Luego de incontables problemas con la censura, por los que el libro llegó a ser impreso y destruido, James Joyce publicó Dubliners, su colección de relatos, en junio de 1914. Ha circulado en nuestra lengua como Dublineses y Gente de Dublín, con traductores peruanos, argentinos, cubanos y españoles: Luis Alberto Sánchez, Óscar Muslera, Guillermo Cabrera Infante y Eduardo Chamorro. El Seminario Permanente de Traducción Literaria, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, preparó una versión mexicana para la colección Nuestros Clásicos, presentada en octubre en una jornada celebratoria de los cien años de ese tomo.
El prólogo es de Hernán Lara Zavala; Flora Botton-Burlá fungió como responsable del proyecto. Ella explica: “No se trata de que la traducción esté llena de mexicanismos. Traducir una obra como Dublineses para que sólo la pueda leer alguien en Colima es un poco absurdo. La idea es evitar ese excesivo españolismo o argentinismo del que suelen pecar las traducciones a la mano. Al hacer un Dublineses mexicano buscamos que se pueda leer en Honduras, por ejemplo; no excederse en regionalismos, lo que limitaría la traducción, y tampoco recurrir demasiado a expresiones castellanas”.
Los relatos fueron repartidos entre los miembros del Seminario; luego todos revisaron y afinaron el resultado. Flora Botton tradujo “La casa de huéspedes” y “Una nubecita”. Dice: “Hasta cierto punto las traducciones son de todos porque las discutimos en el seminario. No es que se traduzca por consenso, la última palabra la tiene el responsable del texto, pero conocemos el trabajo del otro y hemos opinado sobre él”.
—¿Cuál fue el resultado?
—Una versión muy legible y muy interesante de Dublineses, legible, espero, en todo el ámbito hispánico. Su mexicanidad, en este caso, consistiría en su universalidad para ese ámbito.
—Es el primer ejercicio narrativo de Joyce y no tiene la complejidad de la obra posterior…
—Aunque sí la hay. El lenguaje de Joyce, para mí, fluye, pinta, muestra a sus personajes y a la ciudad, me hizo buscar mapas de Dublín para seguir un trayecto… Eso quizá no influyó directamente en la traducción pero sí en la comprensión del relato, para poder, hasta donde fuera posible, reproducir la manera en que cuenta Joyce. Si está siendo llano y a veces hasta muy coloquial, hay que decirlo así, no literaturizar demasiado, en un lenguaje más elevado y culto que el original, como ocurre en una versión francesa que revisé.
Epifanías
Argentina Rodríguez, por su parte, eligió “Arabia” y “El Día de la Hiedra en la Sala del Comité”. La especialista califica al conjunto como una traducción precisa, cuidadosa, esmerada, en donde se buscó el apego a una prosa mexicana, sin ser excesivamente localistas, insiste, como sí suelen serlo los traductores españoles.
“Dublineses constituye un parteaguas en la literatura”, asegura Argentina Rodríguez, “por esa fusión que hace Joyce del lenguaje poético con expresiones realistas, crudas, sórdidas, y cómo puede llegar a esa excelsitud que es la epifanía a través de esa fusión, como bien lo reconoció Ezra Pound. Rompe mucho con la tradición decimonónica del cuento. Fueron relatos difíciles para su publicación, Joyce batalló mucho con ellos, y fueron también muy incomprendidos. Se necesitó toda una gama nueva de lectores para entenderlos. En ellos no sucede mucho, la peripecia, la aventura, no es lo que sostiene al cuento; y a la vez ocurre todo.”
—El concepto de “epifanía” da sustento a la obra…
—Eso es interesante. Recuerdo lo que decía Stanislaus, el hermano de Joyce, de que su hermano andaba por la ciudad con su famoso cuaderno negro en donde anotaba las epifanías. Se trata para Joyce de esto: que de la vulgaridad de la vida, lo más bajo, lo más sórdido, surja una revelación. También valoro la estructura del libro: el primer cuento, “Las hermanas”, habla de la muerte, vista desde la perspectiva de un niño; y el último texto es “Los muertos”, un cuento magistral, uno de los grandes cuentos de la lengua inglesa, que en realidad habla de la vida, donde el protagonista, Gabriel Conroy, se vuelve a ver, o sentir, como en la infancia. Percibo en ello cierta circularidad.
Los otros traductores fueron: Charlotte Broad (“Eveline”), Marina Fe (“Después de la carrera” y “Dos galanes”), Mónica Mansour (“Un caso lamentable”, “Una madre” y “Los muertos”), Mario Murgia (“Las hermanas”, “Contrapartidas” y, con Flora Botton, “Un encuentro”) y Federico Patán (“Arcilla” y “Gracia”).
Esta primera traducción mexicana de Dublineses fue presentada el 27 de octubre en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras.
El prólogo es de Hernán Lara Zavala; Flora Botton-Burlá fungió como responsable del proyecto. Ella explica: “No se trata de que la traducción esté llena de mexicanismos. Traducir una obra como Dublineses para que sólo la pueda leer alguien en Colima es un poco absurdo. La idea es evitar ese excesivo españolismo o argentinismo del que suelen pecar las traducciones a la mano. Al hacer un Dublineses mexicano buscamos que se pueda leer en Honduras, por ejemplo; no excederse en regionalismos, lo que limitaría la traducción, y tampoco recurrir demasiado a expresiones castellanas”.
Los relatos fueron repartidos entre los miembros del Seminario; luego todos revisaron y afinaron el resultado. Flora Botton tradujo “La casa de huéspedes” y “Una nubecita”. Dice: “Hasta cierto punto las traducciones son de todos porque las discutimos en el seminario. No es que se traduzca por consenso, la última palabra la tiene el responsable del texto, pero conocemos el trabajo del otro y hemos opinado sobre él”.
—¿Cuál fue el resultado?
—Una versión muy legible y muy interesante de Dublineses, legible, espero, en todo el ámbito hispánico. Su mexicanidad, en este caso, consistiría en su universalidad para ese ámbito.
—Es el primer ejercicio narrativo de Joyce y no tiene la complejidad de la obra posterior…
—Aunque sí la hay. El lenguaje de Joyce, para mí, fluye, pinta, muestra a sus personajes y a la ciudad, me hizo buscar mapas de Dublín para seguir un trayecto… Eso quizá no influyó directamente en la traducción pero sí en la comprensión del relato, para poder, hasta donde fuera posible, reproducir la manera en que cuenta Joyce. Si está siendo llano y a veces hasta muy coloquial, hay que decirlo así, no literaturizar demasiado, en un lenguaje más elevado y culto que el original, como ocurre en una versión francesa que revisé.
Epifanías
Argentina Rodríguez, por su parte, eligió “Arabia” y “El Día de la Hiedra en la Sala del Comité”. La especialista califica al conjunto como una traducción precisa, cuidadosa, esmerada, en donde se buscó el apego a una prosa mexicana, sin ser excesivamente localistas, insiste, como sí suelen serlo los traductores españoles.
“Dublineses constituye un parteaguas en la literatura”, asegura Argentina Rodríguez, “por esa fusión que hace Joyce del lenguaje poético con expresiones realistas, crudas, sórdidas, y cómo puede llegar a esa excelsitud que es la epifanía a través de esa fusión, como bien lo reconoció Ezra Pound. Rompe mucho con la tradición decimonónica del cuento. Fueron relatos difíciles para su publicación, Joyce batalló mucho con ellos, y fueron también muy incomprendidos. Se necesitó toda una gama nueva de lectores para entenderlos. En ellos no sucede mucho, la peripecia, la aventura, no es lo que sostiene al cuento; y a la vez ocurre todo.”
—El concepto de “epifanía” da sustento a la obra…
—Eso es interesante. Recuerdo lo que decía Stanislaus, el hermano de Joyce, de que su hermano andaba por la ciudad con su famoso cuaderno negro en donde anotaba las epifanías. Se trata para Joyce de esto: que de la vulgaridad de la vida, lo más bajo, lo más sórdido, surja una revelación. También valoro la estructura del libro: el primer cuento, “Las hermanas”, habla de la muerte, vista desde la perspectiva de un niño; y el último texto es “Los muertos”, un cuento magistral, uno de los grandes cuentos de la lengua inglesa, que en realidad habla de la vida, donde el protagonista, Gabriel Conroy, se vuelve a ver, o sentir, como en la infancia. Percibo en ello cierta circularidad.
Los otros traductores fueron: Charlotte Broad (“Eveline”), Marina Fe (“Después de la carrera” y “Dos galanes”), Mónica Mansour (“Un caso lamentable”, “Una madre” y “Los muertos”), Mario Murgia (“Las hermanas”, “Contrapartidas” y, con Flora Botton, “Un encuentro”) y Federico Patán (“Arcilla” y “Gracia”).
Esta primera traducción mexicana de Dublineses fue presentada el 27 de octubre en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras.
Octubre 2014
Etiquetas: Argentina Rodríguez, Centenario de Dublineses, Flora Botton-Burlá, Hernán Lara Zavala, James Joyce, Nuestros Clásicos, UNAM
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