MANUSCRITO ENCONTRADO EN UN BASURERO
Estimados vecinos: Llevo dos años de habitar este edificio y mis conclusiones de la experiencia corren tanto por la vía positiva como por la negativa. Piénsese que soy un recién llegado a la colonia, pues nací en la parte norte de la ciudad de México y viví diez años de mi etapa adulta en la parte sur. Se me podría calificar como extremeño. Hasta hace poco me “centré” en la Narvarte. Disfruto las palmeras de Vértiz mas temo, a la vez, que un día una de sus ramas caiga sobre mí o sobre el automóvil. Vivo tranquilo en un departamento de dos recámaras pero me inquietan las vibraciones que producen autobuses y camiones de carga y temo, como todos, a los sismos.
No me dirijo a ustedes para hablar de mi persona. Tampoco crean que busco ser impertinente. Sé que algunos compran películas piratas, pues escucho a cada tanto desde las ventanas internas diálogos y efectos de sonido de cintas de riguroso estreno. Sé a qué equipos de futbol le van, cuáles son sus grupos de música favoritos y hasta percibo el olor de lo que guisan. Y me entero de muchas otras cosas que no viene al caso mencionar, relacionadas tanto con la vida en pareja como con la (mala o buena) convivencia familiar... Aunque en esta memoria mía de inquilino no hay rostros sino sonidos y aromas.
Recuerdo, claro, lo que dice la actriz Thelma Ritter en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), de Alfred Hitchcock, esa gran película de vecindario: “Nos hemos convertido en una raza de mirones. Para variar, la gente debería salir de sus casas y observarse a sí misma”. Por lo mismo trato de ser respetuoso: en la intimidad, pienso, se vale ser raro.
Entonces, no me interesa hablar de lo que pasa en los departamentos sino en los espacios comunes. Está, primero, el difícil asunto de la basura que colocamos afuera de cada puerta a la espera de que llegue el señor del servicio de limpia. Éste no es uno sino dos: el güero y el moreno, que pasan en días y a horas diferentes. Entiendo que las bolsas de desperdicios deben colocarse cuando ellos van a venir, no un día o dos o hasta tres antes. Algunas personas exponen su basura tarde y noche (como si fuera una instalación del Museo de Arte Moderno), con el consabido tufo que inunda el cubo de la escalera y el desfile de cucarachas que puede atraer. Confieso que el otro día (domingo por la noche) tomé a escondidas fotos digitales de ese triste espectáculo y armé con una de ellas un cartel. Una leyenda planteaba esta pregunta retórica: “¿Para qué queremos plantas si las rodeamos de basura?” Y otra sentenciaba: “Eduquémonos y eduquemos a nuestros hijos”. Pegué mis impresos en cada piso... y por la mañana fueron arrancados con enojo. Desde entonces noto que se me mira como a un enemigo.
La regla, insisto, es simple: la basura hay que sacarla sólo cuando estén por llegar el güero o el moreno. ¿Es complicado entenderlo?
El otro punto es que algunos vecinos se están viendo en la necesidad de despertar en ciertos días a las seis de la mañana, y programaron su estéreo a todo volumen para que se active a esa hora. Lo dejan funcionar así, con estruendo, hasta que triunfan en su feroz y rabelaisiana batalla por desprenderse de las sábanas. Mientras eso ocurre han despertado por lo menos a quienes habitamos en cuatro departamentos de nuestro edificio (ala sur) más los de enfrente: ocho familias, mínimo. Acaso piensan que también nosotros debemos madrugar. Agradecemos la preocupación mas les informamos que no es así. Se les conmina, entonces, a que descubran formas menos atronadoras de cumplir con puntualidad sus jornadas escolares o laborales.
Quise exponerles estos dos asuntos. Espero que no arranquen con furia mi nuevo impreso (como hicieron con el anterior), y que mis líneas no los ofendan sino los lleven a reflexionar y a modificar, por consiguiente, sus conductas. Se trata de convivir de una manera armoniosa, de llevar una vida que nos parezca a todos civilizada. No le demos la razón a Shakespeare, quien creía, siguiendo a Sófocles, que el hombre es capaz de grandes hazañas pero a menudo se halla más cerca de las bestias.
