LA GLORIA ESFÉRICA
Es posible idear un contexto celebratorio como el que se vivió en Grecia este fin de semana, luego del triunfo sobre Portugal en la Eurocopa, pero no aplicado al balompié sino a uno de sus mejores poetas. Pensemos que Constantino Cavafis ha realizado extraordinarias gambetas que cierra frente al arco con un verso donde se ufana de haber capturado, por breves instantes, la belleza perfecta. Los cronistas detallan el avance, se asombran del dribling metafórico y gritan en éxtasis al completarse la chute: las cuerdas líricas se estremecen. Quienes han seguido estos pases por la radio o la televisión, salen a las calles y corean al titán: “¡Ca-va-fis, Ca-va-fis, Ca-va-fis!”, como festejaron el domingo a Angelos Charisteas por su golecito de testa (incluido en la escena un discreto empujón al que lo marcaba). Del otro lado, es decir en la otra escuadra y en Lisboa, un solitario y melancólico Fernando Pessoa se refugia en la humedad de los vestidores y desde un balcón dice como para sí mismo: “No soy nada. / Nunca seré nada. / Sin embargo tengo en mí / todos los sueños del mundo”. Marcador: Pessoa 0, Cavafis 1.
De los escritores, sin embargo, no se puede tener una percepción tan clara de sus triunfos y sus fracasos. La fortuna crítica puede ser adversa o engañosa. Ocurre a algunos que no logran siquiera ver en vida una edición de sus creaciones; y sucede a otros que cualquier cosa que sale de su pluma es publicada y celebrada... Pero al primero se le rescata veinte o treinta años después de su muerte; y al otro se le olvida, sus libros no logran ser reeditados o tienen la tumba empastada de unas “obras completas” que nadie consulta.
En el futbol si alguien anota veinte goles en un torneo, esos tantos son inequívocos: ahí están. Si un ariete tiene una mala temporada, hay registro de ello y testimonio de los aficionados. Se sabe bien quién funciona y quién no. Con los escritores, insisto, no parece haber modo de tener una percepción tan clara. Hay quien hace un mal libro pero se agencia buenos padrinos o cae bien a los editores: se le organiza entonces una gran campaña de publicidad o se le consigue un premio internacional, con presentaciones de libros muy vistosas, y da entonces la impresión de que ganó el campeonato. O hay quien tuvo un buen torneo de debut y después ya no pudo ni atinarle al esférico. El truco mediático suele ser efectivo por algunos meses o incluso por años (pues el autor se establece como figura pública), pero si se le observa con detenimiento, y sobre todo si se le lee, no hay modo de que el engaño permanezca. Mas, ¿cómo saber en qué territorios se anda?
Cuando recuerda cómo fue que obtuvo el premio de novela Seix Barral con Los albañiles, Vicente Leñero se detiene en tres puntos. Uno: el editor al que presentó el original fue quien propuso el libro al concurso. Dos: éste lo entregó ya vencido el plazo de la convocatoria. Y tres: al parecer los jurados no tuvieron tiempo de leerlo y se fiaron de la opinión del editor mexicano, con quien además Seix Barral tenía intereses comerciales. Don Joaquín Díez Canedo le dijo a Leñero, que se sentía ya una gloria nacional, algo como lo que sigue: “No crea que la novela gustó mucho en España, si ese premio se lo di yo”, con lo que lo bajó a la tierra.
En estos tiempos en que las grandes empresas editoriales dominan el mercado es sencillo fabricar, para seguir con la relación futbolera, falsas coronas. La calidad de la obra pasa a segundo término. La maña está en cómo se le promocione, pues se trata de que al escritor se le conozca no de que se le lea.
Así, por ser la sociedad literaria un terreno pantanoso, de algunas preguntas debemos retardar su respuesta: ¿Quién es el Oswaldo Sánchez de la poesía mexicana? ¿Y quién el Cuauhtémoc Blanco de las letras patrias? ¿Serán Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Cristina Rivera Garza, por mencionar a tres autores con presencia internacional, los “galácticos” de nuestra narrativa? ¿O quienes en verdad están anotando lo hacen calladamente, en editoriales pequeñas o en manuscritos que permanecen inéditos, es decir entre la cascarita y el llano? Y, por último, ¿valdrá la pena salir alguna vez por uno de ellos a celebrar al Ángel?
