La fotógrafa Paulina Lavista tiene en su poder un tesoro literario extraordinario, el archivo de Salvador Elizondo (1932-2006), y se ha dedicado a administrarlo. “Yo soy la heredera de los derechos de autor de Salvador Elizondo y de sus cuadernos, su obra gráfica y todo lo que conforma su archivo”, dice. “Fui su esposa durante 37 años, soy la persona con la que más tiempo vivió, vida que para mí fue una gran aventura. Era un hombre extraordinario, un gentleman, y precisamente por serlo, sopesando las cosas, decidió dejarme el archivo, por ser la persona que mejor conoce su trabajo. Como esposa, como viuda, como custodia de estos papeles que heredé legalmente mediante testamento, necesito encontrar la fórmula para que tengan una permanencia a futuro.”
El legado de Salvador Elizondo consta de quince libros de su autoría (en los últimos años publicados por el Fondo de Cultura Económica, aunque varios de ellos sin contrato vigente), 18 cuadernos de escritura, 83 diarios, cinco noctuarios, tres cuadernos de apuntes gráficos, cerca de 150 dibujos sueltos y fotografías varias, tomadas por él o como parte de sus álbumes familiares. Si las instituciones culturales mexicanas no reaccionan, esos papeles podrían ir a dar, con las mejores condiciones de conservación, a una universidad estadounidense.
“Lo que tengo con Salvador es un tesoro que tiene que quedar depositado a futuro. Ya casi cumplo setenta años y no puedo custodiarlo el resto de mi vida. No se puede dejar a la buena de dios, porque se lo roban. Quisiera dejarlo en un lugar al que pudieran llegar los interesados en su obra y consultarlo.”
Diarios y noctuarios
El futuro del archivo es una preocupación para ella, algo sin definición concreta inmediata. Mientras tanto, surgen a su alrededor planes editoriales. Antes de que termine el año deberá estar en librerías Diarios, con una primera selección de ese universo que son los 83 cuadernos. Y se planea para 2015 una edición especial de Farabeuf, a cincuenta años de su aparición (en agosto de 1965).
Cuenta Paulina Lavista: “No hay en México diarios que se le comparen en volumen, intensidad y perspicacia. Los diarios comienzan cuando va a la escuela de Elsinore, en California, muy pequeño, y terminan tres días antes de su muerte, ocurrida el 29 de marzo de 2006. Estuve con él hasta sus últimos momentos de su vida, curándole sus heridas, porque sufrió una mutilación muy grande en la boca, razón por la cual ya no se pudo presentar en público, pero eso no le impidió seguir escribiendo en sus diarios. Murió oyendo el Réquiem de Fauré, y cuando se lo puse esbozó una sonrisa”.
Vidas paralelas
Algo en lo que ha trabajado Paulina Lavista en los últimos años es en las coincidencias. Mucho de lo que Elizondo registró en sus diarios tiene correspondencia con fotografías suyas, por lo que se establece un diálogo. “Yo era su primera lectora y él mi primer espectador, en cuanto imprimía una fotografía que me interesaba corría a mostrársela.” Y quisiera que los archivos de ambos quedaran juntos. “Muchas vidas compartidas están ahí, muchos intereses mutuos.”
En cuanto a los derechos de autor, dice que no se pueden vender. “Sí se pueden heredar. Puedo vender los documentos, para que estén custodiados. Los derechos de autor siempre serán míos y estoy en mi derecho de heredar a quien yo quiera, a los hijos, por ejemplo. Eso depende de las circunstancias y de la responsabilidad que cada hijo tenga con su padre. La persona a la cual le legue yo lo de Salvador tiene que ser muy inteligente, el mejor de los hijos, para que pueda darle un seguimiento lógico a la obra.”
Comenta al fin que en México las opciones para el archivo son prácticamente nulas. “Por eso pienso que el destino mejor para sus papeles es una universidad de Estados Unidos. Sólo ahí dan la garantía de la preservación… Mi misión es proteger, custodiar y difundir esa obra.”
Una postal de Rulfo
Un asomo a esos cuadernos deja ver la caligrafía peculiar de Salvador Elizondo y su acompañamiento con dibujos. Hay varios trazos, por ejemplo, dedicados a El Llano en llamas, de Juan Rulfo, de quien aparece, en otra página, una postal enviada desde España, en donde se lee lo siguiente: “Es admirable la forma y el respeto que imponen en este país los grandes monumentos del pasado, quizá porque representan una supervivencia gloriosa jamás recuperable y mucho menos concebible. La agonía ha durado siglos. En cambio, Elizondo es un algo vivo que se discute, se aprecia y moviliza a las generaciones de modo muy positivo. Total, el interés por tu obra es inquietante, lo cual me alegra y me enorgullece personalmente. Felicidades de tu buen amigo… Rulfo”.
Elizondo, por cierto, aseguraba haber empezado a escribir luego de leer “Luvina”. Y consideró siempre a Rulfo como un referente, una cima. Su primer cuento, “Sila” (publicado por la Revista de la Universidad en 1962), fue escrito bajo esa influencia.
Noviembre 2014
Etiquetas: "Luvina", Diarios, El Llano en llamas, Farabeuf, Fondo de Cultura Económica, Juan Rulfo, Paulina Lavista, Salvador Elizondo
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