelevantes, frases tiradas al vacío, consiguen de pronto una suerte de elevación o revelación. Algo se ata, algo se crea. Así, las conversaciones virtuales acaso nos pueden llevar a captar, como quería Henry James, “la nota misma y el modo, el extraño ritmo irregular de la vida”, que es, según James, el intento cuya fuerza mantiene en pie a la ficción.
Por esta apertura, me parece, el chat revitaliza el subgénero de la novela dialogada, acusado de estar a medio camino entre el texto narrativo y el texto dramático, pero que aquí se vuelve puramente escritura.
El último registro de Mejor matar al caballo es el deseo, que todo lo arma y todo lo desarma, y que es, desde mi punto de vista, el personaje principal de la novela.
Octubre 2010
Se trata de un ejercicio de estilo, una novela conversacional escrita a la manera de Baroja, Valle-Inclán o Galdós, que en el pasado de nuestra lengua practicaron este subgénero de la novela dialogada, y también recordando acaso a dos autores cercanos en el tiempo: Manuel Puig (por Sangre de amor correspondido) y José María Guelbenzu (por Un peso en el mundo).
El autor no decide la forma del texto, los materiales buscan su acomodo. En Mejor matar al caballo la única parte en prosa es la primera página, que da contexto y estructura al libro; en ella se explican las condiciones en que se produjeron esos diálogos y, sobre todo, se dice que han sido descubiertos por alguien ajeno a ellos, ajeno en el sentido de que no participa en esas conversaciones pero que conoce, vive, con uno de los protagonistas. De esta manera el lector se convierte en aquella persona que encuentra esos papeles, o mira sobre el hombro de ésta y comparte su interés, curioso y doloroso, por seguir el diálogo; como ella, lee entre líneas, porque una y otra vez se relaciona lo leído con lo vivido, extiende ella, la mujer, Elena, los ecos de esas palabras desparpajadas, juguetonas, muy sinceras o muy cínicas con las que se enfrenta, al terreno pantanoso de lo conyugal en donde se encuentra atrapada.
Sin la primera página, de apenas diecisiete líneas, el libro perdería sentido (si es que algún sentido tiene). Es importante que sean los ojos de Elena, Elena-esposa pero también Elena-lector, los que encuentren y revisen las conversaciones. Si es un hombre el que llega al libro, el lector se feminiza, digamos; si es mujer, sigue a Elena en su trayecto hacia el abismo, que será en este caso una forma de liberación.
Liberación de Elena, que sabrá por lo leído con quién vive o a quién sufre, pero también liberación del lenguaje, porque en esos diálogos ciberespaciales ocurre que se crean múltiples accesos hacia expresiones no comunes, rescatadas las palabras del compromiso cotidiano, abiertas casi del todo, en donde el otro se convierte en una proyección en apariencia lejana de aquellas personas con las que se convive pero a la vez se vuelve, el otro, proyección distante de uno mismo. Si se saben valorar y aprovechar, los chats contienen numerosas muestras de lo que James Joyce llamaba “epifanías”, momentos de revelación en los cuales la suma de circunstancias triviales, detalles en apariencia irrelevantes, frases tiradas al vacío, consiguen de pronto una suerte de elevación o revelación. Algo se ata, algo se crea. Así, las conversaciones virtuales acaso nos pueden llevar a captar, como quería Henry James, “la nota misma y el modo, el extraño ritmo irregular de la vida”, que es, según James, el intento cuya fuerza mantiene en pie a la ficción.
Por esta apertura, me parece, el chat revitaliza el subgénero de la novela dialogada, acusado de estar a medio camino entre el texto narrativo y el texto dramático, pero que aquí se vuelve puramente escritura.
El último registro de Mejor matar al caballo es el deseo, que todo lo arma y todo lo desarma, y que es, desde mi punto de vista, el personaje principal de la novela.
Octubre 2010
Etiquetas: GDF, Libros Magenta, Mejor matar al caballo, novela
1 Comentarios:
Muy Querido y Estimado Alejandro:
Acabo de ingresar a tu blog que desde hoy estará en mis favoritos, Lo que leí acerca de las entrevistas, me pareció hermoso.
Aunque no me fue posible estar en tu último taller, he seguido las lecturas que me han enriquecido enormemente mi visión sobre este país, su historia, y sus personajes, relevantes o del común, en quienes la historia es su carne y su alma.
Te felicito. Estoy ávida de leer tus últimos dos libros.
Te mando saludos y cariño
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