EL REGRESO DEL CABALLERO NOCTURNO
La revista limeña Amaru publicó en 1969 “Batman”, poema en donde el joven escritor mexicano José Carlos Becerra imaginaba al héroe de las historietas paseando en su habitación por la noche alrededor de una silla en que estaban cuidadosamente doblados el traje y la capa: “estás aguardando tan sólo el aviso, / ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle, / ese gran reflector encendido de pronto en la noche”. Para el hombre murciélago de Becerra, las horas pasan y el desvelo se torna vano, “mientras el amanecer se deja llevar por su propia marea ascendente, y por el ruido de las barredoras mecánicas y de los primeros camiones urbanos / que aparecen por las calles desiertas”.
En “Batman”, el poeta fija curiosas señas de identidad con un contemporáneo. José Carlos Becerra nació en marzo de 1937 y Batman hace su primera aparición, gracias a la pluma de Bob Kane, en Detective Comics en mayo de 1939, es decir para el 69 los dos, Becerra y Bruce Wayne, ya cruzaron la línea de los treinta años. El héroe ha sido protagonista de dos series de televisión —una de 1943 y la otra de 1965-68— y una película (Batman, 1966, dirigida por Leslie Martinson), que en realidad fue un apresurado salto a la pantalla grande del programa en que Adam West y Burt Ward actuaban a Batman y Robin, y César Romero y el joyceano Burguess Meredith representaban a El Guasón y El Pingüino.
Por las referencias visuales que los nombres anteriores convocan es claro advertir que, en cualquiera de sus versiones, Batman es un baile de máscaras pero en los años sesenta se convirtió en carnaval. Aquella serie era poco nocturna. Lo camp remitía más bien a la sicodelia, con los brillantes letreros onomatopéyicos que saltaban del aparato televisor y el fondo musical a go-go.
El camino de Batman en el comic no se ha interrumpido. Hay que decir que los dos clásicos del comic, Batman y Supermán, son revistas de empresa, según lo reconocen los editores americanos. Importa más el marketing que el desarrollo (descubrimiento, revelación) de los mitos modernos. Este desplazamiento del interés por la historia al interés por el mercado, no obstante, crea aventuras cargadas de múltiples sentidos. La peripecia argumental ha sido prevista por los mercadólogos sólo en el plano de “llamar la atención” (y tal vez además en aquello de la experiencia edificante); pero no controlan todos los significados. El personaje se dispara, comienza a vivir. O se vuelve espejo (directo o indirecto) de una sociedad.
La historieta suele ser parcial, exagerada, disparatada. Para Hans Magnus Enzensberger esto garantiza la autenticidad mitológica del folletín. En un mundo imposibilitado para crear mitos válidos, esta construcción artificial e ingenua deviene en retrato complejo ante la palidez de los referentes de la vida común: políticos, actores, deportistas, y sus grises vidas contadas por los grises medios de comunicación. El héroe de la historieta pasa por buen político (nacionalista, incorruptible, todo lo que alguien metido en la política no puede ser), buen actor (capaz de mostrar entereza y astucia en las crisis más severas) y buen deportista (la fortaleza lo define). ¿Esto es fantasía en el peor sentido del término? Sí, por inverosímil, primero. Y por representar un “ideal”, después. Lo que una sociedad quisiera y no quisiera ser a un tiempo: el discurso del poder y el cinismo del poder.
En la historia de la muerte de Supermán, por ejemplo, confluyeron esa necesidad de interesar a los compradores y la presencia quizá involuntaria de hilos profundos. El “mal” representado por Doomsday surgía sin discurso previo, sólo como una presencia, y terminaba con el “bien” americano. Los argumentistas tuvieron que realizar inverosímiles peripecias para revivir a Supermán, y lo cierto es que de algún modo fracasaron en el intento: ya está de nuevo entre nosotros pero es más un clon que el auténtico hombre de acero. Es, sin remedio, una caricatura. La fatal parálisis de Christopher Reeve, el actor que llevó al cine al hombre de acero, fue un retrato perfecto de esa triste condición.
