Una dama juguetona a la que le gusta ir de allá para acá, dando saltos, cumple medio siglo de vida. Hay quien aún enfrenta su propuesta lúdica de forma gozosa (como una fuente de renovación constante de la narrativa en lengua española) y quien no gusta ya de tantas idas y venidas, y descubre en el rostro de Rayuela, la novela que el argentino Julio Cortázar (1914-1984) publicó en junio de 1963 en la Editorial Sudamericana, graves señales de cansancio.
Hace unos años, a lo largo de 2006, en las páginas de El Universal se suscitó una polémica doméstica en la que un grupo de escritoras (Ana Clavel, Rosa Beltrán y Cristina Rivera Garza, entre otras) acusaban algunas inconsistencias en esa novela de Cortázar; les inquietaba el papel pasivo de los personajes femeninos. La defensa de Rayuela estuvo integrada sobre todo por escritores varones: Rafael Pérez Gay y Daniel González Dueñas, entre otros.
Consultados algunos de los implicados respecto a ese curioso intercambio de ideas, hay quien prefiere tirar el cartoncito, o la corcholata, y pasar a otra casilla; y quienes, como Cristina Rivera Garza y Rosa Beltrán, se mantienen en lo dicho.
Esta última, por ejemplo, vuelve a sus reflexiones de entonces, cuando escribió: “Ver en la Maga un ‘ideal estereotipado de lo femenino’ no dice que su autor sea un mal escritor. Ni siquiera es un pronunciamiento en demérito de la obra. […] Pero hacer esta observación abre espacios para pensar en una lectura nueva. […] Frente al deslumbramiento incesante de sus cuentos que no pierden un ápice de vigencia, no sólo la Maga, muda y expectante, nueva Penélope que deja morir a Rocamadour, levanta sospechas. Es su libertad perdida, la falta de frescura, que está no en lo que deja de hacer o de decir sino en la técnica narrativa con que su autor antes nos deslumbraba al mostrar un mundo que parecía ilimitado y que hoy nos parece algo estrecho”.
Su lado más conservador
Coincidió con ella Rivera Garza, y lo hace ahora, retrospectivamente, al decir: “Ahí es donde está la Maga en su mundo separatista y donde los hombres discurren sin parar sobre ideas sobadas con ánimos de semental. Ahí están las observaciones snob, marcadas por larguísimas citas textuales de libros que se quieren de culto pero que con los años se han convertido en manual. Ahí es donde se vuelve necesario aniquilar el cuerpo de la Maga mientras se le hace el amor. Se trata, sin duda, del lado más conservador de Rayuela, la sección donde las definiciones hegemónicas de género y clase brotan como si fueran cosa natural. Este es el modo de Rayuela por donde se nota más el paso del tiempo. Aquí es donde cae pétalo a pétalo, marchita”.
Ana Clavel, en cambio, parece haberse reencontrado con Cortázar: “Independientemente de la novedad estructural, aquel famoso tablero de navegación con instrucciones para que la lectura fuera más azarosa, creo que Rayuela es una novela entrañable. Con personajes memorables, con episodios de antología. No, definitivamente no creo que haya envejecido. Ahora que si le añades la propuesta lúdica de Cortázar, tampoco creo que se haya vuelto anacrónica. Por el contrario, si uno observa nuestra manera de leer en el ciberespacio, saltando de una virtualidad a otra, Rayuela fue pionera de la literatura en la era de Internet”.
Y se acerca así al bando de Rafael Pérez Gay, para el que aquella polémica casera es sólo una cuestión anecdótica, y quien opta por referir su historia con la novela: “Leí Rayuela al menos tres veces en los años setenta con esa obsesiva devoción que sólo tienen los adolescentes. Recuerdo que en esas páginas sentí por primera vez, con toda seriedad, que la literatura podía conectarse directamente a la vida de todos los días y que a través de la lectura podría lograrse el módico prodigio de volvernos más aptos para la vida misma. He reencontrado muchos de los párrafos subrayados que memoricé en la parte más alta de varias noches de asombro en aquel año, cuando el joven que fui descubrió en Rayuela una de las aventuras mayores de la libertad que, a fin de cuentas, es la sede de la intimidad”.
Tan lejos y tan cerca
El juego crítico también da saltos inesperados. Al pedir una toma de partido, unos celebran los cincuenta años de la novela y otros confiesan su distanciamiento de ella.
Para el ensayista argentino Saúl Sosnowski los buenos textos no son fechados, se renuevan con cada lectura. Dice: “Rayuela marcó a nuestra generación y varios motivos que allí se dan nos siguen recorriendo, desde la búsqueda de la Maga hasta el exilio o el tenue balance entre la razón y la locura”.
Recuerda Javier García Galiano que en la preparatoria se distinguían dos tipos de lectores: los de Cortazar y los de Borges. Él se ubicó siempre entre estos últimos. “Sin embargo”, comenta con ironía, “se trata de un libro muy emblemático de esos tiempos colegiales. Ignoro si los preparatorianos de ahora lo lean”.
Ana María Shua, narradora argentina, propone que la novela misma de Cortázar de algún modo previó estas lecturas contrastadas. Dice: “Tal vez no resista hoy una lectura desapasionada pero vive a través de su peso en toda la literatura latinoamericana: por reverencia o abominación, sigue siguiendo un texto sagrado. Para los adolescentes de los 60, como para muchos otros adolescentes de ahí en adelante y aún hoy, Rayuela es una especie de Biblia que propone un manual de conducta, una suerte de Imitación de Julio Cortázar, como profeta de su propia religión. Más de quinientas mil entradas en el google relacionan Rayuela con la Biblia. Jugando a desacralizar la cultura, Cortázar la endiosó hasta alturas a las que nadie antes había llegado”.
Ante la pregunta sobre la vigencia de Rayuela, dice el crítico peruano Julio Ortega: “Las novelas se leen de modos distintos en diferentes épocas. Hay que recordar, sin embargo, que el gusto no es una forma de la verdad sino una imagen en el espejo. Hoy se entiende el gusto no como la definición de una obra sino como nuestra auto-definición. Por eso se afirma que el gusto es fugaz, y un testimonio de nuestra propia fugacidad. Por ello, si nosotros creemos que Rayuela es una novela que se lee mal hoy, ya podemos sospechar lo que pasará con las nuestras”.
Para ubicarla en el tiempo, retoma aquello que decía Pedro Salinas: que la española era una literatura de la cintura para arriba, y asegura: “Rayuela fue de las primeras en romper el tabú de la sexualidad. Nuestras novelas, incluso las mejores, despachan pronto y mal el acto sexual. Otro tanto ocurre con el humor. El de Rayuela es una corriente de ironía y simpatía. Eros y humor se alimentan mutuamente. Como todas las grandes obras, Rayuela nos deja la emoción de lo genuino, esa nostalgia”.
El español Julián Ríos empezó a jugar a la Rayuela desde su salida y al cabo de medio siglo le parece que conserva su frescura original. “Abrir Rayuela es una incitación al viaje libre, donde el lector es elector de su itinerario, verdadero salteador de caminos, que puede renovar los saltos y asaltos por sus cuadriláteros de papel sin agotar el juego de la literatura aleatoria y de la relectura.”
Reconoce, no obstante, al bando de los recortazarianos, “empeñados en recortar y cortar a Cortázar”, para los que, por ejemplo, los cuentos están muy bien o en último caso pueden pasar, pero no hay que pasarse de la raya o de la Rayuela, que es excesiva. “Cómo no va a ser excesiva una obra que desde el comienzo avisa que ‘este libro es muchos libros’… Cortázar es un modelo para armar y no es posible eliminar una parte de su obra sin mutilarla.”
Voluntad por el asombro
La ensayista Malva Flores testimonia así sus afectos con Rayuela: “No creo en la caducidad de las obras de arte. No leeríamos nada que no fuera el ‘hoy’. Creo en la pervivencia de lo que íntimamente nos reúne a todos alrededor de experiencias que van más allá de las fechas, de los experimentos, incluso del vocabulario o los compromisos políticos. Recordamos, retenemos, aquello que nos compete y que es una forma de la poesía. Rayuela aún mantiene esa forma para mí”.
Y Juan Villoro resume, al fin, estos avatares de una novela ya casi cincuentona: “Como tantos, leí Rayuela no sólo como una novela sino como un libro de autoayuda, tratando de parecerme a los personajes. Cortázar aborda temas eternos como el amor, el exilio, la muerte de un niño, pero también depende de referencias culturales y gestos formales como leer a saltos o poder prescindir de algunos capítulos. Hace unos años di un curso sobre Cortázar y me quedó claro que la evocación poética de París, las escenas gozosamente absurdas (el concierto de piano, la tabla para unir dos edificios), el capítulo erótico con palabras inventadas, el humor y el drama (la muerte del bebé) mantenían toda su fuerza; en cambio, las muchas alusiones culturales sonaban viejas y demasiado pedantes, dignas de un señorito latinoamericano que se esfuerza por parecer europeo. A la distancia me gusta mucho más Los premios, novela menos efectista y celebrada, pero que no depende de citas culteranas sino de sus extraordinarios personajes y su impecable historia”.
Abril 2013
Etiquetas: Ana Clavel, Ana María Shua, Cristina Rivera Garza, Javier García-Galiano, Juan Villoro, Julián Ríos, Julio Cortázar, Julio Ortega, Malva Flores, Rafael Pérez Gay, Rayuela, Rosa Beltrán, Saúl Sosnowski
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