martes, agosto 10, 2004

EL COI Y LA GUERRA DE LOS ZAPATOS

Habrá que prepararse para sobrevivir a ese espectáculo mercantil y patriotero en que se han convertido los Juegos Olímpicos, un “reality show” extremo donde los deportistas miden las fuerzas de anabólicos y esteroides ingeridos durante su preparación (en complicidad o por exigencia de los directivos, a quienes se les reclama un show entretenido), y donde los patrocinadores cubren cada centímetro de pantalla con sus logotipos y los locutores ocupan cada segundo de las transmisiones con una hueca retórica “positiva” (al dictado del mejor postor) y una cultura instantánea sacada de las guías turísticas o los buscadores de internet.
Durante estas jornadas el ánimo festivo impuesto sobre todo por los medios televisivos (que invierten sumas extraordinarias y buscan una audiencia cautiva) es el sentimiento que intenta desarmar a los seguidores “inocentes” de la gesta olímpica y los hace presa fácil de las marcas y los mensajes.
Habrá, sí, que resistir el bombardeo y parapetarse acaso en la literatura que se ha escrito al respecto, para tener argumentos (aunque sea mínimos) que sirvan al contraataque. O sólo por salud mental, digamos.
Antes se afirmaba: “Lo importante no es ganar sino competir”. Ahora debe eso corregirse: “Lo que importa es vender”. ¿Cómo es que los Juegos Olímpicos degeneraron en esa comercialización excesiva que habría escandalizado al mismo Pierre de Coubertin, y con la cual perdieron quizá definitivamente su brújula ética? La historia tiene un nombre: Horst Dassler, que no fue presidente del Comité Olímpico Internacional pero controló el organismo deportivo por varias décadas y fue adaptando, como empresario de la marca Adidas, al COI a sus intereses y a los del gran dinero.
Fue Dassler de los primeros en pagar a los atletas aficionados por debajo del agua (cuando se prohibía toda comercialización, pues se trataba de deporte amateur) para que vistieran la ropa de su sello; fue de los primeros en acercarse a las federaciones deportivas internacionales para establecer convenios subterráneos... Y sus esfuerzos corruptores, o su inversión, digamos, rindió frutos, cuando logró que en la cúpula del deporte mundial se estableciera un personaje afín, un incondicional: el político franquista Juan Antonio Samaranch, que entregó las Olimpiadas a ISL Marketing, empresa de comercialización de Dassler construida a la sombra de los Juegos.
Esto lo relatan los periodistas británicos Vyv Simson y Andrew Jennings en un libro non grato para el COI: Los señores de los anillos: poder, dinero y doping en los Juegos Olímpicos, y sus continuaciones: Los nuevos señores de los anillos y La gran estafa olímpica, que son lecturas secretas de muchos cronistas deportivos.
Pero el cuento de Horst Dassler se inicia una generación atrás, con su padre Adolph y su tío Rudolph. Leo: “Los dos eran zapateros en el pequeño pueblo alemán de Herzogenarauch. Un día los dos hermanos tuvieron un fuerte altercado. La disputa fue tan terrible que Adolph y Rudolph decidieron no volver a hablarse. Se separaron y fundaron negocios rivales de zapatos en la ciudad, a los dos lados del río Aurach. Rudolph le dio a su negocio de zapatos el nombre de Puma. La compañía manejada por Adolph y su esposa se llamaba Adidas, una combinación no muy ingeniosa de Adolph, conocido por todo el mundo como Adi, y Dassler”.
La rivalidad fue heredada. La primera experiencia triunfante de Horst Dassler ocurrió en los olímpicos de Melbourne, en 1956. Su padre lo envió ahí con el propósito de que hiciera todo lo posible para que Adidas se impusiera a Puma. Y a Horst, que era un adolescente, no le costó trabajo vencer a su primo Armin, que hizo el viaje con el mismo propósito pero en sentido contrario. Quizá ahí encontró Horst la explicación de todas las cosas, la llave que lo dejaría entrar a los Juegos Olímpicos: sobornó a varias personas en los muelles australianos para impedir que se desembarcara el equipo Puma. Fácil, ¿no?
La felicidad, dice un personaje de Hitchcock, no se compra pero sí se le puede sobornar. Ese fue el “ideal olímpico” de Horst Dassler. Y Melbourne funcionó como su línea de salida para una exitosísima carrera corruptora del deporte, en la que impuso varios récords mundiales.

Agosto 2004

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal