LA HERMANDAD DE LA JERINGA
Igual que muchos gobiernos seleccionan y exhiben ante los medios algún caso leve de corrupción para ocultar otros mayores y ponerse la careta de honestidad, así el Comité Olímpico Internacional suele dar la noticia de un número reducido de deportistas cuyo resultado fue positivo en la prueba de doping, y lo hace para esconder lo evidente: que gran parte de ellos recurre a esas sustancias que se suelen llamar “prohibidas”, y que les ayudan a mejorar su rendimiento físico en lo inmediato mas les pueden causar daños graves o curiosas transformaciones físicas posteriores. Si no lo hicieran así, si los atletas dejaran de doparse, los récords olímpicos y mundiales acaso se estancarían, y el que las marcas se rompan es uno de los atractivos del espectáculo que hemos presenciado durante estas largas semanas.
El COI presumirá: “Estamos luchando contra el dopaje”, cuando podría decir: “Sólo sacrificamos a algunos competidores para dar la apariencia de que nos oponemos al doping, pero no queremos que la gente deje de interesarse por unas Olimpiadas donde no se luche al límite de la resistencia”. Esto, si existieran la honestidad o la sinceridad o la ética olímpicas... Y no prevaleciera el interés comercial. Presentar demasiados casos de dopaje ensuciaría a las Olimpiadas y reduciría el número de patrocinadores y espectadores del siguiente festival deportivo, cuatro años más tarde, pero la idea de que se asiste a un mero simulacro parece señalar hacia algo más delicado: se estaría ante situaciones de enfermedades provocadas con fines lucrativos.
Para crear la ficción de la “guerra contra el doping” se monta un espectáculo médico paralelo a las justas, y se le muestran a la prensa sofisticados laboratorios donde la pureza deportiva es preservada.
Entre los casos que han sobresalido está la corredora Florence Griffith-Joyner, que en un par de años pasó de un desempeño poco notorio a ser una de las favoritas en Seúl, donde ganó tres medallas y estableció dos marcas mundiales. Siempre se sospechó que tomaba anabólicos. Murió prematuramente en 1998.
Su consejero en la transformación física fue el célebre velocista canadiense Ben Johnson, quien, según los periodistas Vyv Simson y Andrew Jennings, cometió en su breve carrera atlética tres errores garrafales: tomó esteroides, lo descubrieron y luego exigió una investigación para limpiar su nombre. El gobierno de Canadá le hizo caso en esto último, y nombró al juez Charles Dubin para presidir una comisión investigadora. El resultado mostró una red de complicidades en torno a “La hermandad de la jeringa”, los atletas que se entrenaban con Charlie Francis.
Se lee en Los señores de los anillos: poder, dinero y doping en los Juegos Olímpicos, que el juez canadiense arrasó sin contemplaciones los mitos que construyeron durante mucho tiempo los presidentes deportivos. Dubin puntualizó el engaño que había sufrido el público. Cuestionó las estadísticas reveladas por el COI donde se muestra que apenas un puñado de competidores ingiere drogas. Según Dubin, “estos datos se han utilizado confusamente en varios intentos por demostrar que el abuso de las drogas afecta tan sólo a un pequeño porcentaje de los atletas”. Encontró a un Comité Olímpico Internacional más atento a las apariencias que preocupado por el fondo del asunto.
Entre los atletas hay un dicho: “Sólo los descuidados o los enfermos se dejan descubrir”. El informe de Dubin recibió respuesta por parte de Arne Ljungqvist, director sueco de la comisión médica de la Federación Internacional de Atletismo Amateur, quien se escudó en las estadísticas de los Juegos de Seúl: mil 600 atletas se sometieron a las pruebas y sólo diez de ellos arrojaron resultados positivos. El juez Dubin le respondió así: “El doctor Ljungqvist y otros saben que las pruebas dentro de la competencia no detectan a todos los atletas. Sin embargo, él utiliza las pruebas dentro de la competencia para medir el alcance del doping en Seúl. Las pruebas han demostrado que los atletas descubiertos en Seúl no eran los únicos usuarios. Demuestra simplemente que fueron los únicos descubiertos”.
En la preparación los deportistas y sus médicos tienen vía libre para la experimentación; en los días de competencia deben tener la astucia para que lo consumido desaparezca del organismo... ¿Desaparezca? Simson y Jennings se sorprendieron al encontrar en una reunión del COI a una campeona olímpica, a la que describen en su libro como “una mujer con una barba más larga que la mayoría de los hombres presentes”, y que se paseaba muy campante entre los federativos. A su manera, esta dama barbuda también representa el ideal olímpico.
Agosto 2004
Igual que muchos gobiernos seleccionan y exhiben ante los medios algún caso leve de corrupción para ocultar otros mayores y ponerse la careta de honestidad, así el Comité Olímpico Internacional suele dar la noticia de un número reducido de deportistas cuyo resultado fue positivo en la prueba de doping, y lo hace para esconder lo evidente: que gran parte de ellos recurre a esas sustancias que se suelen llamar “prohibidas”, y que les ayudan a mejorar su rendimiento físico en lo inmediato mas les pueden causar daños graves o curiosas transformaciones físicas posteriores. Si no lo hicieran así, si los atletas dejaran de doparse, los récords olímpicos y mundiales acaso se estancarían, y el que las marcas se rompan es uno de los atractivos del espectáculo que hemos presenciado durante estas largas semanas.
El COI presumirá: “Estamos luchando contra el dopaje”, cuando podría decir: “Sólo sacrificamos a algunos competidores para dar la apariencia de que nos oponemos al doping, pero no queremos que la gente deje de interesarse por unas Olimpiadas donde no se luche al límite de la resistencia”. Esto, si existieran la honestidad o la sinceridad o la ética olímpicas... Y no prevaleciera el interés comercial. Presentar demasiados casos de dopaje ensuciaría a las Olimpiadas y reduciría el número de patrocinadores y espectadores del siguiente festival deportivo, cuatro años más tarde, pero la idea de que se asiste a un mero simulacro parece señalar hacia algo más delicado: se estaría ante situaciones de enfermedades provocadas con fines lucrativos.
Para crear la ficción de la “guerra contra el doping” se monta un espectáculo médico paralelo a las justas, y se le muestran a la prensa sofisticados laboratorios donde la pureza deportiva es preservada.
Entre los casos que han sobresalido está la corredora Florence Griffith-Joyner, que en un par de años pasó de un desempeño poco notorio a ser una de las favoritas en Seúl, donde ganó tres medallas y estableció dos marcas mundiales. Siempre se sospechó que tomaba anabólicos. Murió prematuramente en 1998.
Su consejero en la transformación física fue el célebre velocista canadiense Ben Johnson, quien, según los periodistas Vyv Simson y Andrew Jennings, cometió en su breve carrera atlética tres errores garrafales: tomó esteroides, lo descubrieron y luego exigió una investigación para limpiar su nombre. El gobierno de Canadá le hizo caso en esto último, y nombró al juez Charles Dubin para presidir una comisión investigadora. El resultado mostró una red de complicidades en torno a “La hermandad de la jeringa”, los atletas que se entrenaban con Charlie Francis.
Se lee en Los señores de los anillos: poder, dinero y doping en los Juegos Olímpicos, que el juez canadiense arrasó sin contemplaciones los mitos que construyeron durante mucho tiempo los presidentes deportivos. Dubin puntualizó el engaño que había sufrido el público. Cuestionó las estadísticas reveladas por el COI donde se muestra que apenas un puñado de competidores ingiere drogas. Según Dubin, “estos datos se han utilizado confusamente en varios intentos por demostrar que el abuso de las drogas afecta tan sólo a un pequeño porcentaje de los atletas”. Encontró a un Comité Olímpico Internacional más atento a las apariencias que preocupado por el fondo del asunto.
Entre los atletas hay un dicho: “Sólo los descuidados o los enfermos se dejan descubrir”. El informe de Dubin recibió respuesta por parte de Arne Ljungqvist, director sueco de la comisión médica de la Federación Internacional de Atletismo Amateur, quien se escudó en las estadísticas de los Juegos de Seúl: mil 600 atletas se sometieron a las pruebas y sólo diez de ellos arrojaron resultados positivos. El juez Dubin le respondió así: “El doctor Ljungqvist y otros saben que las pruebas dentro de la competencia no detectan a todos los atletas. Sin embargo, él utiliza las pruebas dentro de la competencia para medir el alcance del doping en Seúl. Las pruebas han demostrado que los atletas descubiertos en Seúl no eran los únicos usuarios. Demuestra simplemente que fueron los únicos descubiertos”.
En la preparación los deportistas y sus médicos tienen vía libre para la experimentación; en los días de competencia deben tener la astucia para que lo consumido desaparezca del organismo... ¿Desaparezca? Simson y Jennings se sorprendieron al encontrar en una reunión del COI a una campeona olímpica, a la que describen en su libro como “una mujer con una barba más larga que la mayoría de los hombres presentes”, y que se paseaba muy campante entre los federativos. A su manera, esta dama barbuda también representa el ideal olímpico.
Agosto 2004
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