CHRISTINE KEELER Y LOS ESCARABAJOS
Así como en estos tiempos sorprende y hastía el “caso Bejarano” (entre otras turbiedades de variado signo partidista que se registran en el desgobierno de Vicente Fox), a principios de los años sesenta del siglo pasado estalló en Inglaterra el “escándalo Profumo”, que laceró al Partido Conservador y abrió, para los sociólogos, el camino a una década de grandes cambios, y es una de las probables explicaciones del surgimiento de la beatlemanía: la desconfianza hacia la política hizo que la sociedad atendiera a figuras menos decepcionantes (como esos cuatro jóvenes músicos de Liverpool, hijos de la clase trabajadora), y terminara por mirarse a sí misma.
El cuento lírico-político, al que se puede uno asomar con el pretexto de que está por aparecer un nuevo paquete de los Beatles con sus cuatro primeros álbumes —según salieron en los Estados Unidos de Norteamérica, en orden distinto y con nombres diferentes a los originales—, quizá ayude a observar de otra manera nuestra turbia actualidad.
Hay que situarse en marzo de 1963, cuando el ministro de guerra británico John Dennis Profumo se presentó en la Cámara de los Comunes para desmentir su relación extramarital con la call-girl de 21 años de edad Christine Keeler. “No hubo ningún indecoro, en absoluto”, aseguraba Profumo. “Y no vacilaré en presentar demandas judiciales por difamación y calumnias si se repiten o efectúan afirmaciones escandalosas fuera de la Cámara.” Tres meses más tarde debió reconocer que mentía, y renunció como ministro y miembro del parlamento. También lo hará, aunque en octubre, Harold McMillan, flamante primer ministro. Y un tercer personaje involucrado, el médico Stephen Ward, que fue quien introdujo a Christine en los altos círculos del Partido Conservador, se suicida.
Mas aquí no acaba la lista de Christine, que incluye a un miembro de la inteligencia soviética: Eugene Ivanov. La dama era, pues, el punto donde se unían tres figurantes: el osteópata Ward, el ministro Profumo y el espía que surgió de una Guerra Fría entonces muy candente. Con lo que el escándalo se volvió asunto de Estado e implicó una gran conmoción en las islas británicas, ¿qué secretos no habrían corrido de cama en cama? Y como remedio contra la incertidumbre se buscaron nuevos azideros. Uno de ellos fue la beatlemanía, que para noviembre de ese 1963 era ya un fenómeno nacional que desconcertaba incluso a Brian Epstein, mánager del grupo.
Es curioso pensar que la llegada de los Beatles a los Estados Unidos, en febrero de 1964, también significó una cura: la del luto extremo vivido en ese país tras el asesinato de John F. Kennedy ocurrido en noviembre del año anterior. Y quizá se podrían hallar otros ecos sociales si se observara detenidamente el resto del itinerario de los liverpoolianos en sus giras por el mundo de 1964 y 1965. Para desgracia nuestra, el regente Alfonso Corona del Rosal se opuso a que los Beatles viajaran a la ciudad de México, mientras que Gustavo Díaz Ordaz sobrellevaba como amante a Irma Serrano (su Christine Keeler), sin que nadie le dijera nada ni tuviera que renunciar a ella o a la presidencia.
En su libro Goodbye Baby & Amen: a Saraband for the Sixties (1969), el periodista Peter Evans sugiere que el luego bautizado como Swinging London (el alocado Londres) tuvo su arranque exacto a las 11 de la mañana del 22 de marzo de 1963, cuando Profumo se presentó en la Cámara de los Comunes para negar sus tratos con Christine Keeler, que es justo el día —se añade aquí— en que salió a la venta en Inglaterra Please Please Me, el primer álbum de los Beatles.
Por sus méritos seductores que inauguraron una época, a Christine Keeler se le ve fugazmente en el video musical de “Free as a bird”, lanzado en 1995 junto con la Antología, melodía que representó el reencuentro virtual del cuarteto al retomar Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr un “demo” de John Lennon. Cuando ha corrido 1 minuto con 48 segundos de ese video que concentra la historia de los Beatles, surge Christine Keeler caminando por Penny Lane junto con Mandy Rice-Davis, su compañera de fiestas y cómplice en los amoríos.
Una cosa parecería no tener que ver con la otra, pero ocurrió: al seducir o desnudar (literalmente) a importantes figuras del Partido Conservador, Christine Keeler contribuyó a que naciera el fenómeno beatle, y a que los sesenta fueran lo que fueron: un vértigo constante. La tonada común es acaso esta: “Por favor, compláceme”.
