Contra todo pronóstico, y a cuarenta años de su desaparición física, Francisco Tario (n. Francisco Peláez Vega, 1911-1977) se ha ido transformando, de forma lenta pero segura, en lo que el cineasta George A. Romero describiría como un muerto viviente… Es curioso pensar, ahora que escribo juntos estos nombres, que The Night of the Living Dead, de Romero, se haya estrenado el mismo año de 1968 en que la editorial Joaquín Mortiz publica Una violeta de más; y que si extraemos del título del filme sus primeras palabras obtenemos La noche, el libro con el que Tario inicia en 1943 su camino literario.
El azar de la escritura (teclear como si arrojara uno los dados) armó este breve laberinto: la noche de Francisco Tario; la noche de un muerto viviente.
En la historia de su vida que se ha ido construyendo a lo largo de cuatro décadas (con la revisión de sus papeles y el diálogo con aquellos que lo conocieron), entre muchas sombras aún prevalece el misterio del exilio de Tario a finales de los años cincuenta y la decisión de asentarse en Madrid. ¿Por qué se fue de México? Se cree que la huida está relacionada con los cines que tenía en Acapulco, el Rojo y el Río (uno más, el Bahía, estaba en construcción), y los propósitos de William Oscar Jenkins o Gabriel Alarcón por apoderarse de la plaza.
Abandona el puerto y fija su residencia en España. Lo acompañan su esposa, Carmen Farell, y sus hijos Sergio y Julio. También deja de escribir o publicar. Había tenido una década muy activa con La noche (1943), Aquí abajo (1943), Equinoccio (1946), La puerta en el muro (1946), Yo de amores qué sabía (1950), Acapulco en el sueño (1961), Breve diario de un amor perdido (1951) y Tapioca Inn: mansión para fantasmas (1952)… Este último título, por cierto, aparece como parte de la colección Tezontle, del Fondo de Cultura Económica, sin acreditarse a esa institución, por haber sido editado con costo al escritor. Es probable que sus otros libros también fueran ediciones pagadas. Para Los Presentes, en donde figuran Yo de amores… y Breve diario…, Juan José Arreola requería la aportación económica de los autores, como lo cuenta (a Orso Arreola) en El último juglar (2015, segunda edición).
Dos cosas destacan de este recuento: una, ese primer impulso de Tario que va de 1943 a 1952, rico en variaciones (cuento fantástico, novela realista, un fragmentario heterodoxo, una nouvelle de tono existencialista, prosemarios…); la otra, el que la mayor parte sus libros hayan sido ediciones que él pagó, incluso a la hora de ingresar a un catálogo como el del Fondo de Cultura Económica, en donde aparecerían por esos días Confabulario (1952) del mismo Arreola y El Llano en llamas (1953) de Juan Rulfo. Quizá ello marca ya un destino marginal.
Las excepciones serían Acapulco en el sueño, libro por encargo del gobierno mexicano que se distribuyó internacionalmente, según se sabe, vía las embajadas; y la reedición de La noche que hizo la Editorial Novaro en 1958, bajo el título La noche del féretro y otros cuentos de la noche, del que, según el colofón, se tiraron hasta 15 mil ejemplares.
Para entonces, finales de los años cincuenta, Tario ya andaba por Europa; y, como se dijo arriba, terminaría por avecindarse en Madrid. De este alejamiento enviará, quizá a comienzos de 1968, Una violeta de más, que Joaquín Mortiz publica ese año, y que es, entre otras cosas, un tributo a Carmen Farell, su esposa, quien muere en 1967, y que será ese “mágico fantasma” al que el libro está dedicado. Diez años después, en el silencio escrito (o en el suicidio literario, como califica Esther Seligson este periodo), Tario la alcanza.
En México dan la noticia de su muerte José Emilio Pacheco en Proceso (núm. 63, 14 de enero de 1978) y José Luis Martínez en Vuelta (vol. II, núm. 16, marzo de 1978). Abrió así JEP su columna Inventario: “Ha muerto en Madrid Francisco Tario, que adoptó este pseudónimo desde su primer libro, La noche (1943), quizá para distinguirse de su hermano, el célebre pintor Antonio Peláez”… Aunque Toño Peláez, diez años menor que Tario, se hizo célebre (por así decirlo) hasta los años cincuenta, por lo que su fama futura no debió ser una razón para cambiar en los años cuarenta el Peláez por Tario. Más bien evitó el escritor que se le asociara con el negocio paterno, la Casa Peláez, ubicada en la calle de Mesones, en el centro de la Ciudad de México.
Sigue JEP: “Con Juan de la Cabada y Francisco Rojas González, Tario fue uno de los más célebres cuentistas anteriores a la aparición de Rulfo y Arreola. Luego, por su ausencia del país, su nombre fue desvaneciéndose, al grado de que en los sesentas Ernesto Flores protestaba contra su olvido en la revista Cóatl de Guadalajara, y fue necesario que Edmundo Valadés lo redescubriera para los nuevos lectores en las páginas de El Cuento”.
Enseguida hace Pacheco una breve semblanza y pide leer (o releer) a Tario, mas da la impresión de que también para él era un nombre que se desvanecía, a pesar de ser Tario precursor de la literatura fantástica, género del que Pacheco fue también buen practicante.
No es reclamo: sólo apunto que en ese entonces acaso no se tenía una perspectiva acertada sobre su papel en esa parte de la historia literaria. Probablemente ignoraba Pacheco que Tario fue uno de los primeros lectores mexicanos de la Antología de la literatura fantástica (1940), de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; y acaso contaminó de ese mal a sus vecinos (de la casa de atrás), Octavio Paz y Elena Garro, que escribirían cuentos fantásticos, uno en ¿Aguila o Sol? (1951) y ella en La semana de colores (1964), e incluso Garro sería agregada a esa antología argentina con la pieza teatral Un hogar sólido.
En la muy reciente recopilación de Inventario (2017), hay varios textos que se ocupan de ¿Águila o sol?, libro que ubica JEP en la tradición del poema en prosa (con Aloysius Bertrand y Charles Baudelaire como iniciadores), la escritura surrealista e incluso en el terreno de lo fantástico, asociándolo al Bestiario (1951) de Julio Cortázar… y no se le ocurre incluir a Tario en el paisaje.
También José Luis Martínez, que estuvo muy cerca de Tario (y desde La noche vigiló su carrera con textos críticos), lo coloca al margen de la historia literaria al decir que “este francotirador de las letras tampoco aceptó convertirse en profesional acaso porque comprendió que la originalidad deja de serlo por acumulación”.
Según Julio Peláez Farell, el hijo menor (como pintor conocido como Julio Farell), cuando se dice que Tario muere del corazón ello tiene un doble sentido: primero porque éste se le rompe al morir su esposa Carmen Farell; y luego porque efectivamente se vio aquejado por un mal cardiaco, que lo desprende de la vida física el 30 de diciembre de 1977.
Quizá haya una tercera muerte, la literaria, que en 1977 parecía mortal pero de la que se recuperará por la aparición de antologías, reediciones y recopilaciones, en una labor que desde finales de los años ochenta del siglo pasado (cuando aparece la antología Entre tus dedos helados, con prólogo de Esther Seligson) ha sido más o menos constante: si uno se asoma ahora a las librerías, encontrará aún los dos tomos de Cuentos completos de Lectorum (que el editor resurtió ante el boom tariano), la antología española de Atalanta y una nueva de Cal y Arena, otra del Fondo de Cultura Económica ilustrada fantasmagóricamente por Isidro R. Esquivel, la reunión de su teatro en Ediciones El Milagro, los textos recuperados en Ficticia y la novela Aquí abajo que reeditó Conaculta, más los dos tomos de Obras completas. Vía electrónica también hay opciones para leer a Tario, incluso en francés. Se escriben tesis sobre Tario en varias universidades mexicanas; y también se hacen trabajos especializados en España y Francia… ¿Demasiado? No lo sé. Así se van dando las cosas: Tario no tiene agente literario mas alguien, probablemente él mismo, parece estar moviendo los hilos de su obra desde el más allá.
En cuanto a los papeles, aún hay cosas por hacer: los dibujos eróticos, tarea secreta (una picardía que era tal vez otro modo de convocar al fantasma), quizá merezcan una edición digna; y de la correspondencia entre Tario y Carmen Farell en el periodo del noviazgo, de 1930 a 1935, año en que se casan, surge una gran historia; antes se tenían sólo las cartas de Tario, ante el hallazgo de las letras de ella puede armarse completo el rompecabezas. No son “cartas sucias”, como las de James Joyce y Nora Barnacle, pero sí revelan un amor temprano que, parafraseando al poeta, los conducirá más allá de la muerte, como se percibe en el relato “Entre tus dedos helados”, que cierra Una violeta de más.
Francisco Tario, pues, revivió, para convertirse en estos días en lo que el cineasta George A. Romero llamaría un muerto viviente. Tal es su condición actual.
Junio 2017
Etiquetas: Antología de la literatura fantástica, Elena Garro, Francisco Tario, George A. Romero, José Emilio Pacheco, José Luis Martínez, Juan José Arreola, Juan Rulfo, Octavio Paz, William Jenkins
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal