lunes, abril 27, 2020


La vida esférica de Ignacio Trelles

Decía que no iba a hablar, que prefería pasar su cumpleaños 80 sin mucho ruido, en silencio.
—No quiero dar entrevistas, no me gusta la alharaca, y a la prensa le gusta exagerar.
Pero en la plática de pasillo a Ignacio Trelles (fallecido el 24 de marzo de este 2020, a la inverosímil edad de 103 años) lo venció la historia, su historia, y aquello se convirtió en un largo diálogo en varios tiempos. Surgieron, aquí y allá, sucesos y personajes que hoy encontramos en los libros pero que él había vivido y conocido: el Necaxa de “Los once hermanos”, el Atlante de “Los prietitos”, los orígenes del clásico América-Chivas, las tribulaciones de la selección nacional en los campos del mundo, Horacio Casarín, Antonio Carbajal, el Jamaicón Villegas...
Así, una conversación no agotó el tema, y había que volver a encontrarse.
—¿Lo busco de nuevo en La Noria, don Nacho?
—Sí, en el campo tres, ése es mi feudo. Llego a las 9:30, como siempre. Le suplico que hablemos de futbol, no de mí.
Y ahí estaba, azul vestido de azul, con el uniforme del último equipo que dirigió profesionalmente, metido en el oficio de preparar a las “fuerzas básicas” de la Máquina Celeste.
Sorprendía un “hombre de futbol” que dominaba las palabras con artes de literato, que de pronto hacía fulgurar una frase compleja como quien dribla a cuatro contrarios. Además de la expresión, la cachucha era otro de sus signos de identidad. Pero había más: el bigote recortado, la malicia elegante... Y el balón, por el que circuló en el juego de la vida.
Una de esas mañanas, La Noria lucía tranquila. No había primer equipo, pues andaba en el rondín de los partidos “de estufa”, de pretemporada. Y, por lo mismo, no había prensa a la búsqueda de la nota diaria. Los cursos de verano hicieron aparecer a un grupo de niños de entre cinco y seis años; varios de ellos pasaron, cantando, frente a Nacho Trelles, y éste se entretuvo con la algarabía.
—¡Abajo! —les gritó.
—No, ¡arriba! —le respondieron, para seguir el juego.
—¡Arriba, pues! —cerró él, y sonrió.
Sí, decía que no quería hablar, que no iba a dar entrevistas por su cumpleaños 80. Pero la historia, su historia, lo venció poco a poco.

***

Entre lo que apareció en la conversación hubo un recuerdo fundador, una primera imagen, un origen de todo, lo que Trelles veía como “cifra”, explicación del futuro vivido o como presagio.
—Cuando tenía yo doce años de edad, mi padre quiso venir a la ciudad de México. Vivíamos en Guadalajara y tuvimos que hacer el viaje de la mudanza. Ahí ocurrió algo para mí significativo o de premonición. Venía yo en el ferrocarril, con mi mamá y mis hermanos. Mi padre se había adelantado un mes antes para conseguir dónde vivir y para aceptar o no el trabajo que le habían ofrecido. Venía en el tren mi madre, con mis hermanos. Yo iba sentado del lado derecho del vagón de segunda clase, pegado a la ventanilla. Salimos de Guadalajara a las seis de la tarde, llegaríamos a México hacia las ocho de la mañana, o algo así. Me acuerdo muy bien que ese viaje lo iniciamos en sábado para llegar acá en domingo. Y claro, venía yo pendiente de todo lo que pudiera ver fuera del vagón. En la noche nos dormimos y ya. Pero al amanecer sucedió algo muy curioso. Entró el ferrocarril a la ciudad y de repente se detuvo para dar paso a uno que salía. En ese tiempo estaba la estación Colonia, que era la estación principal del ferrocarril de México; estaba donde ahora está el Monumento a la Madre. Ahí llegaban los trenes que venían de Ciudad Juárez, de Guadalajara... Se paró el tren, para dar paso al que salía. Claro, el terraplén de los ferrocarriles es muy alto. Yo me volví... Ya era de día, eran como las nueve de la mañana. Había llovido mucho y el viaje había sido lento, con el peligro de que las vías se fueran a dañar con tanta agua. Junto a la vía del ferrocarril, a unos cuantos metros, vi un campo de futbol, y vi que había un partido, que estaban jugando. Ese campo que estaba yo mirando, con tribunas de un lado y en las cabeceras, era el Parque España, que estaba en los terrenos donde hoy están las oficinas centrales de Teléfonos de México. A un lado pasaba el río Consulado. Era el famoso Parque España. Yo seguí viendo y se me quedó muy grabado que estaban jugando futbol, se me quedó muy grabado en la mente, sin identificar en realidad qué era. Tal vez fue una premonición, el principio de un hecho que se dio en mi vida, que llegué a pasar toda dentro del futbol.
Ya. El esférico circula por el campo. ¿Dos tiempos de cuarenta y cinco minutos? Y acaso tiempos extra.

***

Saque de meta: Ignacio Trelles Campos nació en la ciudad de Guadalajara el 31 de julio de 1919, hijo de Amador Trelles y María Campos.
—Fuimos seis hijos. Yo soy el mayor.
—¿Tiene algunas imágenes de su vida en Guadalajara?
—Solamente recuerdo la escuela. En ese tiempo la primaria no era mixta, había para hombres y para mujeres. Estudié hasta cuarto año en una escuela muy prestigiada. En esa escuela tenía dos primos mayores que yo, que estaban en sexto año. Ellos me invitaron a ver basquetbol de mayores, de estudiantes de preparatoria o universidad. Recuerdo algunos equipos de medicina y leyes, que eran enemigos acérrimos y daban muy buenos partidos. Ahí empecé a conocer lo que era un deporte. El basquetbol fue el primer deporte que tomé en cuenta. Eso fue todo. Luego me trasladé a México, y acá vine a hacer el quinto y el sexto año.
—¿Jugaba usted futbol de niño?
—No, jugaba a la roña, a los encantados... No se acostumbraba que los niños jugaran futbol. Eso se vino a dar después. Cuando llegué a México, ahí sí jugábamos en la calle, pero de vez en cuando porque teníamos el bosque de Chapultepec a dos pasos.
—Su despertar al futbol fue esa imagen del Parque España desde el vagón del tren...
—Sí, y ya después asistí ahí a varios partidos. Como niño, entraba uno gratis. En el Parque España se jugaban encuentros oficiales importantes del futbol mexicano. Luego de ese Parque España hubo otro, en pleno Paseo de la Reforma: el Parque Asturias, donde me tocó jugar de antepreliminar, a las ocho de la mañana, con mi equipo infantil, un Necaxa de fuerzas básicas. Ese día el Marte de México iba a jugar contra un equipo uruguayo, no recuerdo si el Nacional o el Peñarol. Se me quedó grabado que traían un jugador al que llamaban El Manco Castro, porque le faltaba un brazo. Se acostumbraba un antepreliminar de niños o jóvenes; luego un preliminar de cuatro equipos, con dos partidos en la misma cancha. El primero era a las ocho, el segundo a las diez y el principal al mediodía.
—Supongo que le nacieron algunas admiraciones entre los jugadores que veía salir al césped del Parque Asturias.
—Lógico, y eran ni más ni menos que “Los once hermanos”. Aunque en mi colonia, en San Miguel Chapultepec, vivían jugadores que pertenecían al Atlante. O sea que tenía yo una cierta amistad con ellos, que eran nuestros ídolos de barrio, pero también lo eran los jugadores de primera división del Necaxa, “Los once hermanos”.
—¿Cuál era su ídolo?
—Generalmente se convierte en ídolo al que juega el mismo puesto de uno, o un puesto que uno quisiera jugar. En ese tiempo yo les ponía mucha atención a los centros-medio, y esa posición en el Necaxa la jugaba El Calavera Ávila.
—Ese Necaxa es inolvidable. Incluso hace unos años a los necaxistas les dio por decir que eran los nuevos once hermanos.