Junio 2004
Estimados vecinos: Llevo dos años de habitar este edificio y mis conclusiones de la experiencia corren tanto por la vía positiva como por la negativa. Piénsese que soy un recién llegado a la colonia, pues nací en la parte norte de la ciudad de México y viví diez años de mi etapa adulta en la parte sur. Se me podría calificar como extremeño. Hasta hace poco me “centré” en la Narvarte. Disfruto las palmeras de Vértiz mas temo, a la vez, que un día una de sus ramas caiga sobre mí o sobre el automóvil. Vivo tranquilo en un departamento de dos recámaras pero me inquietan las vibraciones que producen autobuses y camiones de carga y temo, como todos, a los sismos.
No me dirijo a ustedes para hablar de mi persona. Tampoco crean que busco ser impertinente. Sé que algunos compran películas piratas, pues escucho a cada tanto desde las ventanas internas diálogos y efectos de sonido de cintas de riguroso estreno. Sé a qué equipos de futbol le van, cuáles son sus grupos de música favoritos y hasta percibo el olor de lo que guisan. Y me entero de muchas otras cosas que no viene al caso mencionar, relacionadas tanto con la vida en pareja como con la (mala o buena) convivencia familiar... Aunque en esta memoria mía de inquilino no hay rostros sino sonidos y aromas.
Recuerdo, claro, lo que dice la actriz Thelma Ritter en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), de Alfred Hitchcock, esa gran película de vecindario: “Nos hemos convertido en una raza de mirones. Para variar, la gente debería salir de sus casas y observarse a sí misma”. Por lo mismo trato de ser respetuoso: en la intimidad, pienso, se vale ser raro.
Entonces, no me interesa hablar de lo que pasa en los departamentos sino en los espacios comunes. Está, primero, el difícil asunto de la basura que colocamos afuera de cada puerta a la espera de que llegue el señor del servicio de limpia. Éste no es uno sino dos: el güero y el moreno, que pasan en días y a horas diferentes. Entiendo que las bolsas de desperdicios deben colocarse cuando ellos van a venir, no un día o dos o hasta tres antes. Algunas personas exponen su basura tarde y noche (como si fuera una instalación del Museo de Arte Moderno), con el consabido tufo que inunda el cubo de la escalera y el desfile de cucarachas que puede atraer. Confieso que el otro día (domingo por la noche) tomé a escondidas fotos digitales de ese triste espectáculo y armé con una de ellas un cartel. Una leyenda planteaba esta pregunta retórica: “¿Para qué queremos plantas si las rodeamos de basura?” Y otra sentenciaba: “Eduquémonos y eduquemos a nuestros hijos”. Pegué mis impresos en cada piso... y por la mañana fueron arrancados con enojo. Desde entonces noto que se me mira como a un enemigo.
La regla, insisto, es simple: la basura hay que sacarla sólo cuando estén por llegar el güero o el moreno. ¿Es complicado entenderlo?
El otro punto es que algunos vecinos se están viendo en la necesidad de despertar en ciertos días a las seis de la mañana, y programaron su estéreo a todo volumen para que se active a esa hora. Lo dejan funcionar así, con estruendo, hasta que triunfan en su feroz y rabelaisiana batalla por desprenderse de las sábanas. Mientras eso ocurre han despertado por lo menos a quienes habitamos en cuatro departamentos de nuestro edificio (ala sur) más los de enfrente: ocho familias, mínimo. Acaso piensan que también nosotros debemos madrugar. Agradecemos la preocupación mas les informamos que no es así. Se les conmina, entonces, a que descubran formas menos atronadoras de cumplir con puntualidad sus jornadas escolares o laborales.
Quise exponerles estos dos asuntos. Espero que no arranquen con furia mi nuevo impreso (como hicieron con el anterior), y que mis líneas no los ofendan sino los lleven a reflexionar y a modificar, por consiguiente, sus conductas. Se trata de convivir de una manera armoniosa, de llevar una vida que nos parezca a todos civilizada. No le demos la razón a Shakespeare, quien creía, siguiendo a Sófocles, que el hombre es capaz de grandes hazañas pero a menudo se halla más cerca de las bestias.
Junio 2004
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