Batman quizá sea una figura más cercana (y acaso por ello interesó a José Carlos Becerra): no es extraterrestre y tiene las debilidades de cualquier ser humano. En paralelo a la crisis de Superman lo acorralaron en una cacería y fue derrotado por Bane. Sufrió una parálisis de la que pronto se recuperó, pero esto es lo menos interesante. La derrota, el miedo, es lo que permanece y define su carácter.
Volvió Batman al cinematógrafo a finales de los años ochenta y principios de los noventa bajo la dirección de Tim Burton: Batman (1989) y Batman regresa (Batman returns,1992), y reincidió con Joel Schumacher: Batman eternamente (Batman forever,1995) y Batman & Robin (1997). Por desgracia, la sofisticación técnica de estas superproducciones tuvo como contraparte argumentos bastante pobres. Hay acaso mayor profundidad en la versión en dibujos animados Batman: la máscara del fantasma (Batman: Mask of the Phantasm, 1993), con sus diseños inspirados en el comic de los años cuarenta. Viene ahora un Batman inicia (Batman Begins, 2005), filme basado en la historieta Año uno (Year One, 1988), escrita por Frank Miller, y de quien habría que adaptar El regreso del caballero nocturno (The Dark Knight Returns, 1986), en donde saca a las calles a un Bruce Wayne maduro al que cada golpe le duele en el alma, quizá la mejor novela gráfica del personaje.
Es el trayecto de un Batman sesentón que sigue esperando, como en el poema de José Carlos Becerra, el avance de la noche: “¿Y ahora, / qué es lo que sientes que se aleja, / como alguien corriendo descalzo por la playa, entre la niebla que la luz va a ocupar? / ¿Y en esa claridad en aumento, acaso puede todavía distinguirse / la señal de un reflector encendido?”
Mayo 2005
La revista limeña Amaru publicó en 1969 “Batman”, poema en donde el joven escritor mexicano José Carlos Becerra imaginaba al héroe de las historietas paseando en su habitación por la noche alrededor de una silla en que estaban cuidadosamente doblados el traje y la capa: “estás aguardando tan sólo el aviso, / ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle, / ese gran reflector encendido de pronto en la noche”. Para el hombre murciélago de Becerra, las horas pasan y el desvelo se torna vano, “mientras el amanecer se deja llevar por su propia marea ascendente, y por el ruido de las barredoras mecánicas y de los primeros camiones urbanos / que aparecen por las calles desiertas”.
En “Batman”, el poeta fija curiosas señas de identidad con un contemporáneo. José Carlos Becerra nació en marzo de 1937 y Batman hace su primera aparición, gracias a la pluma de Bob Kane, en Detective Comics en mayo de 1939, es decir para el 69 los dos, Becerra y Bruce Wayne, ya cruzaron la línea de los treinta años. El héroe ha sido protagonista de dos series de televisión —una de 1943 y la otra de 1965-68— y una película (Batman, 1966, dirigida por Leslie Martinson), que en realidad fue un apresurado salto a la pantalla grande del programa en que Adam West y Burt Ward actuaban a Batman y Robin, y César Romero y el joyceano Burguess Meredith representaban a El Guasón y El Pingüino.
Por las referencias visuales que los nombres anteriores convocan es claro advertir que, en cualquiera de sus versiones, Batman es un baile de máscaras pero en los años sesenta se convirtió en carnaval. Aquella serie era poco nocturna. Lo camp remitía más bien a la sicodelia, con los brillantes letreros onomatopéyicos que saltaban del aparato televisor y el fondo musical a go-go.
