domingo, agosto 21, 2005

LA OSCURIDAD VISIBLE

Así como hay una escritura secreta, estirpe prestigiosa (por íntima o personal) a la que Javier García-Galiano dedicó un artículo en estos espacios milenarios, hay un tipo totalmente contrario de literatura: aquella que está en todas partes, tanto en esos mostradores que se colocan junto a las cajas de cobro de los restaurantes o en las blanquísimas islas de los superpermercados e, incluso, en las librerías... y a la que ciertos lectores con información difícilmente se acercarían. En una colección de relatos (Planos paralelos, Minotauro, 2005) que se entrelazan a la manera de las ciudades invisibles de Italo Calvino, propone Ursula Kroeber Le Guin (autora secreta) este apunte: “Las tiendas del aeropuerto no vendían libros, sólo bestsellers”.
Aunque se corre el riesgo de arribar a actitudes censoras, cabe esta pregunta: ¿cómo distinguir entre las zonas válidas, es decir aquellos ejercicios creativos en donde el lector es algo más que un consumidor idiota, y las ficciones comerciales? Aquí ocurre lo que señalaba Monterroso acerca de las personas de baja estatura: se reconocen entre ellas sobre todo por la forma de mirar. Muchas veces desde la portada, un bestseller tiene pinta de bestseller.
A manera de gimnasia repasemos un catálogo de novedades e indaguemos, así sea de modo superficial y a riesgo de ingresar en terrenos pantanosos, en las virtudes de los autores de éxito. Está, primero, la sección de autoayuda, en donde destaca la pluma generosa de Brian Weiss, un médico graduado en Yale que ha ocupado el cargo de jefe de siquiatría en un centro médico llamado Monte Sinaí de Miami Beach —¿Monte Sinaí?— y dicta cursos en América y Europa acerca de sus experiencias en terapias de regresión de vidas pasadas (¿bajo la inspiración de Maurice Maeterlinck?), cuya obra es amplia pero acaso no muy original a la hora de buscar títulos: tiene un Muchas vidas, muchos maestros que puede leerse junto con Muchos cuerpos, una misma alma, quizá una progresión en sus muchas investigaciones; también ha elaborado A través del tiempo y Espejos del tiempo, además de Eliminar el estrés, Meditación y —¡ay!— Lazos de amor. De Weiss se suelen citar estas frase célebres no inventadas por Guillermo Sheridan (lector atento de la obra de René Avilés Fabila, su estricto contemporáneo) ni obtenidas de un canal televisivo religioso o una película de George Lucas: “El mal existe pero las fuerzas del amor, la compasión y la bondad son poderosas”; y “Nuestra vida en la Tierra es sólo un lugar entre otras dimensiones”.
Habrá, no obstante, quien se sienta cómodo leyendo a Weiss, que ha ayudado a muchos a reconocer (o recorrer, en una Disneylandia espiritual) sus vidas pasadas. Se cuenta que Woody Allen tomó durante un fin de semana terapia con este eminente siquiatra en un mall neoyorquino, y el cineasta supo así de manera científica que era reencarnación de Cristo, Buda y uno de los simios que aparecen al comienzo de 2001: una odisea del espacio.
Mas Brian Weiss tiene compañía, también está Elizabeth Kübler Ross, afín a aquél en cuanto a sus títulos poco creativos: La rueda de la vida, Lecciones de vida y Una vida plena; o el siempre clásico Richard Bach, autor de Ilusiones y Juan Salvador Gaviota.
Sin quererlo, se deslizó por ahí una definición posible: los escritores de bestsellers son autores de ilusiones, espiritistas o equilibristas literarios más que espiritualistas. (Lo que recuerda una anécdota de Felisberto Hernández: en su relato “El cocodrilo” el personaje es vendedor foráneo de medias para dama de la marca Ilusión, y se le ocurre una campaña de su producto que podría tener el lema siguiente: “Todas las mujeres anhelan una media Ilusión”.)
Los acercamientos a los libros son intutivos pero también suelen tener el oriente de recomendaciones. Hay, además, un monólogo mental a la hora de tomar uno de estos u otros volúmenes, y valorar si se podría dedicarle el no siempre abundante tiempo libre o tiempo libro. A El padrino de Mario Puzo va quien tiene la curiosidad de saber qué letras dieron origen a la saga de Francis Ford Coppola, que éste filmó por encargo; pero qué haría uno con Noah Gordon, cuyo nombre remite a un centro nocturno ensalzado en una canción de Juan Gabriel, o con Anne Rice y sus obras vampíricas, o con Gordon Thomas y sus investigaciones históricas, o con Deepak Chopra, Albert Clayton Gaulden, Sara Ban Breathnnach y Joan Brady y tantos más.
Un poco por sentirse partícipes de un engaño, los editores de bestsellers separan en sus catálogos los tomos de esta especie de aquellos que consideran ellos mismos “otra cosa”, como para decir: de esto vivimos pero también tenemos gusto literario y sabemos quiénes son Isaac Bashevis Singer, Doris Lessing y Tom Wolfe. Aíslan en cierta forma lo digestivo de lo vomitivo.
Hay quien respeta a los autores de bestsellers por juzgarlos como escritores profesionales, pero se olvida que estos seudogurús o profetas de centro comercial trabajan con fórmulas ya probadas y que su objetivo último no es transformar a nadie ni dialogar con nadie sino vender: no crean obras valederas, mercadean con la palabra. Muy pocas veces, como por accidente, hacen algo de mérito, pero llegan a hacerlo.
Quienes defienden al libro por sí mismo, sin atender los contenidos, deberían distinguirlo de esas obras producidas con meros y notorios fines de lucro, para que en las librerías no haya sólo bestsellers sino también libros.

Agosto 2005

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