EL IMPERIO DE LA NO FICCIÓN
Desde el 11 de septiembre, el cielo de los Estados Unidos de Norteamérica no es como el cielo de otros países. En su constante patrullaje de costa a costa, los aviones militares dejan surcos como de nube y se dibujan figuras curiosas, semejantes a los trazos de un niño que empieza a usar el lápiz. Esto, más que crear una idea de seguridad alimenta la psicosis del atentado futuro o posible, con alerta naranja o amarilla. Antes, subir a los rascacielos implicaba experimentar las grandes alturas del capitalismo más sólido. Ahora, por ejemplo si se arriesga uno a tomar el elevador de la torre Sears, en Chicago, podrá sentirse que se está en un objetivo de guerra. Se rige la vida a partir del “no sabemos qué sucederá”, y ante cualquier signo extraño (un paquete en el piso, un avión a baja altura, el rostro de un árabe), a sudar frío y prepararse a correr.
El fin de semana se llevó a cabo en Chicago, en el centro de convenciones McCormick Place, la BookExpo America, la segunda feria del libro en importancia luego de la de Frankfurt (la tercera, dicen, es la FIL de Guadalajara). Sin haberlo planeado (y con un gafete que me prestaron, y según el cual me llamaba Consuelo), recorrí los pasillos de este gran encuentro de editores, libreros y bibliotecarios, donde los libros no se venden al público sino se comercian entre profesionales. La visita completa, a buen ritmo, se cumplía en tres horas. Podía uno, en ese lapso, hacerse un mapa mental de la situación que guarda el libro si no en el mundo sí en los países angloparlantes... pues la producción de otras lenguas estaba limitada a unos pocos metros de exhibición. México tenía su espacio discreto, en una esquina, con dos stands: uno de varias editoriales, y otro del Fondo de Cultura Económica.
Por lo que se ve, prospera lo no literario. La gran figura de la BookExpo fue Bill Clinton, y para conseguir su autógrafo se formaron largas filas. El libro que presentó tiene un título poco imaginativo: Mi vida (My Life), pero sirvió como afirmación vital al tiempo que otro expresidente, Ronald Reagan, dejaba este mundo en Bel Air, California, para consternación del príncipe del rap. Había, en la BookExpo, mucho de política; y cientos de libros de renovación espiritual o autoayuda, mapas y guías de viajero, volúmenes de “hágalo usted mismo” y cocina, e historietas (cómic y manga), programas para la computadora, libros electrónicos y sofisticados kits para lectores, con maleta, lamparita, lupa y atril. Poco, insisto, de literatura hecha por sólidos escritores, narradores o poetas. Por lo que se ve, entre menos literario sea el libro es mejor. Y si no está bien hecho, perfecto: candidato a best-seller. Destacaban, no obstante, Edgar Allan Poe, William Shakespeare y Sigmund Freud... ¡en figuritas de acción!
Obtuve, firmada por una de sus autoras, una copia de No hay príncipes y otras verdades que tu madre nunca te dijo: guía para tener las relaciones que tú quieras (There is no Prince and other Truths your Mother Never Told you: A Guide to Having the Relationship you Want), de Marilyn Graman y Maureen Walsh; también, un tomito con la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América juntas; rechacé El millonario espiritual (The Spiritual Millonaire), de Keith Cameron Smith, y pasé rapidísimo por la zona dianética; y sí me quedé, porque me lo ofrecieron con una gran sonrisa, con mi horóscopo del 2004, día por día, según el cual hoy, martes 8 de junio, puedo reencontrarme con gente que hace tiempo no veo y tengo la oportunidad de influir en su felicidad. Aquellos que no estaban muy de acuerdo con mis acciones quedarán persuadidos de que no hago las cosas mal. Así sea.
En aquella legendaria entrega de los Óscares, el cineasta Michael Moore dijo que Bush era un presidente ficticio que enfrentaba una guerra ficticia. La no ficción impresa alimenta esas fantasías suyas.
Junio 2004
Desde el 11 de septiembre, el cielo de los Estados Unidos de Norteamérica no es como el cielo de otros países. En su constante patrullaje de costa a costa, los aviones militares dejan surcos como de nube y se dibujan figuras curiosas, semejantes a los trazos de un niño que empieza a usar el lápiz. Esto, más que crear una idea de seguridad alimenta la psicosis del atentado futuro o posible, con alerta naranja o amarilla. Antes, subir a los rascacielos implicaba experimentar las grandes alturas del capitalismo más sólido. Ahora, por ejemplo si se arriesga uno a tomar el elevador de la torre Sears, en Chicago, podrá sentirse que se está en un objetivo de guerra. Se rige la vida a partir del “no sabemos qué sucederá”, y ante cualquier signo extraño (un paquete en el piso, un avión a baja altura, el rostro de un árabe), a sudar frío y prepararse a correr.
El fin de semana se llevó a cabo en Chicago, en el centro de convenciones McCormick Place, la BookExpo America, la segunda feria del libro en importancia luego de la de Frankfurt (la tercera, dicen, es la FIL de Guadalajara). Sin haberlo planeado (y con un gafete que me prestaron, y según el cual me llamaba Consuelo), recorrí los pasillos de este gran encuentro de editores, libreros y bibliotecarios, donde los libros no se venden al público sino se comercian entre profesionales. La visita completa, a buen ritmo, se cumplía en tres horas. Podía uno, en ese lapso, hacerse un mapa mental de la situación que guarda el libro si no en el mundo sí en los países angloparlantes... pues la producción de otras lenguas estaba limitada a unos pocos metros de exhibición. México tenía su espacio discreto, en una esquina, con dos stands: uno de varias editoriales, y otro del Fondo de Cultura Económica.
Por lo que se ve, prospera lo no literario. La gran figura de la BookExpo fue Bill Clinton, y para conseguir su autógrafo se formaron largas filas. El libro que presentó tiene un título poco imaginativo: Mi vida (My Life), pero sirvió como afirmación vital al tiempo que otro expresidente, Ronald Reagan, dejaba este mundo en Bel Air, California, para consternación del príncipe del rap. Había, en la BookExpo, mucho de política; y cientos de libros de renovación espiritual o autoayuda, mapas y guías de viajero, volúmenes de “hágalo usted mismo” y cocina, e historietas (cómic y manga), programas para la computadora, libros electrónicos y sofisticados kits para lectores, con maleta, lamparita, lupa y atril. Poco, insisto, de literatura hecha por sólidos escritores, narradores o poetas. Por lo que se ve, entre menos literario sea el libro es mejor. Y si no está bien hecho, perfecto: candidato a best-seller. Destacaban, no obstante, Edgar Allan Poe, William Shakespeare y Sigmund Freud... ¡en figuritas de acción!
Obtuve, firmada por una de sus autoras, una copia de No hay príncipes y otras verdades que tu madre nunca te dijo: guía para tener las relaciones que tú quieras (There is no Prince and other Truths your Mother Never Told you: A Guide to Having the Relationship you Want), de Marilyn Graman y Maureen Walsh; también, un tomito con la Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América juntas; rechacé El millonario espiritual (The Spiritual Millonaire), de Keith Cameron Smith, y pasé rapidísimo por la zona dianética; y sí me quedé, porque me lo ofrecieron con una gran sonrisa, con mi horóscopo del 2004, día por día, según el cual hoy, martes 8 de junio, puedo reencontrarme con gente que hace tiempo no veo y tengo la oportunidad de influir en su felicidad. Aquellos que no estaban muy de acuerdo con mis acciones quedarán persuadidos de que no hago las cosas mal. Así sea.
En aquella legendaria entrega de los Óscares, el cineasta Michael Moore dijo que Bush era un presidente ficticio que enfrentaba una guerra ficticia. La no ficción impresa alimenta esas fantasías suyas.
Junio 2004
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