Han sido tantos los accidentes en la vida de Manuel Juárez que con ellos se podría armar un gran libro. Sólo que en manos de un literato el cuento de esa existencia real, cierta, correría el riesgo de convertirse en una historia inverosímil; se acusaría al escritor de haber concentrado en un solo personaje lo que pudo haber ocurrido a muchos hombres. Y no es así. Hay un solo protagonista.
Con los años cree confirmar algo: que en el cielo no lo quieren y en el infierno le temen, por lo que ambas fuerzas, la divina y la maligna, lo dejaron en un inquietante espacio intermedio.
Con sangre entra
Nació en la ciudad de Pachuca el 23 de octubre de 1945 y su infancia no fue dichosa. Al menor pretexto, la menor falta, el padre lo agredía: si se orinaba en la cama, por ejemplo, lo llevaba en la madrugada al lavadero del patio para bañarlo con hielos y agua fría. También llegó a bombardearlo con copas de vidrio, o una vez le lanzó un afilado compás de acero. Esto sin contar los golpes francos, directos, con los que el padre se ejercitaba cotidianamente.
En el kinder cayó Manuel de cabeza de una resbaladilla y estuvo inconsciente un par de horas; por accidentarse, el padre lo castigó con tremenda paliza. Ese mismo día, a la hora de la comida, se enojó el señor porque Manuel esperaba a que se enfriara la sopa, le soltó un manazo en plena cara, lo que desprendió la gasa de la descalabrada que fue a dar al plato: el pequeño fue obligado a comer un coctel en el que había sopa y sangre, mocos y lágrimas.
“Los azotes que mi padre me propinaba mataron mis ilusiones de niño, me envenenaron el alma, además de deformarme algunos huesos y algunas partes del cuerpo, pero no me privaron de la vida”, dice.
Sobrevivió al padre porque huyó de Pachuca a los nueve años y viajó a la ciudad de México. Como broma, presume haber sido uno de los primeros “niños de la calle”. Fue mensajero de bicicleta y sufrió varios percances; en alguno de ellos quedó bajo un autobús de pasajeros con la bicicleta atorada entre las llantas; otra vez se agarró de un camión para darse velocidad, luego se soltó a toda marcha hasta que se abrió la portezuela de un vehículo estacionado, contra ella chocaron bici y Manuel y éste salió volando unos metros… Quedó, dice, “raspado de los brazos, sangrando copiosamente por la nariz y de una descalabrada en la frente y adolorido, más que del cuerpo de mi propio orgullo”.
El viernes 23 de noviembre de 1963 llegó a las redacción de una agencia noticiosa a entregar un paquete; le sorprendió el barullo que se creaba en torno a la noticia. Fue una jornada especialmente complicada porque es el día en que asesinaron en Dallas a John F. Kennedy. Dejó Manuel el paquete y se quedó ahí, a ayudar; lo pusieron a cortar cables. Por la noche alguien preguntó quién era el muchacho. “Es un mensajero que nos estuvo ayudando”, dijo uno.
—¿Te quieres quedar a trabajar en Informex?
—¡Claro!
Empezó como office boy y fue ascendiendo. Ya como reportero lo enviaron a una gira presidencial por Veracruz, en donde Luis Echeverría rendiría honores a un grupo de periodistas que un año antes había perdido la vida en un avionazo al cubrir su campaña como candidato del PRI. Era la primera vez que subía Manuel a una aeronave; ésta se llamaba “Francisco Zarco”. Antes del aterrizaje, “sobrevino un fuerte impacto que nos hizo saltar aún cuando estábamos sentados y golpearnos en la cabeza al abrirse sobre nosotros las tapas de los compartimientos de equipaje”. Un panzazo, pues. Sin consecuencias graves.
Otro viaje fue más arduo: al aterrizar en Chihuahua, un fuerte viento empujó el avión fuera de la pista y lo dejó ahí quebrado y maltrecho. Manuel tomó su maleta, se aventó por el tobogán y corrió hasta sentirse a salvo. Las piernas le temblaron. Hubo muertos.
La muerte le habla al oído
Ha estado en helicópteros que se colapsan y participado en volcaduras de vehículos. Casi cae, un día, a los discos metálicos de un tractor; un brinco lo salvó, pero fue a dar junto a una víbora de cascabel que fue muerta al fin, de un machetazo oportuno, por el chofer del tractor.
Se perdió una vez en la selva chiapaneca en una noche de lluvia; en otra ocasión deambuló sin rumbo por un desierto y tuvo que comer ratas de campo y extraer agua de un saguaro para seguir con vida. El jueves 10 de junio de 1971, por el rumbo de San Cosme, a donde lo enviaron de la agencia noticiosa para que se enterara de qué estaba ocurriendo, en pleno “halconazo” una bala perdida se incrustó en su costado derecho, a la altura de la cadera.
De muchas de estas historias queda el recuerdo del dolor experimentado y quedan, también, las cicatrices. La muerte se le acerca, le habla al oído, le coquetea, pero no lo lleva consigo. En los funerales escucha que se dice del difunto: “¡Cómo que se murió! ¡Tan bueno que era!” Y piensa que él, por no morir, no ha de ser muy bueno.
El accidente casi final sucedió el 12 de diciembre de 1979. Trabajaba en una oficia de la avenida Cuauhtémoc; era temprano y discutió con su jefe, que lo corrió. Salió de ahí, molesto, y al cruzar la calle sintió un golpe duro. La memoria entonces se oscurece. Por reconstrucción posterior sabe que fue atropellado, que se levantó y caminó hacia una banca de la avenida Álvaro Obregón; que un compañero lo vio maltrecho y pidió una ambulancia. Tenía una hemorragia en el cerebro y lo operaron de emergencia, cortándole en la operación una parte del cráneo; durante dos noches se esperó su muerte.
Soñó entonces que iba por un subterráneo con un grupo de desarrapados que marchaba hacia una salida luminosa, mas decidió que ese no era su camino y metió reversa; lo sujetaron para que siguiera con ellos, se rebeló y al liberarse y correr en sentido contrario gritó con toda su alma. El grito fue su despertar en el hospital, su regreso a la vida. Se miró al espejo y vio a Frankenstein.
Podría aplicar Manuel Juárez a su existencia un par de voces del argentino Antonio Porchia; la primera: “Vengo de morirme, no de haber nacido. De haber nacido me voy”; y además: “Cuando muera no me veré morir, por vez primera”.
Agosto 2011
Etiquetas: Antonio Porchia, Frankenstein, Manuel Juárez
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