—Sí pero hay un diferencia enorme, no porque fueran mejores unos que otros sino por la forma en que estaban constituidos. A “Los once hermanos” se les bautizó así porque jugaban hasta sin verse, en ese tiempo era una novedad el conocimiento, el acoplamiento que tenían en su juego: parecían realmente hermanos... He dicho que por amistad, porque eran mis vecinos, también tenía predilección por ciertos jugadores del Atlante, un equipo también famoso en ese tiempo. Recuerdo al Nicho Mejía, centro delantero. A ese equipo se le llamaba de “Los prietitos”. Así estaba yo entre “Los once hermanos” del Necaxa y “Los prietitos” del Atlante. El Atlante tenía puros mexicanos, el Necaxa en cambio tenía un extranjero: Julio Lores, peruano.
A ratos sobran las preguntas. La memoria va creando cadenas, se alimenta de sí misma.
—Había un América, también, más antiguo, que alcancé a ver de niño; ese América tenía un extranjero, un chileno que se apellidaba Barra García, pelirrojo. El Récord era un jugador muy famoso, capitán y alma de ese equipo América. Desde entonces se le conocía al equipo como “Fibra América”, que era el grito de guerra. De jovencito conoce uno a todos los jugadores, de memoria, los del España, los del Asturias, los del Marte, Atlante, América, Necaxa, entre los de la capital. También había equipos en provincia: el Moctezuma, los equipos de Guadalajara, el León que ya empezó a aparecer... En fin.
—Supongo que luego de su llegada a la capital le fueron naciendo amigos.
—Era yo miembro de una palomilla, como se llamaba en ese tiempo al grupo de amistades. Naturalmente, mi palomilla estaba constituida por unos quince o doce niños del lugar donde vivía, de San Miguel Chapultepec. Jugábamos juntos, hicimos nuestro equipo infantil, y de ahí salí yo invitado al Necaxa. En ese grupo o palomilla, seguimos llevando nuestra vida juntos. Poco a poco el tiempo nos fue separando. Se fueron casando unos... En la actualidad la mayoría ha fallecido. Ahí hubo dos personas muy conocidas en México, que fueron tan conocidas como yo que jugaba. Uno era Daniel Pérez Alcaraz, comentarista de radio y que tuvo en televisión un programa que duró 25 años, hasta que él falleció: “El club del hogar”. Él era miembro de esa palomilla nuestra, y el principal impulsor, un muchacho muy dinámico. Otro elemento de ese grupo, también muy conocido, fue Manuel Tamez, que hizo pareja con Madaleno siendo Régulo. Formaron ellos esa famosa pareja de cómicos que ahora tiene una imitación infame. ¡Es increíble hasta dónde ha caído el gusto! Ellos dos, Alcaraz y Tamez, destacaron con el tiempo, cada uno en su actividad. Yo sería el tercero. Los demás se dedicaron a la vida privada, a sus familias. Y con el tiempo, a vivir y fallecer. Quedamos dos o tres de ese grupito.
Concluye el primer tiempo.

***

En el intermedio, el tema fue la palabra.
—Desespera, don Nacho, que en el programa de radio, al que asiste lunes y jueves, no lo dejen hablar —se le comentó.
—Es mejor hablar poco diciendo algo. Hay algunos que hablan mucho y no dicen nada.
—Empieza usted con una frase incisiva y en ese momento el conductor se pone a temblar y lo corta.
—Eso es cosa de él.
—¿No le molesta que lo censuren?
—No, no me molesta, para nada, porque sé que este joven, el conductor del programa, lo hace de buena fe y, en último caso, obligado por circunstancias que no puede modificar. Conozco bien el ambiente.
—Y le gusta a usted decir cosas muy puntuales.
—Me gusta decir lo que considero que son verdades, pero estoy plenamente consciente de que esto no sirve para nada, o sirve momentáneamente para que alguien lo escuche o para que momentáneamente también alguien lo transcriba en un periódico, y ya, se olvida.
—La palabra tiene un peso.
—Pero muy relativo, se necesitan circunstancias muy especiales para que adquiera ese peso porque así como lo puede adquirir puede pasar totalmente desapercibida, o merecer un comentario casual: “Mira qué buen detalle, qué buena frase”, y ya.
—¿Cómo es que llegó a esas frases contundentes, por las lecturas o el trato con la prensa?
—No, no, es algo innato.
—Pues ha ido construyendo un lenguaje propio.
—Le diré que leo muy poco, libros casi no... Leí los libros que de adolescente lee uno: las historias del Tesoro de la juventud y otros, pero conforme fui creciendo empecé a dejar de leer. En la actualidad sólo leo libros que se relacionan con mi actividad, es decir libros de deportes o libros técnicos de medicina del deporte. Eso es lo que leo de unos veinticinco años para acá. Mis lecturas son los periódicos y las revistas, también relacionados con el deporte... Esa es mi fuente como lector, lo demás es producto de la experiencia, de vivir.
—El futbolista lo mejor que hace es en el campo, pero afuera siempre están los periodistas pidiendo declaraciones.
—Y siempre son las mismas preguntas y casi siempre las mismas respuestas.
—¿Ese trato con la prensa lo obligó a perfeccionar su expresión?
—Mis frases generalmente no van encaminadas a una persona en particular sino son palabras al viento, que ahí quedan, para no crear problemas. Puede uno tener buenas relaciones con alguien que ejerce algún puesto en el futbol pero hace una cosa que no es la adecuada, y la comenta uno... Si se alarga uno y da el nombre, da la impresión de que es en contra de la persona cuando es en contra de una situación. No se trata de juzgar a la persona sino de dejar establecido algo que no se considera adecuado. Considero que esa es la mejor manera de hablar.
—Sobre todo al término de los partidos, pienso en los encuentros de la selección nacional, se acostumbra pedir al entrenador definiciones de por qué se perdió, y usted solía tener buenas salidas al respecto.
—Lo hacía para evitar que se fuera más allá de lo razonable. El entrenador no tiene por qué ser explícito, o ampliarse en todo lo que hace porque da lugar a la interpretación.
—¿Prefiere una frase a la vez que fuerte, ambigua?
—No necesariamente ambigua. Por ejemplo, nunca doy nombres. Razono de esta manera: si el presidente de la República no da nombres, menos lo haré yo. No es necesario, porque no es necesario pedir que se enjuicie a fulano de tal. Si me preguntan: ¿cómo vio a la selección?, digo: regular, bien o muy bien. Con eso es suficiente. Una vez me hicieron la misma pregunta, ¿cómo vio a la selección?, y lo que dije es que no había visto una selección sino una preselección, pues no estaba definida, estaba actuando como se trabaja con una preselección.
Hasta aquí el descanso. Había que abrocharse las agujetas de los botines y dirigirse al túnel de la historia.

***

Y vuelta al comienzo. Un imaginario “hombre de negro” pita el arranque del segundo tiempo. Habrá dos momentos muy definidos: Trelles en el campo, como futbolista; y Trelles entrenador, con su costumbre de colocar trofeos en las vitrinas de los equipos que dirigía. Véase si no: en 1953-54 hizo campeón de liga al Marte, al que llevó, además, al título de campeón de campeones; en 1954-55 y 1957-68, al Zacatepec; en 1966-67 y 1967-68, al Toluca; y en 1978-79 y 1979-80, al Cruz Azul.
—Supongo que usted no pensaba seguir la carrera de futbolista, que no era ese su proyecto inicial de vida.
—Naturalmente que no. Mi padre fue ingeniero mecánico electricista, sin título. Él desempeñaba ese trabajo, y me obligaba a mí a estudiar. Mi padre no sabía nada de deporte, estaba muy compenetrado con su trabajo. Él pensaba que yo podía tener su oficio, y me encaminó hacia allí. Hice la secundaria, luego me inscribió al Politécnico... No resulté bueno para los estudios; pero a la vez iba ascendiendo en el futbol, poco a poco. Por fortuna el destino me protegió, permitiendo que el futbol fuera suficiente para mí.
—¿No le molestaron a su padre las decisiones que fue tomando?
—Nunca se enteró que era por el futbol que yo no estudiaba adecuadamente. Me llevó a trabajar con él, a aprender en la práctica. Fui mecánico electricista durante veintisiete años, en la llamada Cove: Cooperativa de Vestuario y Equipo. A la vez que trabajaba, jugaba futbol. Así seguí como obrero hasta que me hice entrenador.
Nacho Trelles se inició como futbolista en el Necaxa. Para la temporada 43-44, la primera que se jugó bajo las reglas del profesionalismo, llegó al América.
—Y usted jugó el primer América-Guadalajara, ¿no es cierto?
—Aunque ese clásico fue prefabricado, no fue un clásico original. En ese tiempo eran más importantes España contra Atlante, y también era clásico Atlante-Necaxa. Pero el real, porque unos eran españoles y los otros mexicanos, era el primero. Era un clásico original, que se formó por sí solo. De los partidos América-Chivas se quiso aprovechar su condición de provincia contra capital, y no faltó un periodista que empezó a armar el tinglado para llevar a cabo el que se considerara clásico. Si reviviera, ya hace mucho que falleció, vería hasta dónde ha llegado en importancia, en resonancia, algo que él empezó a formar a través de su máquina de escribir.
—Se dice que los clásicos son como la sal de un torneo.
—Sí, son algo así, importante, pero tienen mayor valía cuando son genuinos. Los demás son prefabricados.
La primera vez que se enfrentaron América-Guadalajara fue el 16 de enero de 1944, en el Campo Atlas.
—Recuerdo ese juego por su violencia: fue un encuentro muy accidentado.
Lo que ahora es “clásico” entonces nació como “pique” entre dos escuadras. El América era considerado como de abolengo por su antigüedad entre los equipos capitalinos y por la fibra que siempre habían puesto sus jugadores en sus contiendas deportivas. Se conformaba por extranjeros y nacionales. El Guadalajara, “que goza de la preferencia de los espectadores por su integración netamente mexicana” (según crónicas de la época), acompañaba al Atlas como cuadro de Jalisco, en ese primer campeonato oficial en el que participaron además cinco equipos capitalinos (América, Atlante, Marte, Asturias y España), tres cuadros veracruzanos (ADO, Veracruz y Moctezuma): diez en total.
En aquel América-Guadalajara no sólo rivalizaban capitalinos contra provincianos. A los americanistas les decían “los ches”, por tener jugadores de Sudamérica... Cuenta Trelles:
—En 1943 desapareció el Necaxa, y algunos jugadores pasamos al América. Recuerdo que en esa temporada 43-44 fuimos a jugar contra el Guadalajara. El resultado no lo recuerdo bien, posiblemente sí fue 3-1 para los locales. Fue un partido muy accidentado. Hubo violencia. En ese tiempo se estableció un pique natural por el hecho de que ellos eran de Guadalajara y nosotros capitalinos. El pique nos llevó a acciones violentas.
Trelles era centro-medio, lo que entonces equivalía más o menos a ser el director de la orquesta.
—Se exageraba el papel del centro-medio, había además dos medios, derecho e izquierdo, que alimentaban a los dos interiores, y ocasionalmente con juego largo a los extremos o el centro delantero, que culminaban las jugadas.
Los medios sólo iban al ataque en jugadas especiales, como los tiros de esquina. Los dos defensas eran estáticos.
De aquel encuentro, Trelles guarda estas imágenes:
—Un defensa del Guadalajara, El Pelón Gutiérrez, le rompió la mandíbula a uno de los nuestros. Julio Orvañanos fue perseguido para darle patadas, y tuvo que salirse de la cancha y correr a vestidores. Yo sufrí una lesión pequeña en la columna vertebral en un tiro de esquina: salté y Max Prieto, que era muy alto, me puso el banquito... Di el chicotazo. Pensé que quedaría inválido para siempre. Esos detalles no se me escapan. Por eso recuerdo ese partido. Lo jugamos sin pensar que sería un clásico. Había sólo un pique, que también existía cuando jugábamos contra el Atlante o el España.
—¿Cómo era usted en el campo?
—Me consideré siempre un jugador no de fuerza sino de cualidades técnicas. Era yo veloz, eso sí. Tenía inteligencia para jugar.
—Y se retiró muy pronto.
—En 1948 dejé de jugar: sufrí una fractura de tibia y peroné en la pierna derecha. Terminó así mi vida de jugador. En ese entonces la medicina estaba en pañales, y quedé imposibilitado para seguir jugando. Sentí que me tragaba la tierra, pero el tiempo todo lo cura.

***

—Como entrenador, don Nacho, su primer campeonato fue con el Zacatepec.
—Mi primer campeonato fue nacional-amateur. Salimos campeones nacionales, luego campeones de segunda división...
—La naciente división de ascenso.
—Sí. Ya en primera división empezó a reforzarse el equipo. Con Zacatepec se obtuvieron dos campeonatos. Hubo un campeonato con el Marte, que fue el primero, pues al Zacatepec fui y vine, y hasta la segunda etapa lo hice campeón. Luego fui a dar al América, donde obtuvimos sólo dos o tres subcampeonatos.
—Y de esos triunfos como entrenador, ¿hay uno que atesore?
—Van causando impacto según se van presentando. Mentiría si dijera que fue de más impacto el primero que el sexto o el quinto, porque todos producen la misma satisfacción. Ya después son los campeonatos los que crean una sola satisfacción general. Por lo pronto con el primer campeonato se siente uno el rey del mundo.
—Y el primero fue con el Marte, ¿recuerda el último partido de ese torneo?
—Sí, fue contra el Oro, allá en Guadalajara. El Marte era un equipo un tanto genial: a veces jugaba como los propios ángeles, a veces no jugaba bien, era un tantito irregular. En ese partido en Guadalajara se decidía el torneo: con el simple empate, el Oro era campeón. Viajamos a Guadalajara cuando ya nos daban por vencidos. Pero salió inspirado el Marte, y cuando eso ocurría no lo paraba nadie. Se ganó en Guadalajara y se ganó el campeonato.
—De los equipos en que ha estado, ¿habría un amor especial a una camiseta?
—A todas. Un símil que establezco es el de los hijos: son diferentes hijos pero el amor es igual, el cariño es el mismo, aunque se aplique de modo diferente por la forma de ser de ellos. Con los equipos pasa igual.
—Tenía usted una presencia fuerte en el banquillo.
—Era calculado, eran acciones calculadas y llevadas a cabo con base en sucesos que se daban en el campo, por lo que consideraba injusticias. Así me metía a la cancha, protestaba con el juez de línea...
—Picardías.
—Sí, pero llevaban como fondo una protesta contra algo que consideraba indebido en contra de mi equipo. Sufrí muchas expulsiones, sufrí multas... Así establecía yo un estado de injusticia.

***

En la recta final del encuentro aparece la selección nacional. Se detiene Ignacio Trelles en los avatares tricolores, pues su nombre acompaña a esta compleja historia en el periodo 1958-1969.
—Cuando se habla de la selección, don Nacho, se dice que no pasa ahora lo que ocurría antes: que en el extranjero los jugadores se achicaban, que les entraba el miedo.
—Eso es mentira, es una de tantas falacias que se han dejado en el aire y después se quedan ahí para ser tomadas en cuenta. Eso no es cierto, pues el que uno o dos jugadores se achiquen, eso no quiere decir que les pase a veintidós, y menos al entrenador.
—Incluso se habla del síndrome del Jamaicón Villegas.
—Se conoce así porque era un jugador al que le hacía daño salir de su terruño. Pero era uno solo, había otros diecinueve con gran personalidad: había un Carbajal, un Cárdenas, un Nájera, un Del Muro...
—Al Jamaicón, ¿qué le pasaba?
—Se sentía extraño. Estaba tan arraigado a su terruño, a su lugar, que se sentía incómodo. Había un poco de broma en eso de que se veía en su casa comiendo tacos.
—Ahora se suele decir que en esos tiempos la selección padecía el síndrome del Jamaicón...
—Eso no es cierto, es mentira. Pongo este ejemplo. Jugando contra Checoslovaquia nos meten un gol en treinta segundos, empezando el partido. Yo desde la banca me dije: “Caray, nos van a golear”. Carbajal en el arco comenzó a gritar: “¡Vamos ahí, Cárdenas! ¡Vamos!” Y para arriba. Ganamos 3-1. Con esa simple muestra destruyo la falacia del síndrome. Y esto fue en un Mundial, en Chile 62.
—A usted se le pregunta con frecuencia sobre la selección mexicana porque la ve con los ojos de la historia, de un pasado en el que fue protagonista.
—Estuve mucho tiempo, fueron trece años en la selección... Claro que no fueron años continuos de 365 días, pues a veces tenía yo equipo y selección.
—También se dice que la calidad de la selección es la calidad del futbol mexicano.
—La calidad de los futbolistas mexicanos. Porque hay dos futboles: el normal, el de los torneos, en el que están incrustados cinco o seis extranjeros, aunque nada más jueguen cuatro; y los futbolistas mexicanos que forman parte de los equipos y van a la selección.
—Hay carencias, descuidos, en el trabajo con fuerzas básicas.
—No, no, ese es uno de los grandes mitos, de las grandes falacias que han producido los medios de comunicación: no se puede hablar que no se trabaja con fuerzas básicas. Le voy a decir: yo, como jugador, fui producto de una fuerza básica. A los doce años ingresé al Club Necaxa. Ahí me formé, subiendo todos los escalones: infantil, juvenil, intermedia, reserva y primera división. En la época había otros equipos, como el América, el España, el Asturias, el Marte, como el Atlante, que tenían sus fuerzas menores bien organizadas.
—Durante esa etapa como entrenador de la selección nacional tuvo usted muchos problemas con la prensa.
—Procuraba hablar lo menos posible... Es que me decepcioné muy pronto de los medios de comunicación. Me di cuenta de lo que eran, han sido y siguen siendo. Como no puede uno modificar esa situación, modifica uno su propia forma de actuar. Los medios de comunicación exageran siempre en uno u otro sentido, nunca escogen el justo medio. Por eso me propuse intervenir lo menos posible.
—Era una relación difícil.
—Nunca tuve buena prensa, debido a eso: a que no participaba de la misma forma que otros entrenadores. Me rebelé ante ese estado de cosas hablando poco.
¿Pitazo final en el diálogo? Hay que ir a la cabina de transmisiones para los comentarios finales.

