martes, julio 23, 2013


Prólogo a Lauro El Tigrillo Salas: nocaut al olvido (2013), de Héctor Leal

La nostalgia del historiador surge del deseo de recordar algo por él no vivido. No es la memoria personal la que explora el pasado en busca del trauma originario, que suele esconderse en la infancia, sino el anhelo de hallar un pasaje lejano (aun ocurrido antes de su nacimiento) en el que podría identificarse. Es andar por las ciudades a la caza de un óleo raro en el que encontrará, de forma indirecta, un rasgo que acaso le pertenece; o el peregrinar por un espejo que no refleje su figura sino la de un “otro” al que mira como su semejante. Lo dice, en prosa cargada de poesía, el chiapaneco Jaime Sabines: “Algo he de andar buscando en ti, algo mío que tú eres y que no has de darme nunca”. O también, en la esquina contraria, Octavio Paz: “Para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/ los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existencia”.
El boxeador regiomontano Lauro Salas Serna (1926-1987), tema o motivo del volumen que el lector tiene en sus manos, fue conocido como El tigrillo de Monterrey, según lo bautizaron en la Ciudad de México, o El pequeño León de Monterrey, como también se le nombraba, o El incansable, otro de sus alias. Con diecinueve años de carrera en el cuadrilátero, sumó 150 peleas, con 85 victorias (41 de ellas por nocaut), 53 empates y 12 derrotas. Arranca su camino en los años cuarenta del siglo XX, en donde va de lo amateur a lo profesional; tiene su mejor etapa en los cincuenta, cuando se corona como campeón mundial de los pesos ligeros; y declina a finales de esa década y comienzos de la siguiente, para retirarse en Jamaica en 1961. Su foro natural, el sitio donde reinó, fue el Olympic Auditorium de Los Ángeles; se le consideraba ahí un toro bravo, y saltaba los encordados al ritmo de “La Virgen de la Macarena”, pasodoble taurino que puede proporcionarnos, en sus primeros versos, el ánimo para emprender, y aprehender, su historia pugilística:

De noche cuando me acuesto
le rezo a la virgen de La Macarena
y allí solito en mi cuarto
a la virgencita le cuento mis penas.

¿Sus penas? Muchas tuvo, claro. Como lo han entendido Jack London o Julio Cortázar, los andares de un peleador son siempre un cuento por escribirse. Éste, el de Lauro Salas, comienza entre ferrocarriles, por el oficio de su padre y su mismo empleo como guardavías. O en el diamante, porque fue aficionado al beisbol; o en un salón de baile, dado su gusto por los danzones. Se recuerda aquel gran recibimiento que le hicieron en Monterrey cuando obtuvo el cinturón mundial ligero, incluido un festival artístico en la Coliseo, con Ramiro Gamboa como conductor, personaje que algunos conocieron como el Tío Gamboín de la televisión… Pero entonces, en el 52 del siglo pasado, era sólo Ramiro Gamboa.
Pasajes novelescos hay muchos en la vida de Lauro Salas, como su amistad con la actriz Zsa Zsa Gabor. En cuanto a sus capacidades en el ring lo vemos, por el canal de video YouTube, en la pelea en que devolvió el título ligero de la National Boxing Asociation (hoy WBA) a Jimmy Carter, ocurrida el 15 de octubre de 1952 en la ciudad de Chicago; había obtenido el cinturón cinco meses atrás, el 15 de mayo, en el Olympic… Fueron esas largas semanas de celebración las que dejaron al Incansable Salas algo agotado, aunque no tanto como para tener que besar la lona: llegó al límite del round 15, mostrando esa noche, sobre todo, una enorme capacidad de resistencia. Con una mejor preparación por parte del regiomontano, el moreno Carter no hubiera recuperado entonces el título.
No es el mejor Lauro Salas, pero se tiene ese video a la mano; y hay otro más, en el mismo canal de Internet: cuando se enfrenta a Harlow Irvin, en Minneapolis, en 1960, pelea que al parecer ganó, donde ya se le mira lento; para vencer, usa los trucos, las mañas, del boxeador veterano.
El hombre está ahí. Se siguen en este libro, puntualmente, los pasos de alguien que no es ya de este mundo pero que en algo se nos parece. Su recuerdo nos habita. Lo acompañamos tanto en la gloria como en la caída. Al abrir el volumen resuena en la arena literaria “La Virgen de la Macarena”; al centro del ring el anunciador, con voz potente, dice: “¡Pelearáaaaaan quiiiiiince rouuuuunds!” En su esquina, concentrado en el papel de tigrillo o pequeño león, Lauro Salas se prepara para la feroz batalla. Es el lector quien hará sonar la campana.

Julio 2013

Etiquetas: , , , , ,

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal