LA FÍSICA HACE QUARK
Habría que pensar en el premio Nobel de física otorgado este año a los estadounidenses David J. Gross, H. David Politzer y Frank Wilczek como una vía indirecta de la Academia sueca para rectificar un antiguo traspié: el olvido del narrador irlandés James Joyce (1882-1941). Uno de muchos, habría que agregar, pues la lista de autores importantes no considerados para tan ruidoso galardón es amplísima, como también lo es la de los premiados cuyas obras en realidad no lo merecían (como las chácharas de sir Winston Churchill), mas no es aquí el espacio para enunciar ni una ni otra porque implicaría salirnos del tema por la tangente y perdernos quizá en lo ingente.
Une a los físicos con Joyce la palabra quark, nacida en Finnegans Wake (1939), en una tonada tabernera del capítulo cinco de la segunda parte: “Three quarks for Muster Mark! / Sure he hasn’t got much of a bark / And sure any he has it’s all beside the mark”, y que tiene sus dificultades para ser traducida porque se juega, como en todo el libro, con las palabras. Por ejemplo: en el primer verso, el que nos interesa, acaso muster (asamblea) encierra master (maestro) y mister (señor), e incluso monster (monstruo). Y hay quien traduce quarks como graznidos, croaks, pero está más cerca de los cuartos de galón, quarts, que se beben los parroquianos. Podría muy libremente presentarse así: “¡Tres cua-cuartos para el maese Mark!”
Víctor Pozanco, en su desacreditada versión de Finnegans (“compendio de disparates”, la califica Julián Ríos), pone así la cantinela cantinera: “¡Tres graznidos por Mark, ese dechado!”, pues Pozanco de los abundantes neologismos joyceanos muy pocos comprende, por lo que su mal resumen de la novela sólo mereció una edición, y el olvido.
En el Finnegans aparecieron, pues, los quarks. ¿Cómo es que llegaron a la física? En 1963, en el Instituto Tecnológico de California, Murray Gell-Mann predijo que los protones y neutrones estaban compuestos por partículas más pequeñas. Además de físico, era aficionado a la literatura y a las aves. Releyendo o revisando Finnegans Wake, encontró los cua-cuartos del señor Marcos (por el rey Marcos de Tristán e Isolda pero también por el apóstol), que le sonó a canto de cuervo o gaviota. Y bautizó a esas esenciales partículas como quarks en homenaje a Joyce y a su ornitofilia y mató, así, dos pájaros de un tiro. (¿Habrá visto, por cierto, una cinta de ese 1963, Los pájaros, de Hitchcock, que tiene al graznido y al aleteo como banda sonora o canora?)
Los investigadores que recibirán el Nobel demostraron, diez años más tarde, es decir en el 73, que “cuanto más cercanos están los quarks en el núcleo atómico más débil es la carga de color, de forma que si las partículas se encuentran muy unidas, la fuerza es tan mínima que prácticamente pueden moverse libremente”, lo cual tampoco es fácil de traducir para un mortal pero sí sorprende porque más que de física parece tratarse de crítica literaria, como si se describiera ese libre movimiento de la palabra en la arriesgada novela de Joyce.
Si nos dicen que un quark es “un fermión fundamental con carga hadrónica o de color”, los legos nos quedaremos de a cua-cuartos. Y que se agrupan de dos en dos para formar mesones, o de tres en tres para formar bariones, tampoco adelantaremos mucho y preferiremos ir a un mesón (constituido por un quark y un antiquark) para tomar un cuarto de galón de cerveza en compañía no de bariones sino de otros varones más proclives a lo diurético que lo hadrónico. Que el quark sea una partícula elemental de la subestructura del protón y el neutrón nos coloca a punto de estallido o de caída verbal, como esa palabra de ochenta y tantas letras que está en la página inicial de Finnegans Wake, que no se transcribe aquí por miedo a causar una catástrofe tipográfica de proporciones inimaginables.
Se entiende porqué a la hora de atisbar esas partículas más pequeñas que los protones y los neutrones nuestro Gell-Mann no en La Habana sino en California (pero acaso fumándose un habano, para celebrar el histórico descubrimiento) haya elegido esa novela y no, por ejemplo, un poema de Giórgos Seféris, Nobel literario en el 63, lo que tampoco habría estado mal, y los quarks ya no se habrían llamado así, sino Astianax o Éfesos.
Por cierto: a la vez que Murray Gell-Mann (no confundir con Richard Ellmann, el biógrafo joyceano) daba con los quarks, George Zweig encontró los “ases”, que para el caso eran exactamente lo mismo. Por caprichos del desatino, el bautizador oficial fue el primero; y habrá ahora que alzar, gracias a éste, la copa o el tarro por James Joyce y ofrecer, ebrios de la emoción, “tres cua-cuartos al maistroso Marcos / que no la pensó demasiado para embarcarse / mas hará todo lo posible por desembarazarse”. O algo así. El Nobel físico, y el novelismo, obligan.
Octubre 2004
Habría que pensar en el premio Nobel de física otorgado este año a los estadounidenses David J. Gross, H. David Politzer y Frank Wilczek como una vía indirecta de la Academia sueca para rectificar un antiguo traspié: el olvido del narrador irlandés James Joyce (1882-1941). Uno de muchos, habría que agregar, pues la lista de autores importantes no considerados para tan ruidoso galardón es amplísima, como también lo es la de los premiados cuyas obras en realidad no lo merecían (como las chácharas de sir Winston Churchill), mas no es aquí el espacio para enunciar ni una ni otra porque implicaría salirnos del tema por la tangente y perdernos quizá en lo ingente.
Une a los físicos con Joyce la palabra quark, nacida en Finnegans Wake (1939), en una tonada tabernera del capítulo cinco de la segunda parte: “Three quarks for Muster Mark! / Sure he hasn’t got much of a bark / And sure any he has it’s all beside the mark”, y que tiene sus dificultades para ser traducida porque se juega, como en todo el libro, con las palabras. Por ejemplo: en el primer verso, el que nos interesa, acaso muster (asamblea) encierra master (maestro) y mister (señor), e incluso monster (monstruo). Y hay quien traduce quarks como graznidos, croaks, pero está más cerca de los cuartos de galón, quarts, que se beben los parroquianos. Podría muy libremente presentarse así: “¡Tres cua-cuartos para el maese Mark!”
Víctor Pozanco, en su desacreditada versión de Finnegans (“compendio de disparates”, la califica Julián Ríos), pone así la cantinela cantinera: “¡Tres graznidos por Mark, ese dechado!”, pues Pozanco de los abundantes neologismos joyceanos muy pocos comprende, por lo que su mal resumen de la novela sólo mereció una edición, y el olvido.
En el Finnegans aparecieron, pues, los quarks. ¿Cómo es que llegaron a la física? En 1963, en el Instituto Tecnológico de California, Murray Gell-Mann predijo que los protones y neutrones estaban compuestos por partículas más pequeñas. Además de físico, era aficionado a la literatura y a las aves. Releyendo o revisando Finnegans Wake, encontró los cua-cuartos del señor Marcos (por el rey Marcos de Tristán e Isolda pero también por el apóstol), que le sonó a canto de cuervo o gaviota. Y bautizó a esas esenciales partículas como quarks en homenaje a Joyce y a su ornitofilia y mató, así, dos pájaros de un tiro. (¿Habrá visto, por cierto, una cinta de ese 1963, Los pájaros, de Hitchcock, que tiene al graznido y al aleteo como banda sonora o canora?)
Los investigadores que recibirán el Nobel demostraron, diez años más tarde, es decir en el 73, que “cuanto más cercanos están los quarks en el núcleo atómico más débil es la carga de color, de forma que si las partículas se encuentran muy unidas, la fuerza es tan mínima que prácticamente pueden moverse libremente”, lo cual tampoco es fácil de traducir para un mortal pero sí sorprende porque más que de física parece tratarse de crítica literaria, como si se describiera ese libre movimiento de la palabra en la arriesgada novela de Joyce.
Si nos dicen que un quark es “un fermión fundamental con carga hadrónica o de color”, los legos nos quedaremos de a cua-cuartos. Y que se agrupan de dos en dos para formar mesones, o de tres en tres para formar bariones, tampoco adelantaremos mucho y preferiremos ir a un mesón (constituido por un quark y un antiquark) para tomar un cuarto de galón de cerveza en compañía no de bariones sino de otros varones más proclives a lo diurético que lo hadrónico. Que el quark sea una partícula elemental de la subestructura del protón y el neutrón nos coloca a punto de estallido o de caída verbal, como esa palabra de ochenta y tantas letras que está en la página inicial de Finnegans Wake, que no se transcribe aquí por miedo a causar una catástrofe tipográfica de proporciones inimaginables.
Se entiende porqué a la hora de atisbar esas partículas más pequeñas que los protones y los neutrones nuestro Gell-Mann no en La Habana sino en California (pero acaso fumándose un habano, para celebrar el histórico descubrimiento) haya elegido esa novela y no, por ejemplo, un poema de Giórgos Seféris, Nobel literario en el 63, lo que tampoco habría estado mal, y los quarks ya no se habrían llamado así, sino Astianax o Éfesos.
Por cierto: a la vez que Murray Gell-Mann (no confundir con Richard Ellmann, el biógrafo joyceano) daba con los quarks, George Zweig encontró los “ases”, que para el caso eran exactamente lo mismo. Por caprichos del desatino, el bautizador oficial fue el primero; y habrá ahora que alzar, gracias a éste, la copa o el tarro por James Joyce y ofrecer, ebrios de la emoción, “tres cua-cuartos al maistroso Marcos / que no la pensó demasiado para embarcarse / mas hará todo lo posible por desembarazarse”. O algo así. El Nobel físico, y el novelismo, obligan.
Octubre 2004
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