Entrevista en El Universal, versión completa
La meta: retratar al entrevistado
Abida Ventura
Desde conversaciones con célebres personajes de la literatura, como Jaime Sabines y José Saramago, pasando por figuras deportivas, como el comentarista Fernando Marcos, hasta pláticas con el torero Silverio Pérez son las que el escritor y periodista Alejandro Toledo recopila en su nuevo libro, titulado A sol y asombro.
Toledo, quien además acaba de lanzar su primera novela, Mejor matar al caballo, coeditada por Libros Magenta y el Gobierno del Distrito Federal, cuenta a KIOSKO sobre su experiencia como entrevistador.
—¿Por qué elegir estas entrevistas, y no otras? ¿Qué tienen de especial?
—Durante muchos años he armado libros de conversaciones, sobre todo con escritores pero también de otros asuntos, como lo deportivo. Son balances que hago a cada tanto de mis labores periodísticas y mi trabajo como investigador literario, que por lo general corren paralelos. Con Daniel González Dueñas, por ejemplo, armé hace ya muchos años un libro de entrevistas en donde buscamos que unos autores retrataran la obra de algún escritor con el que sintieran afinidades, y se buscó que cada entrevista tuviera una forma distinta: como pregunta y respuesta, en primera persona, con intervenciones críticas o una mezcla de todo lo anterior. La variación, en el caso de A sol y asombro, fue presentar una primera parte puramente literaria y otra deportiva. Lo “especial”, como tú dices, de cada entrevista es que consiga armarse una suerte de panorámica del personaje o su escritura, aun en conversaciones como la que tuve con Saramago, limitada por el tiempo que se me concedió para estar con él.
—De las entrevistas que reúnes en el libro, ¿cuál es tu favorita y por qué?
—Me gusta el paquete de conversaciones con Vicente Leñero, pues siento que ahí se pinta de cuerpo entero al personaje. Me agrada el relato del sobreviviente de una excursión al Popocatépetl, pues fueron territorios que frecuenté en mi adolescencia como alpinista. Siento que una posible virtud del libro es que se logre “escuchar” a los personajes, y eso me han dicho que pasa en la entrevista con Esther Seligson, lo que implica menos una fidelidad a la grabadora que la búsqueda de un estilo para cada entrevista, pues cada personaje implica un fraseo diferente, una prosa oral distinta, una forma de respirar, y hay que saber escuchar eso.
—Desde tu punto de vista, ¿existe alguna fórmula para una buena entrevista?
—Lo principal es encontrar las condiciones adecuadas para que la entrevista se realice. A mí la puntualidad me ha funcionado, pues la impuntualidad crea de antemano una situación incómoda, una molestia… Aunque con Silverio Pérez ocurrió que estaba esperando al peluquero y el llegar tarde, por cuestiones de tráfico y porque no sabía dónde estaba exactamente el rancho, ayudó a que lo siguiéramos en la faena de la peluqueada y recordáramos sus cortes de coleta. Hay que dejar que la conversación tome su camino y después valorar cabalmente lo que se tiene.
—¿Cuál debe ser el papel del entrevistador?
—El entrevistador está al servicio del personaje. Hay muchos entrevistadores que usan a los personajes para hacerse notar, lo que me parece poco ético, y dejan comentarios como: “Oiga, qué buena pregunta me ha hecho, es usted muy inteligente”. Uno es sólo un conducto entre esa persona, que ha destacado en su actividad, y los lectores. Se trata de que el lector conozca a esa ser, sepa cuáles son ideas sobre la vida, la escritura, el futbol o el toreo, según el caso, y sienta que ha conocido bien a alguien.
—En el prólogo Humberto Musacchio menciona que la entrevista, es actualmente una manera facilona de cumplir con el trabajo de reportero, ¿qué opinas de ello?
—De acuerdo con Musacchio si la entrevista se hace de una forma pasiva, prendiendo la grabadora y dejando que el otro hable como merolico. Por desgracia los reporteros han caído en las garras de las oficinas de relaciones públicas de las empresas editoriales, o culturales en general, y deportivas, y aceptan carruseles y otras humillaciones, con lo que ya no tienen que buscar a la persona que van a entrevistar, porque se la ponen enfrente, y todo se realiza de forma mecánica. El periodismo, en este sentido, se ha burocratizado.
—¿Cuál es tu opinión del periodismo cultural en el país actualmente?
—Mi opinión es esa, que el periodismo se convirtió en una burocracia. Desde mi punto de vista, falta creatividad y profundidad. Tenemos a los géneros mayores al alcance, el reportaje, la entrevista y la crónica, y no sabemos usarlos. Antes había la ambición de llegar a la literatura a través del trabajo periodístico, o por lo menos arañar lo literario. Creo que eso se ha perdido.
—Me impresiona cómo combinas la literatura con el deporte, ¿cómo logras esto?
—Cuando me hice cronista deportivo sentí que debía responsabilizarme en tratar de entender lo que era el deporte, aprender a ver el deporte, una actividad llena de detalles. Leí mucho sobre futbol y boxeo, por ejemplo. Busqué La fiesta del alarido, de Manuel Seyde, las cosas futbolísticas de Villoro y Galeano, entre otros, y encontré que la crónica deportiva y la buena prosa no tenían que estar reñidas y que eran, como diría Camus, buenos medios para conocer al hombre.
—Mencionas que el periodismo se ha dio burocratizando, ¿cuál crees que sería la solución?
—La solución está en poder despertar la creatividad del reportero, hacerlo lector de buenos libros, y crearle inquietudes. Como reportero he tenido buenos editores y ellos me dieron espacio, páginas enteras, para poder desplegar reportajes, crónicas y entrevistas, con la exigencia de que fuera un material de primera calidad. En el editor, quizá, más que en el reportero, está la posibilidad de que un medio crezca o se estanque. Si dejamos que otros fijen la agenda, si dejamos que las instituciones decidan a quién entrevistar y a quién no, estamos perdidos.
—¿Tienes alguna anécdota interesante de tus aventuras como entrevistador?
—El otro día vi en una cafetería a Leonora Carrington, y recordé mis lecturas de sus libros, que son extraordinarios, y recordé haber ido al Museo de Arte Moderno varias veces a ver sus cuadros, también una maravilla. Un viejo proyecto mío ha sido ir a conversar con ella; conozco la obra y tengo noticias numerosas de la persona, su relación con Max Ernst y sus contactos con los surrealistas… Pero nunca me he atrevido a solicitar una entrevista con Leonora Carrington. No he encontrado la manera. Es un personaje que me impone. Me gusta admirarla, es la energía creativa en persona, pero ante ella quizá no podría sino balbucir. Sin embargo, siento que a través de sus cuentos y novelas, de su obra plástica y entrevistas con ella que he leído, a través de todo eso ya he conversado con ella.
—¿Qué debe contener una buena entrevista?
—Una buena entrevista debe contener al personaje por entero.
La meta: retratar al entrevistado
Abida Ventura
Desde conversaciones con célebres personajes de la literatura, como Jaime Sabines y José Saramago, pasando por figuras deportivas, como el comentarista Fernando Marcos, hasta pláticas con el torero Silverio Pérez son las que el escritor y periodista Alejandro Toledo recopila en su nuevo libro, titulado A sol y asombro.
Toledo, quien además acaba de lanzar su primera novela, Mejor matar al caballo, coeditada por Libros Magenta y el Gobierno del Distrito Federal, cuenta a KIOSKO sobre su experiencia como entrevistador.
—¿Por qué elegir estas entrevistas, y no otras? ¿Qué tienen de especial?
—Durante muchos años he armado libros de conversaciones, sobre todo con escritores pero también de otros asuntos, como lo deportivo. Son balances que hago a cada tanto de mis labores periodísticas y mi trabajo como investigador literario, que por lo general corren paralelos. Con Daniel González Dueñas, por ejemplo, armé hace ya muchos años un libro de entrevistas en donde buscamos que unos autores retrataran la obra de algún escritor con el que sintieran afinidades, y se buscó que cada entrevista tuviera una forma distinta: como pregunta y respuesta, en primera persona, con intervenciones críticas o una mezcla de todo lo anterior. La variación, en el caso de A sol y asombro, fue presentar una primera parte puramente literaria y otra deportiva. Lo “especial”, como tú dices, de cada entrevista es que consiga armarse una suerte de panorámica del personaje o su escritura, aun en conversaciones como la que tuve con Saramago, limitada por el tiempo que se me concedió para estar con él.
—De las entrevistas que reúnes en el libro, ¿cuál es tu favorita y por qué?
—Me gusta el paquete de conversaciones con Vicente Leñero, pues siento que ahí se pinta de cuerpo entero al personaje. Me agrada el relato del sobreviviente de una excursión al Popocatépetl, pues fueron territorios que frecuenté en mi adolescencia como alpinista. Siento que una posible virtud del libro es que se logre “escuchar” a los personajes, y eso me han dicho que pasa en la entrevista con Esther Seligson, lo que implica menos una fidelidad a la grabadora que la búsqueda de un estilo para cada entrevista, pues cada personaje implica un fraseo diferente, una prosa oral distinta, una forma de respirar, y hay que saber escuchar eso.
—Desde tu punto de vista, ¿existe alguna fórmula para una buena entrevista?
—Lo principal es encontrar las condiciones adecuadas para que la entrevista se realice. A mí la puntualidad me ha funcionado, pues la impuntualidad crea de antemano una situación incómoda, una molestia… Aunque con Silverio Pérez ocurrió que estaba esperando al peluquero y el llegar tarde, por cuestiones de tráfico y porque no sabía dónde estaba exactamente el rancho, ayudó a que lo siguiéramos en la faena de la peluqueada y recordáramos sus cortes de coleta. Hay que dejar que la conversación tome su camino y después valorar cabalmente lo que se tiene.
—¿Cuál debe ser el papel del entrevistador?
—El entrevistador está al servicio del personaje. Hay muchos entrevistadores que usan a los personajes para hacerse notar, lo que me parece poco ético, y dejan comentarios como: “Oiga, qué buena pregunta me ha hecho, es usted muy inteligente”. Uno es sólo un conducto entre esa persona, que ha destacado en su actividad, y los lectores. Se trata de que el lector conozca a esa ser, sepa cuáles son ideas sobre la vida, la escritura, el futbol o el toreo, según el caso, y sienta que ha conocido bien a alguien.
—En el prólogo Humberto Musacchio menciona que la entrevista, es actualmente una manera facilona de cumplir con el trabajo de reportero, ¿qué opinas de ello?
—De acuerdo con Musacchio si la entrevista se hace de una forma pasiva, prendiendo la grabadora y dejando que el otro hable como merolico. Por desgracia los reporteros han caído en las garras de las oficinas de relaciones públicas de las empresas editoriales, o culturales en general, y deportivas, y aceptan carruseles y otras humillaciones, con lo que ya no tienen que buscar a la persona que van a entrevistar, porque se la ponen enfrente, y todo se realiza de forma mecánica. El periodismo, en este sentido, se ha burocratizado.
—¿Cuál es tu opinión del periodismo cultural en el país actualmente?
—Mi opinión es esa, que el periodismo se convirtió en una burocracia. Desde mi punto de vista, falta creatividad y profundidad. Tenemos a los géneros mayores al alcance, el reportaje, la entrevista y la crónica, y no sabemos usarlos. Antes había la ambición de llegar a la literatura a través del trabajo periodístico, o por lo menos arañar lo literario. Creo que eso se ha perdido.
—Me impresiona cómo combinas la literatura con el deporte, ¿cómo logras esto?
—Cuando me hice cronista deportivo sentí que debía responsabilizarme en tratar de entender lo que era el deporte, aprender a ver el deporte, una actividad llena de detalles. Leí mucho sobre futbol y boxeo, por ejemplo. Busqué La fiesta del alarido, de Manuel Seyde, las cosas futbolísticas de Villoro y Galeano, entre otros, y encontré que la crónica deportiva y la buena prosa no tenían que estar reñidas y que eran, como diría Camus, buenos medios para conocer al hombre.
—Mencionas que el periodismo se ha dio burocratizando, ¿cuál crees que sería la solución?
—La solución está en poder despertar la creatividad del reportero, hacerlo lector de buenos libros, y crearle inquietudes. Como reportero he tenido buenos editores y ellos me dieron espacio, páginas enteras, para poder desplegar reportajes, crónicas y entrevistas, con la exigencia de que fuera un material de primera calidad. En el editor, quizá, más que en el reportero, está la posibilidad de que un medio crezca o se estanque. Si dejamos que otros fijen la agenda, si dejamos que las instituciones decidan a quién entrevistar y a quién no, estamos perdidos.
—¿Tienes alguna anécdota interesante de tus aventuras como entrevistador?
—El otro día vi en una cafetería a Leonora Carrington, y recordé mis lecturas de sus libros, que son extraordinarios, y recordé haber ido al Museo de Arte Moderno varias veces a ver sus cuadros, también una maravilla. Un viejo proyecto mío ha sido ir a conversar con ella; conozco la obra y tengo noticias numerosas de la persona, su relación con Max Ernst y sus contactos con los surrealistas… Pero nunca me he atrevido a solicitar una entrevista con Leonora Carrington. No he encontrado la manera. Es un personaje que me impone. Me gusta admirarla, es la energía creativa en persona, pero ante ella quizá no podría sino balbucir. Sin embargo, siento que a través de sus cuentos y novelas, de su obra plástica y entrevistas con ella que he leído, a través de todo eso ya he conversado con ella.
—¿Qué debe contener una buena entrevista?
—Una buena entrevista debe contener al personaje por entero.
Octubre 2010
Etiquetas: A sol y asombro, entrevistas
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