miércoles, marzo 23, 2005

PETER PARAMOUNT

Antes de cerrar el expediente del medio siglo de Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo (1917-1986), habría que revisar lo aparecido en estos días, en especial el libro Un extraño en la tierra (2005), de Juan (Antonio) Ascencio, que en el subtítulo se presenta como “biografía no autorizada”, lo que remite un poco a esos tomos periodísticos de temporada que tratan de figuras del espectáculo o la política y cuyo giro consiste en resaltar lo escandaloso. ¿Cómo es que sobre un escritor fallecido casi dos décadas atrás se impone esa valoración entre lo permitido y lo no permitido? ¿Qué alcance tiene esa leyenda? ¿Fue una ocurrencia de los editores para llamar la atención y mejorar las ventas? ¿Biografía no autorizada por quién?
La respuesta a esto es muy simple, si se piensa en el control férreo que ha querido ejercer la Fundación Juan Rulfo sobre los estudiosos del autor, quienes se ajustan a las normas que les imponen y reciben privilegios o trabajan por la libre y a contracorriente, como lo hizo la catalana Nuria Amat hace un par de años en la preparación de Juan Rulfo, el arte del silencio (2003). Puede uno suponer que para curarse en salud, como escudo legal protector (él mismo es abogado), Juan (Antonio) Ascencio decidió ese subtítulo, pues recrea en su trabajo situaciones que a la viuda y los herederos de Rulfo podrían incomodar, como la cura del alcoholismo por electrochoques, el hábito de la envidia hacia el medio socioliterario y las constantes aviadurías en oficinas públicas en los tiempos del partido único, o las infidelidades platónicas o reales.
También debe considerarse que Random House Mondadori, una de cuyas ramas es Debate —donde aparece Un extraño en la tierra—, tiene ahora los derechos para editar Pedro Páramo y El Llano en llamas (1953) —que perdió el Fondo de Cultura Económica—, y quizá la frase de portada marca un propósito diplomático, como para los editores lavarse las manos ante la Fundación y la familia del autor en cuanto a lo que narra Ascencio y que habrían preferido no se tocara. Se trata, para decirlo en extenso, de una biografía no autorizada por la Fundación Juan Rulfo.
Nuria Amat reconstruyó la vida de Rulfo desde la distancia europea y confió en personajes mexicanos como informantes, mas en ocasiones no le cuadran los datos; Ascencio, en cambio, va a las fuentes directas. Este ya es un punto a su favor sobre todo tratándose de un personaje tan esquivo como lo puede ser Juan Rulfo, encerrado en sí mismo e imaginativo en exceso cuando se proponía (des)orientar a sus lectores. Al que se dejaba, le daba referencias imposibles y lo remitía a firmas inexistentes. O se resguardaba en la mejor de sus expresiones: el silencio.
Claro que Nuria Amat es escritora y Juan (Antonio) Ascencio no lo es, o no hay antecedentes suyos, me parece, en las revisiones críticas de los últimos tiempos como ensayista o narrador. Ascencio suelta por ahí que le mostraba sus cuentos a Rulfo; y que Rulfo buscó recomendarlo como asesor del Centro Mexicano de Escritores, pero no hay forma de entender cómo alguien que no era escritor “profesional” pretendiera orientar a otros escritores. “Escapé como pude”, dice. Supongo que el “Antonio” de su nombre lo desechó para firmar al modo rulfiano: Juan Ascencio. Ha ejercido como librero y abogado. Como no es un practicante asiduo, a veces le falla la pluma (repeticiones, cacofonías, frases oscuras); y a ratos su biografía se vuelve una deshilvanada cronología.
Su carta mayor para emprender el trabajo fue que conoció a Rulfo y lo trató en la época final. Luego de su muerte se dedicó a entrevistar a la gente cercana, con lo que consiguió testimonios importantes que dibujan muy bien la trayectoria del artista.
Una línea que pudo haberse desarrollado mejor es la de los poderes literarios. Refiere Ascencio que durante el siglo XX se padeció en México una sucesión de cacicazgos culturales, que enlista: Federico Gamboa, Alfonso Reyes, Daniel Cosío Villegas, Fernando Benítez y Octavio Paz. No contó Rulfo con la bendición de estos últimos y, según Ascencio, tejía lamentaciones como la que sigue: “Los escritores que quieren becas de la Guggenheim vienen conmigo a que les firme cartas de recomendación. No sirven de nada. Ésas se las dan a los que indica Octavio Paz. Por eso dicen que en México la literatura descansa en Paz. Él tiene un dedo presidencial infalible para las becas. Por eso tiene tantos barberos; puro recomendado”.
Los desencuentros con Paz tuvieron el colofón de una cena en casa de José Luis Martínez, en donde el poeta toma al narrador de la solapa y empieza a zarandearlo y le reclama: “¡Tú andas diciendo cosas de mí!” Por lo que se vuelve incomprensible eso que Paz declaró a la prensa en los funerales de Rulfo, de que lo unió a él una amistad profunda y sentía haber perdido algo muy personal (quizá una solapa menos que zarandear), como muestra de esos frecuentes dobleces de la “vidita literaria”.
Un extraño en la tierra, de Juan (Antonio) Ascencio, será una importante base anecdótica para los biógrafos futuros de Rulfo, que deberán ponderar el precio que implica sujetarse a lo oficialmente aceptado y la libertad de enfrentar los momentos críticos de una vida como explicación posible tanto del origen de la obra como de los tortuosos acallamientos.

Marzo 2005

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