Noviembre 2004
Así como en estos tiempos sorprende y hastía el “caso Bejarano” (entre otras turbiedades de variado signo partidista que se registran en el desgobierno de Vicente Fox), a principios de los años sesenta del siglo pasado estalló en Inglaterra el “escándalo Profumo”, que laceró al Partido Conservador y abrió, para los sociólogos, el camino a una década de grandes cambios, y es una de las probables explicaciones del surgimiento de la beatlemanía: la desconfianza hacia la política hizo que la sociedad atendiera a figuras menos decepcionantes (como esos cuatro jóvenes músicos de Liverpool, hijos de la clase trabajadora), y terminara por mirarse a sí misma.
El cuento lírico-político, al que se puede uno asomar con el pretexto de que está por aparecer un nuevo paquete de los Beatles con sus cuatro primeros álbumes —según salieron en los Estados Unidos de Norteamérica, en orden distinto y con nombres diferentes a los originales—, quizá ayude a observar de otra manera nuestra turbia actualidad.
Hay que situarse en marzo de 1963, cuando el ministro de guerra británico John Dennis Profumo se presentó en la Cámara de los Comunes para desmentir su relación extramarital con la call-girl de 21 años de edad Christine Keeler. “No hubo ningún indecoro, en absoluto”, aseguraba Profumo. “Y no vacilaré en presentar demandas judiciales por difamación y calumnias si se repiten o efectúan afirmaciones escandalosas fuera de la Cámara.” Tres meses más tarde debió reconocer que mentía, y renunció como ministro y miembro del parlamento. También lo hará, aunque en octubre, Harold McMillan, flamante primer ministro. Y un tercer personaje involucrado, el médico Stephen Ward, que fue quien introdujo a Christine en los altos círculos del Partido Conservador, se suicida.
Mas aquí no acaba la lista de Christine, que incluye a un miembro de la inteligencia soviética: Eugene Ivanov. La dama era, pues, el punto donde se unían tres figurantes: el osteópata Ward, el ministro Profumo y el espía que surgió de una Guerra Fría entonces muy candente. Con lo que el escándalo se volvió asunto de Estado e implicó una gran conmoción en las islas británicas, ¿qué secretos no habrían corrido de cama en cama? Y como remedio contra la incertidumbre se buscaron nuevos azideros. Uno de ellos fue la beatlemanía, que para noviembre de ese 1963 era ya un fenómeno nacional que desconcertaba incluso a Brian Epstein, mánager del grupo.
Es curioso pensar que la llegada de los Beatles a los Estados Unidos, en febrero de 1964, también significó una cura: la del luto extremo vivido en ese país tras el asesinato de John F. Kennedy ocurrido en noviembre del año anterior. Y quizá se podrían hallar otros ecos sociales si se observara detenidamente el resto del itinerario de los liverpoolianos en sus giras por el mundo de 1964 y 1965. Para desgracia nuestra, el regente Alfonso Corona del Rosal se opuso a que los Beatles viajaran a la ciudad de México, mientras que Gustavo Díaz Ordaz sobrellevaba como amante a Irma Serrano (su Christine Keeler), sin que nadie le dijera nada ni tuviera que renunciar a ella o a la presidencia.
En su libro Goodbye Baby & Amen: a Saraband for the Sixties (1969), el periodista Peter Evans sugiere que el luego bautizado como Swinging London (el alocado Londres) tuvo su arranque exacto a las 11 de la mañana del 22 de marzo de 1963, cuando Profumo se presentó en la Cámara de los Comunes para negar sus tratos con Christine Keeler, que es justo el día —se añade aquí— en que salió a la venta en Inglaterra Please Please Me, el primer álbum de los Beatles.
Por sus méritos seductores que inauguraron una época, a Christine Keeler se le ve fugazmente en el video musical de “Free as a bird”, lanzado en 1995 junto con la Antología, melodía que representó el reencuentro virtual del cuarteto al retomar Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr un “demo” de John Lennon. Cuando ha corrido 1 minuto con 48 segundos de ese video que concentra la historia de los Beatles, surge Christine Keeler caminando por Penny Lane junto con Mandy Rice-Davis, su compañera de fiestas y cómplice en los amoríos.
Una cosa parecería no tener que ver con la otra, pero ocurrió: al seducir o desnudar (literalmente) a importantes figuras del Partido Conservador, Christine Keeler contribuyó a que naciera el fenómeno beatle, y a que los sesenta fueran lo que fueron: un vértigo constante. La tonada común es acaso esta: “Por favor, compláceme”.
Noviembre 2004
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