martes, diciembre 21, 2004

LA NARRATIVA SE ENSANCHA

Uno de los rastros que puede seguir quien lea o relea por estos días Don Quijote (1605-1615), en la edición conmemorativa del IV Centenario o en alguna otra que se tenga en la biblioteca personal o familiar, es el de su influencia en la narrativa moderna. Se verán huellas de la novela de Miguel de Cervantes (1547-1616) en autores tan alejados geográfica o cronológicamente como los irlandeses Laurence Sterne (1713-1768) y James Joyce (1882-1941), por ejemplo, o el mexicano Fernando del Paso (1935).
Aunque parezca vacuo apuntarlo, tanto Joyce como Del Paso recuerdan al escudero Sancho Panza cuando acompañan a sus personajes Leopold Bloom y Luciano a retraerse en el retrete, muy a sus anchas (o ensanchados), sin caballero andante que les advierta que huelen, y no a ámbar.
En el capítulo cuarto de Ulises (1922), asume Bloom como trono la tabla redonda donde descansa sus glúteos, y sobre las rodillas desnudas despliega el periódico matutino para revisar, mientras tanto, un relato escrito por el señor Philip Beaufoy. Cuenta Joyce: “Tranquilamente leyó, conteniéndose, la primera columna, y, cediendo pero resistiendo, empezó la segunda. A medio camino, rindiendo su última resistencia, permitió a sus tripas liberarse tranquilamente mientras leía; aún leyendo pacientemente, ese ligero estreñimiento de ayer ha desaparecido del todo. Espero que no sea demasiado grande, no vuelvan las almorranas. No, exactamente lo conveniente”.
Una vez consumado el ritual, arranca Leopold Bloom la mitad del cuento y se limpia con él. Luego se ciñe los pantalones, se pone los tirantes y se abotona. Tira de la puerta del retrete, agitada en sacudidas, y sale de lo sombrío al aire.
Se airea, pues, sin haber hecho mala obra. Habrá acaso quien censure esta hermandad sino execrable si excretable, pero cierta. O quien diga que el acto de la naturaleza al que se ve impelido Sancho no tuvo por qué orientar a Bloom, que es en Ulises, no obstante, una suerte de escudero de Stephen Dedalus: en la reunión de ambos, ese 16 de junio de 1904, se cumple de nuevo la dualidad quijotesca entre el hombre de letras y el tipo rústico. Un libro es parodia de las novelas de caballería, y el otro de la Odisea de Homero. Y en ambos la escritura experimenta, como apunta de Don Quijote el especialista Martín de Riquer, “constantes y conscientes variaciones”.
Descripción que también conviene a José Trigo (1966), de Fernando del Paso, ejercicio novelístico considerado por los críticos como un Ulises mexicano. En el segundo capítulo siete (pues hay dos, uno del Oeste y otro del Este), el líder ferrocarrilero Luciano celebra una reunión política sin sentirse del todo bien del estómago, y sostiene el discurso hasta el final, cuando puede excusarse (“Compermiso, ahorita vengo”) para ir a donde el rey va solo, en un momento narrativo que es homenaje a Bloom y a Sancho: “¿Actuar con soltura? Sólo al obrar. ¿Pujanza? Era lo que menos requería. Aguanta, aguanta, espera a que pase un tren expreso, a que alguien grite, algo. Ya mero, espúlgate mientras. Si no, todos se van a enterar, se van a reír. Allá viene. Ni modo. Sale. ¡Puuuuuum! ¿Qué fue eso? Una explosión, cercana y roja. Tembló la tierra. Remezón. Antes, un resplandor sonoro.” Es decir, coincide el instante introspectivo con una explosión en los talleres de los Ferrocarriles.
Laurence Sterne compromete menos la intimidad de sus personajes cuando ajusta cuentas, o cuentos, con Cervantes en su Tristram Shandy (1760-1767). El padre del protagonista se pregunta, en el capítulo veintiuno del primer volumen, para qué será todo ese ruido y esas carreras de un lado a otro en el piso de arriba de la casa. “¿Qué pueden estar haciendo, hermano?”, le dice al tío Toby. “Apenas si podemos oírnos el uno al otro.” Responde el otro con un “creo” seguido por estas acciones: se saca la pipa de la boca y golpea la cazoleta contra la uña del dedo pulgar de su mano izquierda dos o tres veces. Y la imagen se congela. La frase del tío Toby no avanza. El narrador lo dejará así, pipa en mano, con ese “creo” que concluirá en el capítulo seis del volumen dos, 30 páginas adelante: “Creo que no estaría de más que hiciéramos sonar la campanilla, hermano”.
En Don Quijote, en el capítulo VIII, el hidalgo se enfrenta al vizcaíno, o va por él, con la espada en alto, con la determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguarda asimismo levantada la espada y aforrado, es decir protegido, con su almohada, “y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban”. La batalla queda suspendida porque el autor no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote de las que deja referidas, y la finalizará unas ocho páginas adelante, gracias a la feliz aparición del cartapacio con la Historia de don Quijote de la Mancha escrita por Cide Hamete Benengeli.
Con estas y otras estrategias, Miguel de Cervantes echó a andar la narrativa moderna.

Diciembre 2004

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal