domingo, noviembre 10, 2019


La mirada de Juan Antonio López

Juan Antonio López recuerda un viaje al sureste con su padre. Él tenía 16 años y por ser el hijo mayor don Juan López Bernal lo invitó a acompañarlo a esas vacaciones que acostumbraba realizar con los amigos. Era el verano de 1979. En una tienda de Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, entre la oferta de la fayuca, que en ese tiempo proliferaba en las zonas portuarias, se detuvieron ante una camarita de 35 mm, china, de lente fijo, que el muchacho miró con cierta ansia.
—¿La quieres?
—Sí.
Con ese artefacto básico tomó Juan Antonio sus primeras fotografías. Todo era muy fácil: se trataba sólo de fijar el encuadre y disparar. Al regreso a la ciudad de México llevó el rollo a un local del centro para revelarlo.
Un año después entró trabajar como office-boy, el chico de la oficina, a una agencia de publicidad: limpiaba, hacía mandados, llevaba los trabajos terminados a los clientes... Recuerda que se perdía a ratos en la oicina del patrón, Herminio Núñez, cuando éste no estaba, a ver libros de imágenes que él tenıá ahí; algunos estaban incluso retractilados, y eran abiertos por Juan Antonio. Le llamaron la atención, sobre todo, las fotografıás grandes, hermosas, de paisajes. A veces en el trajín se enteraba de que los diseñadores buscaban una imagen con tales y cuales características, y él les decía dónde la había visto o les llevaba el libro.
Con el tiempo el dueño de la agencia lo invitó a aprender un oicio y Juan Antonio se interesó por la técnica del fotolito; compraron la máquina y lo enviaron a un curso con la empresa Agfa. Con ese aparato vertical, además de tomar logos o ampliar imágenes, páginas o lo que se requiriera, Juan Antonio empezó a experimentar con la foto directa de algún producto.
Un oficio lo llevó al otro, digamos, y con sus ahorros se compró la primera cámara profesional: una Yashica de 35 mm con zoom... que llevó al segundo o tercer viaje que hizo con su padre al sureste, y también a los viajes familiares. En su barrio corrió la voz de que tenıá una cámara y lo contrataron para bodas, fiestas de XV años o bautizos; tomó postales promocionales de algunos grupos de música tropical de conocidos.
Hay una historia paralela a su camino laboral: su gusto por el atletismo. Ya andaba metido en maratones y medio maratones y pertenecıá al grupo de Sergio González, corredor de élite también aficionado a la fotografía, que regalaba fotos a sus corredores de ellos mismos en competencias. En ese tiempo Juan Antonio compró su segunda cámara, una NikonFM, y se acercó al líder de la agrupación para que le enseñara cómo lograr mejores retratos. Su ámbito era ese, el mundo de los corredores.
En la agencia de publicidad duró seis años. Después tuvo la oportunidad de ingresar a la Universidad Nacional en labores de intendencia. Tenıá 23 años. La UNAM no le era un espacio ajeno, pues siempre ha vivido en las cercanías con la Ciudad Universitaria, entonces en Copilco el Alto, ahora en el Pedregal de Santo Domingo. Además, entre todo esto había estudiado en el CCH Sur; luego cursarı́a Comunicación y Periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Recuerda haber ido al Estadio Olímpico como a los seis años para ver un partido de Pumas. Era universitario por los cuatro costados.
Su primera oficina fue la Dirección General de Incorporación y Revalidación de Estudios. Tomó un curso de fotografía en San Ildefonso... y supo que se abría una plaza de fotógrafo en la Dirección General de Información, para la que concursó. De veinte que se presentaron, Juan Antonio fue el elegido.
Desde sus inicios se dio cuenta de que no sólo se trataba disparar la cámara burocráticamente; cada orden de trabajo implicaba aprendizajes, por los personajes que iba conociendo en las conferencias o las entrevistas que le tocaba cubrir. Siempre ha buscado que su trabajo sea a la vez profesional y personal. Lo que se refleja es su forma de interpretar ese espíritu que habla por la raza. El campus de Ciudad Universitaria fue su primer laboratorio; luego, éste se extendió por las visitas frecuentes al viejo barrio universitario... Y más adelante, a los muchos espacios que hay en el país (y más allá) con el sello de la Universidad Nacional.
Ası́ fue armando su archivo fotográfico. Son miles las instantáneas en las que ha quedado fija su mirada como fotógrafo universitario. Vía los boletines, éstas han aparecido en los diarios importantes del paıś; su ámbito más frecuente ahora son las páginas de Gaceta UNAM. Quizá soñó con tener alguna vez en sus manos un libro de imágenes suyas, similar a aquellos volúmenes que revisaba detalladamente en la agencia de publicidad, y éste es ya un sueño cumplido. Podrá sentarse a contemplar no ya esos hermosos paisajes que de adolescente lo asombraron sino el paso de la vida universitaria en su mirada.
Una de sus pasiones es salir al campus, cámara en mano, esperar a que ocurra el milagro y capturarlo; en este ámbito diverso, rico también en su arquitectura, todo puede ocurrir.
Hace poco me preguntó si ver y mirar eran lo mismo. Venía Juan Antonio de dar una plática a jóvenes del CCH Sur y había intentado marcar esa diferencia. Le recordé, entonces, lo escrito al respecto por Efrén Hernández en uno de sus relatos: “Ver es dejar que la luz obre sobre el dispositivo de los ojos. El que abre los ojos, el que no se los tapa, ése es el que ve. Mirar, en cambio, es entregarse por medio del sentido de los ojos, es polarizar las potencias del ser hacia el objeto que capturan los ojos [...] Mirar no es como ver. Mirar es entregar el alma al objeto que capturan los ojos. Es algo más que ver, es ver con sed”.
Y eso es lo que ha hecho Juan Antonio López en sus labores como fotógrafo universitario: ver con sed.

Ciudad Universitaria, noviembre 2019

Etiquetas: , , ,

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal