jueves, octubre 13, 2011


Un artista callejero con buena fortuna

La gente ya reconoce a los Working Dancers. Ellos son uno: Sebastián Campos; o dos, si se considera a su asistente Alberto Galindo, que se ocupa del sonido pero participa, también, del espectáculo callejero; o cuatro, si a ellos sumamos los títeres Ébano y Kevin.
Lo que se ve, en las plazas de la ciudad de México, es a unos trabajadores de la construcción que para salir de la rutina suspenden sus labores y con casco y chaleco reflectante salen a la calle, sobre todo a la hora de la comida, para bailar muy coordinaditos. Luego de un rato el transeúnte puede percatarse de que se trata de una ilusión, pues entre uno y otro títere hay alguien, como ensandgüichado, que crea esa magia comunitaria y coreográfica.
La risa vuelve al espectador generoso. Porque sí, por puro agradecimiento (“¡Me hiciste el día!”), hay quien toma varios billetes de los grandes y paga con ellos el buen rato, sin que le duela el codo.
“El ingreso en la calle, aunque puede ser bueno, varía mucho, depende por ejemplo del clima, porque si llueve suspendemos o si hay viento cuesta moverse, y del humor o malhumor de la gente... Me gusta trabajar a la hora de la comida; y lo máximo que he llegado a sacar, en dos horas, han sido 3 mil 500 pesos… Y es que no puedo trabajar más, lo que cargo son catorce kilos. ¡Es muy difícil bailar con ese peso encima!”

La vida en rojo

Sebastián Campos nació en Santiago, Chile, en 1984. A los 18 año salió del colegio, en donde estudió una carrera técnica que nunca practicó; a los 19 se mudó a la ciudad de México, porque acá vivía una hermana suya, y a los 20 empezó a semaforear. “Con una novia armamos la fachada de un vocho. Aparecía yo en el semáforo, como para molestar a la gente, y pasaba ella con el vocho y me atropellaba. Tocaba ella la marcha fúnebre con una trompeta y me tiraba una rosa de plástico. Tomaba yo la rosa y moría… Ese era nuestro acto, fue lo primero que hice en la calle.”
A la vez, ejercía como mesero en Coyoacán. Después del espectáculo del vocho se construyó un títere de Rigo Tovar; bailaba, hacía el brinquito. Se presentó así de forma estable, por años, en la esquina de Cuauhtémoc y Obrero Mundial. “Rigo me hizo viajar, me llevó al norte; y me hizo ganar dinero en shows, aunque no a los niveles de ahora. El asunto ha ido in crescendo.”
El tercer paso fueron los Working Dancers… que vienen, lo reconoce, de un personaje estadounidense que vio de niño en la televisión, Amazing Christopher, que se coloca dos títeres al frente y dos atrás (para dar la impresión de ser un quinteto como el de Village People), aunque sus movimientos son acaso menos coordinados. Sebastián se acredita varias innovaciones en cuanto a la articulación de los muñecos, entre ellas el juego con la cadera. Cree que a eso se debe parte de su éxito.

Primeros pasos

Dos años atrás, en agosto de 2009, empezó a construir los títeres de los Working Dancers. Cual Gepeto, tardó cuatro meses en tenerlos listos. Un día, saltaron a la calle Brayan, Donovan (el propio Sebastián) y Kevin; más tarde, por disputas contractuales, el títere Brayan abandonó el grupo y fue sustituido por Ébano, nigeriano, con diente de oro y cabello afro. Esa es la formación actual. Más el señor Galindo, que apoya en el espectáculo y el sonido.
—¿Y cómo fueron los primeros pasos?
—Antes nos era más difícil llegar a un lugar y tener el poder de convocatoria, que la gente te haga caso; ahora ya tenemos hasta colmillo, sabemos cómo entusiasmar al público. Este es uno de los mejores momentos. Estoy muy orgulloso de lo que somos.
—Agradan a muchos y cobran bien, ¿no es cierto?
—Me encantan los aplausos, y que la gente me diga: “Es lindo lo que hiciste, me gustó mucho, pero no tengo dinero”, está bien, no hay problema… pero si todo mundo fuera así, pues como que no podría seguir. Valoro lo que tengo, me esfuerzo demasiado con este trabajo, y por eso mismo el dinero es una parte muy importante. Con los Working Dancers comemos tres, o cuatro: yo, los dos muñecos y el ayudante.
Ocurrió una vez, en Coyoacán, que reunieron a más de cien espectadores. Como si se tratara de despejar a un grupo de manifestantes, irrumpió la policía con armas de alto calibre e intentó capturar a Sebastián. El respetable reaccionó de inmediato, solidarizándose con el artista callejero y los ánimos se encendieron: que tú, que yo, que no, que sí. Al fin, alguien con autoridad dio la orden: “Dispérsense, aquí no pasó nada. Y tú, flaco, vete a tu casa”.

Al estrellato

Los Working Dancers ya no solo bailan en las calles: van a fiestas, a carnavales, a convenciones; los contratan para eventos privados, realizan giras, han aparecido ya una vez en televisión… Aunque la calle sigue siendo el principio y el fin de todas las cosas. En el centro de Santiago, en Chile, hace un año, se presentaron a las afueras del Metro Bellas Artes; había una larga fila que aguardaba entrar a una función muy elegante, y los obreros danzantes hicieron su arribo triunfal. “Es la vez que he escuchado más aplausos, fue increíble; desde los edificios me observaban, tiraban el dinero, la gente bajaba a conocerme.”
La coreografía dura cuatro minutos; el espectáculo completo, entre ocho y diez. Esto varía según los ánimos de los artistas y el entusiasmo del público conocedor. Por lo común, es una fiesta instantánea.
—¿Qué es lo que sigue?
—Convocar a nuevos integrantes. Ahora somos tres los que bailamos, podríamos ser cinco.
—¿Llevas alguna relación especial con los títeres?
—Tienen un cuarto para ellos… Tienen su lugar, claro, hay que invertirles. Comen otras cosas, pero sí hay que tenerlos bien. Son parte del grupo, han ido cobrando vida.
Antes de un espectáculo, los cuatro se abrazan y se desean suerte; y acaso el señor Galindo anima a uno de los títeres, Ébano o Kevin: “Rífate, carnal, rífate”.

Octubre 2011

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