Hazañas deportivas, hazañas literarias
Ariel González Jiménez
El nuevo libro de Alejandro Toledo, A sol y asombro (Conaculta, Colección de Periodismo Cultural, 2010) es una muestra fehaciente y rigurosa de que la entrevista comparte todas y las mejores posibilidades como género periodístico y literario. En el primer sentido, los trabajos que reúne nuestro autor en este libro suponen toda la agilidad, oportunidad, paciencia, búsqueda e inmediatez que los medios siempre nos exigen; en el segundo, encontramos todas las posibilidades del diálogo, la escucha atenta de la palabra del otro, un laborioso procedimiento de pulido y perfección que sólo alguien con miras literarias puede alcanzar al momento de realizar prácticamente cualquier entrevista, porque en todas ellas se pone en el centro no sólo a un personaje, sino su más fiel representación a través de la escritura.
Dice Humberto Mussachio, en el prólogo de A sol y asombro, que “Alejandro Toledo conoce y acata las exigencias de veracidad del periodismo, pero al poseer los secretos de la alquimia literaria transmuta la materia vil en metal precioso y combina las palabras de manera que no traiciona al declarante, pero le da una claridad y una precisión de la que carece”.
Así que estamos, en primer lugar, frente a un libro de entrevistas, pero uno que alcanza a constituirse, merced al gusto por la palabra que hemos señalado, en una galería abierta y diáfana que hace ver al lector a escritores, toreros, críticos literarios, entrenadores de futbol, filósofos y comentaristas deportivos como pocas veces se nos presentan: en todo su vigor intelectual, en toda su fuerza creativa y, sobre todo, como personajes llenos de pasión e intensidad vitales.
Sin embargo, casi aritméticamente el libro de Toledo está dividido en dos grandes rutas: la literaria y la deportiva (recorridas ambas por el fino instrumental de la entrevista cara a cara, la cual compromete siempre el compartir largas sesiones frente a una grabadora, como las que deben estar detrás del magnífico retrato de Vicente Leñero que consigue el autor, o circunstancias inesperadas como el viaje por la carretera a Toluca al lado de Fernando Savater, con todo y unos guardaespaldas asignados por la Secretaría de Gobernación para proteger al pensador amenazado de muerte por la ETA).
El primer gran tramo de esta obra puede decirse que nos presenta al Alejandro Toledo más conocido y reconocido en los ambientes culturales: el escritor capaz de hacer que Jaime Sabines hurgue en su pasado, en anécdotas y situaciones que de un modo u otro determinaron su poética; el que construye un curioso tête à tête entre Seymour Menton y Luis Leal, “especialistas en la literatura latinoamericana y seguidores obsesivos, al otro lado del río Bravo, de las letras mexicanas”.
En cambio, la segunda parte se extiende como una pista donde Toledo va, con gran soltura y sin perder ni por un momento el gusto por la palabra bien colocada, de las cimas del Aconcagua (y obviamente de sus conquistadores mexicanos, con Roberto Mangas a la cabeza) a una tienta de vacas en el rancho La Guadalupana con Eulalio López Zotoluco, pasando por las confesiones deportivas y profesionales de una figura emblemática del comentario deportivo en nuestro país: Fernando Marcos, o las reflexiones sobre la victoria y la derrota de un hombre “inmerso en el futbol” (como se autodefinía), Nacho Trelles.
Transcurren buenos tiempos donde la literatura y el deporte ya no se miran como extraños. Haruki Murakami, en De qué hablo cuando hablo de correr, ha dicho que escribir una novela se parece mucho a entrenar para un maratón; y algo debe saber el candidato japonés al Nobel de Literatura cuando ha corrido más de veinte maratones y escrito un número similar de novelas.
En el mismo terreno, aunque sin experiencia como fondista, Jean Echenoz se ha dejado seducir por la figura del inolvidable corredor checo Emil Zátopek, cuya vida sirve de base para su novela Correr. En su obra La vida es un balón redondo, el editor y ex futbolista Vladimir Dimitrijevic se instala en parangones que hace no mucho hubieran parecido extravagantes (como el de que Beckenbauer es como un epígono de Paul Valéry).
Y aquí en México tenemos una verdadera selección de autores, con marcado énfasis futbolístico, que ha hecho las delicias no sólo de quienes gustan de este deporte, sino de la buena escritura: Nacho Trejo Fuentes, Javier García Galiano, Juan Villoro, Luis Miguel Aguilar, Rafael Pérez Gay, por mencionar a unos cuantos de sus delanteros…
De ahí que cuando Alejandro Toledo nos presenta a algunos futbolistas ejemplares, alpinistas tenaces e incorrectos toreros (incluida una simplemente incorrectísima Cristina Sánchez), mi impresión como hombre de pocas canchas y plazas es que ha conseguido acercar una vez más las hazañas deportivas con las hazañas de la literatura, quizás porque en el fondo ambas tienen como punto de partida la vida misma.
El nuevo libro de Alejandro Toledo, A sol y asombro (Conaculta, Colección de Periodismo Cultural, 2010) es una muestra fehaciente y rigurosa de que la entrevista comparte todas y las mejores posibilidades como género periodístico y literario. En el primer sentido, los trabajos que reúne nuestro autor en este libro suponen toda la agilidad, oportunidad, paciencia, búsqueda e inmediatez que los medios siempre nos exigen; en el segundo, encontramos todas las posibilidades del diálogo, la escucha atenta de la palabra del otro, un laborioso procedimiento de pulido y perfección que sólo alguien con miras literarias puede alcanzar al momento de realizar prácticamente cualquier entrevista, porque en todas ellas se pone en el centro no sólo a un personaje, sino su más fiel representación a través de la escritura.
Dice Humberto Mussachio, en el prólogo de A sol y asombro, que “Alejandro Toledo conoce y acata las exigencias de veracidad del periodismo, pero al poseer los secretos de la alquimia literaria transmuta la materia vil en metal precioso y combina las palabras de manera que no traiciona al declarante, pero le da una claridad y una precisión de la que carece”.
Así que estamos, en primer lugar, frente a un libro de entrevistas, pero uno que alcanza a constituirse, merced al gusto por la palabra que hemos señalado, en una galería abierta y diáfana que hace ver al lector a escritores, toreros, críticos literarios, entrenadores de futbol, filósofos y comentaristas deportivos como pocas veces se nos presentan: en todo su vigor intelectual, en toda su fuerza creativa y, sobre todo, como personajes llenos de pasión e intensidad vitales.
Sin embargo, casi aritméticamente el libro de Toledo está dividido en dos grandes rutas: la literaria y la deportiva (recorridas ambas por el fino instrumental de la entrevista cara a cara, la cual compromete siempre el compartir largas sesiones frente a una grabadora, como las que deben estar detrás del magnífico retrato de Vicente Leñero que consigue el autor, o circunstancias inesperadas como el viaje por la carretera a Toluca al lado de Fernando Savater, con todo y unos guardaespaldas asignados por la Secretaría de Gobernación para proteger al pensador amenazado de muerte por la ETA).
El primer gran tramo de esta obra puede decirse que nos presenta al Alejandro Toledo más conocido y reconocido en los ambientes culturales: el escritor capaz de hacer que Jaime Sabines hurgue en su pasado, en anécdotas y situaciones que de un modo u otro determinaron su poética; el que construye un curioso tête à tête entre Seymour Menton y Luis Leal, “especialistas en la literatura latinoamericana y seguidores obsesivos, al otro lado del río Bravo, de las letras mexicanas”.
En cambio, la segunda parte se extiende como una pista donde Toledo va, con gran soltura y sin perder ni por un momento el gusto por la palabra bien colocada, de las cimas del Aconcagua (y obviamente de sus conquistadores mexicanos, con Roberto Mangas a la cabeza) a una tienta de vacas en el rancho La Guadalupana con Eulalio López Zotoluco, pasando por las confesiones deportivas y profesionales de una figura emblemática del comentario deportivo en nuestro país: Fernando Marcos, o las reflexiones sobre la victoria y la derrota de un hombre “inmerso en el futbol” (como se autodefinía), Nacho Trelles.
Transcurren buenos tiempos donde la literatura y el deporte ya no se miran como extraños. Haruki Murakami, en De qué hablo cuando hablo de correr, ha dicho que escribir una novela se parece mucho a entrenar para un maratón; y algo debe saber el candidato japonés al Nobel de Literatura cuando ha corrido más de veinte maratones y escrito un número similar de novelas.
En el mismo terreno, aunque sin experiencia como fondista, Jean Echenoz se ha dejado seducir por la figura del inolvidable corredor checo Emil Zátopek, cuya vida sirve de base para su novela Correr. En su obra La vida es un balón redondo, el editor y ex futbolista Vladimir Dimitrijevic se instala en parangones que hace no mucho hubieran parecido extravagantes (como el de que Beckenbauer es como un epígono de Paul Valéry).
Y aquí en México tenemos una verdadera selección de autores, con marcado énfasis futbolístico, que ha hecho las delicias no sólo de quienes gustan de este deporte, sino de la buena escritura: Nacho Trejo Fuentes, Javier García Galiano, Juan Villoro, Luis Miguel Aguilar, Rafael Pérez Gay, por mencionar a unos cuantos de sus delanteros…
De ahí que cuando Alejandro Toledo nos presenta a algunos futbolistas ejemplares, alpinistas tenaces e incorrectos toreros (incluida una simplemente incorrectísima Cristina Sánchez), mi impresión como hombre de pocas canchas y plazas es que ha conseguido acercar una vez más las hazañas deportivas con las hazañas de la literatura, quizás porque en el fondo ambas tienen como punto de partida la vida misma.
Octubre 2010
Etiquetas: A sol y asombro, conversaciones con escritores, crónica deportiva
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