Julio 2004
Es posible idear un contexto celebratorio como el que se vivió en Grecia este fin de semana, luego del triunfo sobre Portugal en la Eurocopa, pero no aplicado al balompié sino a uno de sus mejores poetas. Pensemos que Constantino Cavafis ha realizado extraordinarias gambetas que cierra frente al arco con un verso donde se ufana de haber capturado, por breves instantes, la belleza perfecta. Los cronistas detallan el avance, se asombran del dribling metafórico y gritan en éxtasis al completarse la chute: las cuerdas líricas se estremecen. Quienes han seguido estos pases por la radio o la televisión, salen a las calles y corean al titán: “¡Ca-va-fis, Ca-va-fis, Ca-va-fis!”, como festejaron el domingo a Angelos Charisteas por su golecito de testa (incluido en la escena un discreto empujón al que lo marcaba). Del otro lado, es decir en la otra escuadra y en Lisboa, un solitario y melancólico Fernando Pessoa se refugia en la humedad de los vestidores y desde un balcón dice como para sí mismo: “No soy nada. / Nunca seré nada. / Sin embargo tengo en mí / todos los sueños del mundo”. Marcador: Pessoa 0, Cavafis 1.
De los escritores, sin embargo, no se puede tener una percepción tan clara de sus triunfos y sus fracasos. La fortuna crítica puede ser adversa o engañosa. Ocurre a algunos que no logran siquiera ver en vida una edición de sus creaciones; y sucede a otros que cualquier cosa que sale de su pluma es publicada y celebrada... Pero al primero se le rescata veinte o treinta años después de su muerte; y al otro se le olvida, sus libros no logran ser reeditados o tienen la tumba empastada de unas “obras completas” que nadie consulta.
En el futbol si alguien anota veinte goles en un torneo, esos tantos son inequívocos: ahí están. Si un ariete tiene una mala temporada, hay registro de ello y testimonio de los aficionados. Se sabe bien quién funciona y quién no. Con los escritores, insisto, no parece haber modo de tener una percepción tan clara. Hay quien hace un mal libro pero se agencia buenos padrinos o cae bien a los editores: se le organiza entonces una gran campaña de publicidad o se le consigue un premio internacional, con presentaciones de libros muy vistosas, y da entonces la impresión de que ganó el campeonato. O hay quien tuvo un buen torneo de debut y después ya no pudo ni atinarle al esférico. El truco mediático suele ser efectivo por algunos meses o incluso por años (pues el autor se establece como figura pública), pero si se le observa con detenimiento, y sobre todo si se le lee, no hay modo de que el engaño permanezca. Mas, ¿cómo saber en qué territorios se anda?
Cuando recuerda cómo fue que obtuvo el premio de novela Seix Barral con Los albañiles, Vicente Leñero se detiene en tres puntos. Uno: el editor al que presentó el original fue quien propuso el libro al concurso. Dos: éste lo entregó ya vencido el plazo de la convocatoria. Y tres: al parecer los jurados no tuvieron tiempo de leerlo y se fiaron de la opinión del editor mexicano, con quien además Seix Barral tenía intereses comerciales. Don Joaquín Díez Canedo le dijo a Leñero, que se sentía ya una gloria nacional, algo como lo que sigue: “No crea que la novela gustó mucho en España, si ese premio se lo di yo”, con lo que lo bajó a la tierra.
En estos tiempos en que las grandes empresas editoriales dominan el mercado es sencillo fabricar, para seguir con la relación futbolera, falsas coronas. La calidad de la obra pasa a segundo término. La maña está en cómo se le promocione, pues se trata de que al escritor se le conozca no de que se le lea.
Así, por ser la sociedad literaria un terreno pantanoso, de algunas preguntas debemos retardar su respuesta: ¿Quién es el Oswaldo Sánchez de la poesía mexicana? ¿Y quién el Cuauhtémoc Blanco de las letras patrias? ¿Serán Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Cristina Rivera Garza, por mencionar a tres autores con presencia internacional, los “galácticos” de nuestra narrativa? ¿O quienes en verdad están anotando lo hacen calladamente, en editoriales pequeñas o en manuscritos que permanecen inéditos, es decir entre la cascarita y el llano? Y, por último, ¿valdrá la pena salir alguna vez por uno de ellos a celebrar al Ángel?
Julio 2004
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