Primero una anécdota: en enero de 1984, al estallar el levantamiento zapatista, me tocó viajar a San Cristóbal de las Casas como enviado de un semanario. Había un hotel a las afueras que se convirtió en sala de prensa; todas las madrugadas caravanas de reporteros y fotógrafos salían de ahí, sin rumbo definido, hacia las zonas del conflicto y regresaban por la noche cargados de historias. Un compañero que le tenía pavor a la guerra, pero que había hecho el viaje con nosotros desde la ciudad de México para cubrir la rebelión, no salía del hotel ni para comprar el periódico; aguardaba el regreso de quienes desafiaban el peligro, y en el bar o el restaurante los oía contar lo vivido ese día y a partir de ello, como redactor vampiro, escribía crónicas llenas de sangre, sudor y lágrimas, narradas en primera persona, claro, como si hubiera estado ahí. Desde el Distrito Federal, los jefes apreciaban su arrojo.
Algo como esto sucedió hace unas semanas en el terreno literario al presentarse en la sala Adamo Boari del Palacio de Bellas Artes un nuevo especialista en la obra de Francisco Tario, dentro de un ciclo dedicado a los autores secretos. Como entusiasta de Tario, promoví en las redes sociales la conferencia y aconsejé al nouveu venu, que se hace llamar Rodolfo JM, que llamara al hijo de Tario, el pintor Julio Farell, único sobreviviente de esa familia Peláez-Farell de la que tantas cosas pueden contarse, para invitarlo.
No lo hizo. Le pregunté a JM en las redes sociales (para mí un espacio de diálogo) de qué había tratado la conferencia. “Hablé de Tario”, me dijo, haciéndose el chistoso. “Sí, claro, pero ¿cómo lo enfocaste?” “Ya lo verás, publicaré mi charla en Penumbria”, revista virtual dedicada al género fantástico.
En penumbras habrá sido. A la semana apareció en ese espacio la conferencia de este especialista vampiro quien, como el reportero de San Cristóbal de las Casas, copió lo investigado por otros, en un impresionante saqueo de las fuentes tarianas, para contar, como si fuera suya (sin citar a nadie), la historia de Francisco Peláez Vega. Se lee, por ejemplo: “Su hermano, el pintor Antonio Peláez, nos describe a un joven Francisco interesado en el futbol y poseedor de una abundante cabellera. Nos dice también…” ¿A quiénes nos dice?, ¿cuántos somos?, ¿habló con él? Algo reproduce además de Julio Farell, ¿fue a visitarlo? No. Al leer ese artículo uno se pregunta, ¿cómo es que se enteró de la vida de Tario?
Siempre es bueno tener lecturas frescas y los autores sólo se pertenecen a sí mismos… Lo que me queda claro es que estuve en la Adamo Boari sin haber estado ahí; fui citado reiteradamente sin que se mencionara mi nombre ni el de nadie que haya trabajado la obra de Tario. Siento como si hubiera dictado la conferencia de manera no presencial, como dicen en estos tiempos… y supongo que hasta podría entregar mi recibo de honorarios.
La cadena de la deshonestidad es un trabalenguas: el especialista vampiro se especializó en el autor leyendo a los especialistas reales, tomando de aquí y de allá, como si hubiera esperado en el bar o el restaurante del hotel, mansión para fantasmas, a ver qué pescaba. Con ese método no se puede llegar muy lejos, pues el conocimiento de oídas suele convertirse en teléfono descompuesto. Por eso asegura que Tario fue el mayor de dos hijos, cuando fueron cuatro (según me confirma Julio Farell); por eso dice que el escritor cambió su residencia de la Ciudad de México a Acapulco (donde fue copropietario de un par de salas cinematográficas, los cines Rojo y Río), cuando iba y venía. Las dos casas, la de la calle de Etla y la del puerto, fueron vendidas en los años sesenta, al dejar Tario abruptamente el país, por razones que todavía son un misterio (en una suerte de huída), para instalarse en España.
Que el texto que sirvió de base a la conferencia es un asalto a mano armada puede comprobarse con mucha facilidad, porque el autor copia incluso mis errores. En el prólogo de la antología de Atalanta (La noche, 2012) digo que a Tario lo lesionó el Trompito Cañedo... cuando el apellido real es Carreño, como lo dice correctamente Alberto Arriaga, a quien menciono (con su crédito debidamente expuesto) como especialista, ese sí, en el paso de Tario por las canchas. JM sentencia doctamente: “El energúmeno en cuestión era el atlantista Juan Trompito Cañedo, y el guardameta Paco El Adonis Peláez”...
En los años ochenta, cuando empecé a leer a Tario (por recomendación de mi amigo el escritor Humberto Rivas), poco se sabía de su vida. Por eso Daniel González Dueñas y yo buscamos a José Luis Martínez, para que nos hablara de Tario; éste nos envío con Antonio Peláez y con los hijos, primero Sergio y luego Julio, quien entonces vivía en Madrid… y en el camino se juntaron Rosenda Monteros y Esther Seligson, entre otros. Con ello armamos un “Retrato a voces”, que se publicó en la revista Casa del Tiempo y en nuestro libro Aperturas sobre el extrañamiento (Conaculta, 1993). En parte de ahí viene lo que sabemos ahora de Tario; las citas de Antonio Peláez provienen de esa fuente. Y siempre hay modo de enterarse de algo más. A mediados de octubre en Acapulco, en la inauguración de la muestra fotográfica Las noches de Francisco Tario, me presentaron a Fernando Álvarez, que de niño iba a la casa de los Peláez, en la Gran Vía Tropical (hoy avenida López Mateos), en el viejo Acapulco, entre el frontón y la plaza de toros, a jugar, y que antes se asomaba por el jardín para calibrar el humor del padre de sus amigos. He ahí un testimonio por agregar a lo que se conoce de Tario.
Nadie es dueño de Tario. Los hallazgos están al alcance de cualquiera. Los discos que grabó, en donde se oye a Octavio Paz recitar el poema “Niña”, los tiene la Fonoteca Nacional; las filmaciones en la isla de la Roqueta fueron digitalizadas por la Filmoteca de la UNAM y pueden verse en YouTube. Hay un libro reciente en Ficticia, La desconocida del mar y otros textos recuperados (edición y prólogo de AT), que recoge parte de lo hallado en sus archivos. Alguien con imaginación y ética podría armar con todo esto la historia de Tario… o esperar, en la penumbra, para mal contar su historia y presentarse en el Palacio de Bellas Artes, orondo, como especialista en un autor que acaso ni siquiera ha leído.
Octubre 2013
Etiquetas: Acapulco, Aperturas sobre el extrañamiento, Daniel González Dueñas, Francisco Tario, La noche, Retrato a voces
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