martes, junio 14, 2005

¿SEGUIMOS TODOS VIVOS?

Es lo que le pregunta, en carta fechada el 30 de septiembre de 1968, la escritora neoyorquina Helene Hanff a Frank Doel, encargado de una librería de viejo ubicada en el número 84 de la calle Charing Cross, en Londres: “¿Seguimos todos vivos?” Éste alcanzará a responder, el 16 de octubre, que sí estaban vivitos y coleando, pero no sería por mucho tiempo: el 15 de diciembre Doel fue ingresado de urgencia en el hospital e intervenido de una perforación del apéndice que se le declaró peritonitis y lo llevó a morir siete días más tarde, el 22 de diciembre de ese mismo 1968. Ella, su clienta desconocida, le sobrevivirá más de dos décadas y habrá de dejar este mundo a los 84 años, un día de 1997, en una residencia para ancianos en Manhattan.
¿Son esta Helene Hanff y este Frank Doel personajes de la ficción? No exactamente, aunque en el cine los interpretaron Anne Bancroft y Anthony Hopkins en una cinta de 1987 conocida como Nunca la vi, siempre la amé, y cuyo título original es 84 Charing Cross Road. Ella, Helene, intentó ser dramaturga mas se le facilitaban los diálogos y le fallaban las historias. Hizo guiones de televisión para “Las aventuras de Ellery Queen”, por los que llegó a cobrar hasta 200 dólares por programa, y para la “Galería de famosos de Hallmark”. Tenía afición por los libros usados, en lo que siguió al aforista inglés William Hazlitt cuando afirma: “Detesto leer libros nuevos”. En tal sentido, en una carta dirigida a todo el personal del 84 de Charing Cross escribió Helene Hanff el 16 de abril de 1951: “A mí me encantan las inscripciones en las guardas y las notas en los márgenes: me gusta el sentimiento de camaradería que suscita volver páginas que algún otro ha pasado antes, así como leer los pasajes acerca de los que otro, fallecido tal vez hace mucho, llama mi atención”.
Por eso a finales de los años cuarenta se puso en contacto con ese negocio londinense de libreros anticuarios Marks & Co., al descubrir un pequeño anuncio en el Saturday Review of Literature y presentándose, al hacer su pedido, como “una escritora pobre amante de los libros antiguos y que los que deseo son imposibles de encontrar aquí salvo en ediciones raras y carísimas, o bien en ejemplares de segunda mano en Barnes & Noble que, además de mugrientos, suelen estar llenos de anotaciones escolares”.
Lo primero en recibir fueron los Ensayos escogidos, de William Hazlitt (de quien es conocida aquella frase de que sólo se puede calificar como impecables a aquellos autores que nunca escribieron una sola línea) y, sobre todo, el Virginibus Puerisque, de Robert Louis Stevenson, tan bello, apuntó Helene, que “hasta abochorna un poco a mis estanterías hechas con cajas de naranjas”.
Sería alevoso agotar aquí el cuento, pues los materiales para conocerlo están disponibles tanto en el volumen 84, Charing Cross Road (Anagrama, Panorama de Narrativas, número 522) como en el largometraje de David Hugh Jones que le produjo a la actriz Anne Bancroft, como regalo de cumpleaños, su marido Mel Brooks. El libro no recrea, sólo recoge la correspondencia tal como se fue dando; esa colección de cartas dio lugar primero a una adaptación en Broadway. A Helene Hanff le resultaba irónico que sus intentos como autora de libretos teatrales hubieran fracasado y se pusiera algo suyo a partir de ese intercambio epistolar, mismo que la llevó al fin a cruzar el Atlántico y visitar el número 84 de la calle Charing Cross, donde ya no estaba ubicada la librería de Marks & Co, que cerró sus puertas a principios de los años setenta.
Acaso podría concluirse, siguiendo a Hazlitt, que de los trabajos literarios de Helene Hanff el único que podría ser considerado como impecable fue el que ella nunca escribió. Si se le recuerda ahora es por esas cartas y por Anne Bancroft, que la encarnó y, paradójicamente, acaba de morir, sin que acaso le diera tiempo de hacer la pregunta que encabeza estas líneas y que Helene sí alcanzó a escribir a Frank Doel: “¿Seguimos todos vivos?”, y para la cual hay esta respuesta: “Sí, por el momento”. O algo más fantasmal: “Parece que así es”.
Una librería de viejo tiene algo de cementerio porque ahí van a dar, sobre todo, los tomos de gente caída en gracia o desgracia: la literatura como conversación con los difuntos, sea con los autores de los libros o con quienes en algún momento fueron propietarios de esos volúmenes que, en efecto, siguen ahí: Hazlitt o Stevenson, Landor o Sterne, Pepys o Walton... Compadece Helene Hanff a un William T. Gordon, que inscribió su nombre en 1841 en unas Vidas, de Walton, “por lo mezquinos que tienen que haber sido sus descendientes para venderle a usted ese libro por una miseria”.
También es probable que la biblioteca de Helene Hanff haya sido pronto rematada, y que esas joyas que cruzaron el Atlántico y ella tanto valoró, por lo que significaron a su feliz ocio de lectora, sean ahora adquiridas en librerías de viejo de Manhattan por unos cuantos dólares. Si caen en buenas manos, darán quizá testimonio de una comunión trasatlántica. O acaso en el futuro una guionista londinense escriba a esa librería neoyorquina en busca de lecturas entrañables, y los libros de Helene Hanff cumplan así su regreso a casa.
La actriz Anne Bancroft, nacida en 1931 como Anna Maria Italiano y fallecida el pasado 6 de junio, fue la “magdalena” que desató estas imágenes alrededor del número 84 de Charing Cross.

Junio 2005

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