El camino de Batman en el comic no se ha interrumpido. Hay que decir que los dos clásicos del comic, Batman y Supermán, son revistas de empresa, según lo reconocen los editores americanos. Importa más el marketing que el desarrollo (descubrimiento, revelación) de los mitos modernos. Este desplazamiento del interés por la historia al interés por el mercado, no obstante, crea aventuras cargadas de múltiples sentidos. La peripecia argumental ha sido prevista por los mercadólogos sólo en el plano de “llamar la atención” (y tal vez además en aquello de la experiencia edificante); pero no controlan todos los significados. El personaje se dispara, comienza a vivir. O se vuelve espejo (directo o indirecto) de una sociedad.
La historieta suele ser parcial, exagerada, disparatada. Para Hans Magnus Enzensberger esto garantiza la autenticidad mitológica del folletín. En un mundo imposibilitado para crear mitos válidos, esta construcción artificial e ingenua deviene en retrato complejo ante la palidez de los referentes de la vida común: políticos, actores, deportistas, y sus grises vidas contadas por los grises medios de comunicación. El héroe de la historieta pasa por buen político (nacionalista, incorruptible, todo lo que alguien metido en la política no puede ser), buen actor (capaz de mostrar entereza y astucia en las crisis más severas) y buen deportista (la fortaleza lo define). ¿Esto es fantasía en el peor sentido del término? Sí, por inverosímil, primero. Y por representar un “ideal”, después. Lo que una sociedad quisiera y no quisiera ser a un tiempo: el discurso del poder y el cinismo del poder.
En la historia de la muerte de Supermán, por ejemplo, confluyeron esa necesidad de interesar a los compradores y la presencia quizá involuntaria de hilos profundos. El “mal” representado por Doomsday surgía sin discurso previo, sólo como una presencia, y terminaba con el “bien” americano. Los argumentistas tuvieron que realizar inverosímiles peripecias para revivir a Supermán, y lo cierto es que de algún modo fracasaron en el intento: ya está de nuevo entre nosotros pero es más un clon que el auténtico hombre de acero. Es, sin remedio, una caricatura. La fatal parálisis de Christopher Reeve, el actor que llevó al cine al hombre de acero, fue un retrato perfecto de esa triste condición.
Batman quizá sea una figura más cercana (y acaso por ello interesó a José Carlos Becerra): no es extraterrestre y tiene las debilidades de cualquier ser humano. En paralelo a la crisis de Superman lo acorralaron en una cacería y fue derrotado por Bane. Sufrió una parálisis de la que pronto se recuperó, pero esto es lo menos interesante. La derrota, el miedo, es lo que permanece y define su carácter.
Volvió Batman al cinematógrafo a finales de los años ochenta y principios de los noventa bajo la dirección de Tim Burton: Batman (1989) y Batman regresa (Batman returns,1992), y reincidió con Joel Schumacher: Batman eternamente (Batman forever,1995) y Batman & Robin (1997). Por desgracia, la sofisticación técnica de estas superproducciones tuvo como contraparte argumentos bastante pobres. Hay acaso mayor profundidad en la versión en dibujos animados Batman: la máscara del fantasma (Batman: Mask of the Phantasm, 1993), con sus diseños inspirados en el comic de los años cuarenta. Viene ahora un Batman inicia (Batman Begins, 2005), filme basado en la historieta Año uno (Year One, 1988), escrita por Frank Miller, y de quien habría que adaptar El regreso del caballero nocturno (The Dark Knight Returns, 1986), en donde saca a las calles a un Bruce Wayne maduro al que cada golpe le duele en el alma, quizá la mejor novela gráfica del personaje.
Es el trayecto de un Batman sesentón que sigue esperando, como en el poema de José Carlos Becerra, el avance de la noche: “¿Y ahora, / qué es lo que sientes que se aleja, / como alguien corriendo descalzo por la playa, entre la niebla que la luz va a ocupar? / ¿Y en esa claridad en aumento, acaso puede todavía distinguirse / la señal de un reflector encendido?”
Mayo 2005
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal