Mary Carmen Sánchez Ambriz y Alejandro Toledo
Primer round
Todo comenzó fuera de gimnasios y cuadriláteros: en una esquina neutral del departamento-biblioteca en donde vivimos, un día decidimos empezar a colocar ahí aquellos títulos preferentemente literarios que tuvieran que ver con el boxeo. Como con la pirinola, dime qué pones tú y te diré qué pongo yo. Y a ver qué sale.
Lo primero en caer, seguro, fue algo de Cortázar: el tomo dos, peso pluma (alto y delgado), de La vuelta al día en ochenta mundos, en donde aparece (p. 124) “El noble arte”, ese texto en el que recuerda el escritor cómo en 1923 el pueblo de Banfield donde vivía siguió por la radio aquel combate de pesos pesados en el Polo Grounds de Nueva York entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo, el llamado “toro salvaje de las pampas”. Lo de la radio es literal, pues es era uno solo, único, el aparato que había en Banfield, y alrededor de él se congregó el pueblo entero. Tenía Cortázar nueve años de edad y lo habrá impresionado la postal auditiva de un Dempsey despedido por entre las cuerdas en el primer round y que cayó sobre las máquinas de escribir de los reporteros, así como el regreso a la lona del campeón impulsado (no muy legalmente) por treinta manos. En el segundo asalto Dempsey resolvió el complicado duelo.
La memoria de esa jornada de su infancia se le presentó a Cortázar en 1952 y lo llevó a escribir, entre mate y mate, el relato “Torito”, incluido en Final del juego (1956).
Mas no era, en nuestro caso, el final sino el comienzo del juego: una forma de empezar una antología. La relación de Cortázar y el boxeo no terminaba ahí pues había que considerar, también, “La noche de Mantequilla” (de Alguien que anda por ahí, 1977), que algún reseñista ha echado de menos en Historias del ring.
Un solo autor aportaba tres libros. De otro, el estadounidense Jack London, tuvimos que ubicar con rapidez “Por un bistec” y “El mexicano”, y luego, años más tarde, nos topamos con sus crónicas de aquella pelea de 1910 entre su tocayo Johnson y J. J. Jefries… ¿Cuántos relatos escribió Hemingway sobre pugilistas? ¿En dónde pusiste Del boxeo, de Joyce Carol Oates? Lo de Garibay sobre el Púas, claro, no podemos olvidarlo. Hay un ensayo de Novo, sí. ¿De Novo? No lo creo. Está en una de las recopilaciones del Fondo de Cultura Económica. ¿De Novo, Salvador Novo? Sí. Y en Cosecha roja, de Dashiell Hammett, hay una pelea buenísima, de un boxeador con ambiciones al que la mafia pide que pierda y no puede, se resiste, vence y muere…
Así, la esquina neutral del departamento-biblioteca que habitamos se fue poblando de grandes combates literarios.
Segundo round
Se sumaron jabs, uppercuts y ganchos al hígado. Apostamos por el boxeo bien escrito, zigzagueante, entrañable y furioso, que salpica sudor y sangre. Retamos al boxeo de sombra, aquel que practican los escritores al enfrentarse a la página en blanco y —literalmente— librar una batalla; el famoso cross a la mandíbula del que habla Roberto Arlt, golpe literario con el que se busca derribar con efectividad al lector. Decía Cortázar que la novela debe vencer por decisión y el cuento por nocaut. Si para Hemingway el periodismo era una forma de calentar el brazo —en metáfora beisbolera, para poder enfrentar después los juegos mayores—, en la disputa por la palabra otros autores aceptan los rounds necesarios con los que vencerán a la página en blanco… o serán vencidos por ella.
Tercer round
Como suele ocurrir, hacer una antología tiene sus riesgos, pues hay que conjuntar un buen cartel. Viene al caso una frase de André Gide de la que el joven Xavier Villaurrutia se apropia: “Hace falta perderse para recobrarse”.
En Historias del ring no se agotaron los autores, al contrario: nos hizo falta espacio. El primer engargolado daba para un libro, quizá inmanejable, de ochocientas páginas; atendiendo a una sugerencia de Rafael Pérez Gay, nuestro editor en Cal y Arena, la dejamos en cuatrocientas (como los cuatrocientos golpes del filme de Truffaut), con una tipografía agradable y el aire necesario para que el lector respire. Lo otro, lo que quedó fuera, da perfectamente para un segundo libro tan bueno como el primero.
En el apartado dedicado al cuento tuvieron que eliminarse piezas como “La noche de Mantequilla” de Cortázar, “Clase de box” y “El jorobadito” de Roberto Arlt, “El rayo Macoy” de Rafael Ramírez Heredia, “Los que vieron la zarza” de Liliana Heker, “Prometeo” de Julián Ríos y “Rocket Man” de Thom Jones. Este último autor es un boxeador norteamericano en retiro; ha sido considerado en su madurez un narrador propositivo con miras a convertirse en un peso pesado de la ficción.
La parte consagrada al ensayo permaneció casi intacta. La novela no corrió con la misma suerte. Habíamos seleccionado un capítulo o round de Con la muerte en los puños de Pedro Ángel Palau y algo curioso de Los 40 chatos de Antonia Mora; salieron acaso por ser textos que tratan más de la vida de los peleadores fuera del cuadrilátero que de sus aventuras pugilísticas. También separamos unos fragmentos de Segundos afuera, novela del argentino Martín Kohan acerca del combate entre Dempsey y Firpo que tanto emocionó a Cortázar.
En cuanto a la poesía relacionada con el pugilismo hay pocas piezas, pero bien contadas, de Apollinaire, Machado, Nicolás Guillén... Al saber del proyecto de la antología, Eduardo Lizalde pidió que considerásemos un texto suyo y ofreció ese poema hermoso y violento en donde propone a los amantes “dar lo absolutamente imprescindible,/ obtener lo más,/ nunca bajar la guardia,/ meter el jab a tiempo,/ no ceder,/ y no pelear en corto,/ no entregarse en ninguna circunstancia/ ni cambiar golpes con la ceja herida”.
Con respecto a la sección de crónicas y reportajes teníamos la cobertura periodística de London en torno a la pelea Johnson vs. Jeffries, una conversación amplia de Sergio Guzmán con Carlos el Cañas Zárate… Uf, ya no, no cabía. ¿Dónde, pues? El límite no fue de tiempo sino de páginas. Y quedó al fin una buena representación mexicana que debe ser valorada: la entrevista de Ramón Márquez con Mohamed Ali antes no coleccionada en forma de libro, los encuentros de Ricardo Garibay con el Púas Olivares y de Héctor de Mauleón con el fantasma del Chango Casanova, más Garmabella dándole voz al Ratón Macías… y unos momentos frenéticos del relato imprescindible de Norman Mailer sobre aquella pelea mítica Ali-Foreman.
Cuarto round
¿Quedó lo mejor y salió lo bueno? Fue una de las combinaciones posibles y se apostó al equilibro de los géneros. Se arma así un paisaje plural en donde hay ficción y reflexión, metáfora e indagación periodística. Las primeras peleas son encarnizadas (London, Cortázar, Hemingway, Piglia, Villoro), lo que no da tiempo al lector de estudiar a su oponente que es el libro… lo que sí ocurrirá en el paréntesis ensayístico, en donde quizá destacan Novo y Joyce Carol Oates. Volverá el vértigo con los novelistas (Conan Doyle y Hammett) para sosegarse, y no, en el poema; y después viene el material aterrizado de la prosa periodística.
La novela gana o pierde por decisión y el cuento por nocaut técnico, decía Cortázar. Una antología debe librar sus propias batallas.
Cuando el lector tenga el libro en sus manos, sonará la campana.
Quinto round
Creció Mary Carmen con los periódicos deportivos que llevaba a casa su abuelo materno; éste fue necaxista y en las canchas lo conocieron, en los años cuarenta, como Rodolfo el Churro Ambriz. Ella no lo vio jugar pero sí leer las páginas de futbol y boxeo, costumbre que le fue heredada.
El pugilismo lo conoció Mary Carmen por la letra, y esa ha sido su experiencia. No ha visitado gimnasios ni arenas; tampoco se desvela los sábados por ver una pelea. Lo suyo es el boxeo literario, que disfruta.
Alejandro vivió cierta afición en la infancia, esa que se creaba los sábados por la noche alrededor de la pantalla del televisor. Asistió algunas semanas al gimnasio del Centro Cultural Miguel Hidalgo y Costilla (en la Unidad San Juan de Aragón), mas nunca subió al cuadrilátero. En los años noventa se convirtió en cronista deportivo y fue asiduo a gimnasios como el Margarita, el Romanza y el Nuevo Jordán. Sus entrevistas con el Ratón Macías, Finito López, Daniel Zaragoza, Julio César Chávez, Óscar de la Hoya y otras figuras están recopiladas en el libro De puño y letra (Ficticia, 2005), que abre con un diálogo entre Jaime Sabines y Laura Serrano, “la poeta del ring”.
Acudió al boxeo libresco porque al presenciar una pelea no tenía palabras para describir lo que ahí estaba ocurriendo (como dice Nicolás Guillén, confundía el jab con el uppercut) y pensó que autores como London, Hemingway o Mailer le proporcionarían los elementos necesarios para realizar una crónica decorosa. Fracasó una noche al presenciar en Las Vegas un combate por el cinturón de los pesos pesados de menos de un minuto y sólo cuatro golpes; hubiera tenido que escribir, literalmente (y con límite de tiempo), la crónica de un instante.
Al final ambos comprendieron, como lo muestra Historias del ring, que la palabra es una buena herramienta para fijar la feroz fugacidad del pugilismo.
Quinto round
Creció Mary Carmen con los periódicos deportivos que llevaba a casa su abuelo materno; éste fue necaxista y en las canchas lo conocieron, en los años cuarenta, como Rodolfo el Churro Ambriz. Ella no lo vio jugar pero sí leer las páginas de futbol y boxeo, costumbre que le fue heredada.
El pugilismo lo conoció Mary Carmen por la letra, y esa ha sido su experiencia. No ha visitado gimnasios ni arenas; tampoco se desvela los sábados por ver una pelea. Lo suyo es el boxeo literario, que disfruta.
Alejandro vivió cierta afición en la infancia, esa que se creaba los sábados por la noche alrededor de la pantalla del televisor. Asistió algunas semanas al gimnasio del Centro Cultural Miguel Hidalgo y Costilla (en la Unidad San Juan de Aragón), mas nunca subió al cuadrilátero. En los años noventa se convirtió en cronista deportivo y fue asiduo a gimnasios como el Margarita, el Romanza y el Nuevo Jordán. Sus entrevistas con el Ratón Macías, Finito López, Daniel Zaragoza, Julio César Chávez, Óscar de la Hoya y otras figuras están recopiladas en el libro De puño y letra (Ficticia, 2005), que abre con un diálogo entre Jaime Sabines y Laura Serrano, “la poeta del ring”.
Acudió al boxeo libresco porque al presenciar una pelea no tenía palabras para describir lo que ahí estaba ocurriendo (como dice Nicolás Guillén, confundía el jab con el uppercut) y pensó que autores como London, Hemingway o Mailer le proporcionarían los elementos necesarios para realizar una crónica decorosa. Fracasó una noche al presenciar en Las Vegas un combate por el cinturón de los pesos pesados de menos de un minuto y sólo cuatro golpes; hubiera tenido que escribir, literalmente (y con límite de tiempo), la crónica de un instante.
Al final ambos comprendieron, como lo muestra Historias del ring, que la palabra es una buena herramienta para fijar la feroz fugacidad del pugilismo.
Agosto 2012
Etiquetas: Arthur Conan Doyle, boxeo y literatura, Ernest Hemingway, Historias del ring, Julio Cortázar, Salvador Novo
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