***

—El paso de entrenador a comentarista en radio y televisión, ¿fue también natural?
—En 1969 dejé de ser entrenador de la selección nacional y quedé como asesor técnico. El mando lo asumió Raúl Cárdenas. Yo no tenía compromisos y fui invitado a hacer comentarios cortitos en televisión, como cápsulas deportivas. Ahí empecé. Y así he sido invitado, de manera no regular ni profesional, digamos.
—La brevedad es un campo que le acomoda.
—Sí pues se acostumbra uno. Las respuestas que doy, en una entrevista, también son cortas.
—¿Le gusta ser irónico?
—Sí, porque me gustan estilos que he conocido, de algunos periodistas a los que he ido leyendo.
—Para radio y televisión, las presencias de entonces eran Fernando Marcos y Ángel Fernández, que no manejaban mal el lenguaje.
—Sólo que la forma de esos comentarios se aparta de una realidad para asumir la forma muy personal del que los hace. Yo solamente acepto comentar realidades, no supuestos.
—¿Lo dice por el estilo garigoleado de Ángel Fernández?
—El estilo garigoleado no quería definir una realidad, era una forma de expresarse, nada más.
—Fernández creaba la guerra de Troya en partidos aburridísimos.
—Sí, algo muy aparatoso pero que desde el punto de vista técnico decía poco.
—Fernando Marcos parecía más centrado.
—Se acercaba un poco más a la realidad aunque tampoco la manejaba de manera completa.
—¿Diría usted que no se ha observado bien el futbol a través de los medios?
—Hay periodistas que ven las cosas con la profundidad que la realidad exige, pero son muy pocos, dos o tres. La mayoría se sale de esa realidad por desconocimiento o por conveniencia.

***

La ceremonia de los adioses: la plática de pasillo se volvió extenso diálogo a dos o más tiempos, cuento o recuento de una vida. Las sillas apiladas, al fondo de La Noria, han seguido silenciosas una parte de esta conversación. Pasan, de vez en cuando, los jardineros. Ya hace rato dejaron de escucharse los cantos de los niños.
—¿En el medio futbolístico no hizo amistades?
—Ahí es compañerismo más que amistad, como el que se da en un equipo de futbol. Claro está que puede ocurrir que se hagan amistades, en mi caso no, aunque sí hubo un compañerismo muy agradable.
—Algo que ha sido característico de usted son las cachuchas, ¿cuándo aparecieron en su vida?
—Las comencé a usar por necesidad. Cuando me hice entrenador, por estar mucho en el sol tuve problemas con un ojo y el oculista me aconsejó que usara anteojos y usara visera o gorra, y opté por la gorra, me fue más cómoda. Y desde entonces trabajo con cachucha.
—¿No fue una cuestión de estilo o gusto?
—No, no, fue una necesidad, que todavía estoy cumpliendo, y ahora con más razón: las defensas son menores.
—¿Ha llegado a pensar en un ideal futbolístico? ¿Cuál sería el equipo que jugara al “estilo Trelles”?
—Los entrenadores soñamos despiertos con un futbol de ensueño, siempre estamos pensando que ese sueño se puede convertir en realidad. A veces la realidad nos lo impide. No faltará el entrenador que logre ese sueño, pero no conozco yo a alguno que lo haya logrado. El mío sería un futbol en el que hubiera jugadas espectaculares, de mucha calidad técnica... Todo lo que reúne un ideal futbolístico. Habrá entrenadores que se hayan acercado bastante a sus propios sueños.
—¿Usted se acercó?
—No, no tuve oportunidad de llegar ni siquiera cerca de lo que había considerado mi futbol ideal. Las circunstancias no le permiten a uno, no encuentra uno a los jugadores, tiene uno la obligación de no perder... No faltan inconvenientes y obstáculos.
—¿Cuál sería su diagnóstico del futbol mexicano?
—Que ha crecido de manera muy importante, para bien o para mal, por sí mismo, sin que haya sido producto de planes bien elaborados o trazados por quienes conducen el futbol mexicano. Esa es la conclusión.
—¿No le molestan las turbiedades del futbol mexicano?
—No molesta, decepciona profundamente todo lo negativo, que es mucho, que tiene el futbol desde siempre. Eso no ha cambiado.
—Es la política del futbol.
—Que no es diferente a la política normal. Claro, aumentan intereses políticos-económicos, y aumenta ese estado de turbiedad.
—¿Le ha llegado a aburrir el futbol?
—No, no.
—¿El futbol lo absorbe, lo llama?
—Más que absorberme, porque eso daría la impresión de que acabaría con mi forma de ser, me siento inmerso en el futbol. Dentro de lo que es el medio siempre he establecido independencia de criterio, de punto de vista, de forma de ser. No he sido absorbido, de ninguna manera, como les pudo pasar, por conveniencia o no, a otras personas. Siento que mi forma de ser prevalece, entre lo bueno y lo malo que tiene el futbol.
—¿No lo apasiona el futbol?
—No tanto como apasionarme. Pienso que la pasión es un sentimiento que sufre una exageración, y a mí no me gustan las exageraciones. Pido un equilibrio sentimental, ver las cosas con interés pero con la mayor claridad posible, un interés que no vaya más allá de lo razonable. Tiendo a ser muy realista.
—El deporte es un mundo de triunfos y fracasos.
—Naturalmente. Siempre los fracasos se tuvieron que sufrir, pero se disfrutaban los triunfos, y cuando hay más triunfos que fracasos se puede considerar a quien los vive que triunfa. Triunfador absoluto no conozco a ninguno, a menos que se haya dedicado a una sola pelea o un solo huevo en su vida, y que lo haya ganado: ese es un triunfador absoluto.
—¿Y le gusta cómo llega al cumpleaños ochenta?
—Sí porque lo hago inmerso en el futbol. No he dejado de estar en el futbol desde que llegué en 1934 al Necaxa. Tuve la suerte de que habiéndome apoyado en el futbol, fui correspondido plenamente.
—¿Cómo se siente en relación con usted mismo?
—Tranquilo, he aprendido a vivir mi realidad, y esa realidad va cambiando: de los diez años de edad hasta los ochenta a los que voy llegando. Se adapta uno, pienso que es la mejor forma de vivir de un hombre.
—¿Le gusta la vejez?
—Va uno aprendiendo, se va uno amoldando. No estoy peleado con la vida, afortunadamente. Pienso que me ha ido bien. Sigo trabajando. No desearía caer en un motivo de desgracia, lo que se puede presentar por muchas razones. A una enfermedad es a lo más que puede uno temerle, en cuanto se presente.
—¿Le teme a la muerte?
—No, a la muerte no. Le temo a sucesos que implican desgracia, para uno o para los seres que uno ama, que son como uno... A la muerte no le temo, esa siempre está ahí y a veces hasta puede uno gambetearla.

Marzo 2020

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