lunes, septiembre 12, 2005

RECORRIDOS ZIGZAGUEANTES

Un quiebre inesperado entre uno y otro librero, acaso a la manera de José Alves, El Lobo Solitario, también conocido como Zague (el que zigzagueaba) por sus serpenteantes movimientos a la caza del arco rival; un súbito dribling casero, pues, entre las secciones de “ensayo”, “filosofía” e “historia” de la biblioteca personal, ajeno del todo el regate a las canchas futbolísticas, produjo un esguince no de cintura sino de cultura (o, mejor, de lectura), al hacer coincidir en el espacio físico de un escritorio dos tomos gemelos en cuanto al título y en donde pueden hallarse acaso otras posibles afinidades, más allá del nombre común y de que se trate de reuniones de artículos aparecidos antes en la prensa. El primero, cronológicamente hablando, es Zigzag (Zickzack, 1997), del alemán Hans Magnus Enzensberger (Baviera, 1929); y el segundo (at last but not the least, como diría un maestro de ceremonias), es ZigZag (2005), de José de la Colina (Santander, 1934). Libros homónimos u hormónimos entre los que se puede andar, de éste a aquél (o viceversa), en ejercicio de la acción que se proclama en sus portadas.
Uno de los autores, De la Colina, marca sus territorios a partir de los epígrafes: según el Diccionario Crítico Etimológico de Corominas, zigzag viene del francés zigzag, y probablemente del alemán zickzack, y parece compuesto por dos variantes de zacke, que es punta, diente o almena (¿será entonces su significado “de punta a punta” o “diente por diente”?); y el Diccionario de la Lengua Española (vigésima segunda edición, 2001) define la palabra en cuestión como “línea que en su desarrollo forma ángulos alternativos, entrantes y salientes”, y el verbo zigzaguear como serpentear, andar en zigzag... El otro, Enzensberger, entra en materia a partir de un ensayo inicial, “Acerca del hojaldre cronológico: meditación sobre el anacronismo”, que a su vez toma aliento de una cita de Michel de Montaigne en la que se dice que el “mundo no es más que un eterno columpio” o un “protocolo de azares diferentes y cambiantes, de nociones indefinidas y, según parece, contradictorias”, descripciones exactas, estas dos que vienen de Montaigne, de un espíritu zigzagueante. Se lee, además: “No sólo el viento de las casualidades me mueve en su dirección; por añadidura, me muevo yo mismo y cambio de rumbo. Y quien se fija atentamente en el punto de partida, difícilmente se encontrará dos veces en el mismo sitio”.
Propone Enzensberger repensar el modelo lineal del tiempo físico que ofrece la física clásica, la idea de la sucesión y el progreso, y considerar al anacronismo como una condición básica de la existencia humana. Según esto, “el contacto entre capas cronológicas diferentes no implica el regreso de lo mismo, sino que produce una interacción que da lugar a algo nuevo, y ello en ambos lados”. Así, continúa el alemán, “no sólo el futuro es imprevisible; también el pasado está sometido a continuas transformaciones a los ojos del observador que no posee una visión global de todo el sistema”.
El anacronismo es una cabriola del presente hacia el pasado. Los hay auténticos y comerciales; unos surgen de asomos profundos a la historia y los otros de búsquedas superficiales de atractivos objetos de consumo. El poeta es la figura anacrónica por excelencia: “Posiblemente no exista ninguna otra figura cuya muerte haya sido anunciada tantas veces. Cualquier economista puede demostrar sin dificultad que el poeta desarrolla una actividad que, de acuerdo con las leyes del mercado, no debería existir. Y los teóricos de los medios, que desde hace décadas proclaman con entusiasmo el fin de la escritura y la muerte de la literatura, hoy son ya legión y su júbilo por la simultaneidad parece no tener fin”.
De la Colina no zigzaguea en la teoría sino prácticamente, es un anacrónico activo. En los elementos que lo rodean suele hallar proustianas “magdalenas mojadas en té” que le devuelven el sabor del tiempo pasado. El cine es una de sus magdalenas preferidas; las otras son la música y la literatura. Le ayudan a mirar su entorno y a dispararse hacia la infancia y la adolescencia. También su prosa usa el dribling permanente; va, sobre todo, del tono ensayístico a la narración, de la idea a la pequeña historia. Otro de sus zigzagueos más constantes es el que confronta una Ciudad de México aun paseable, la de los recuerdos, con esta muy actual Ciudad de Smógico Detritus Funeral. O su ir y venir entre la nostalgia y la crítica feroz, entre la evocación y la sátira. Son entrañables sus semblanzas de Fred Astaire, Jack Lemmon, Laurel y Hardy, el androide trágico de Blade Runner o sus estampas familiares (como el cuento de la muerte del padre o el hallazgo de la gata Polvorilla), como son feroces sus asomos a los ambientes que le incomodan: al torero lo retrata como un travesti que se menea mujerilmente, “coquetea con la cornamenta doblemente fálica y huye de la embestida con la gracia de una virgen loca que, ¡ay, tú!, como que quiere y no quiere ser violada en la arena”; o, en una anécdota que involucra a Carlos Monsiváis y Sergio Pitol, descubre la aburrida solemnidad de los escritores que se presumen antisolemnes.
En ambos libros, en los dos Zigzags aquí reseñados, uno de Hans Magnus Enzensberger y otro de José de la Colina, el movimiento no de piernas sino de ideas, los quiebres de la escritura en el césped de la historia cultural, se activan a partir de la incomodidad por un presente inestable y un pasado al que debe volverse para desechar lo malo y recuperar lo menos peor.

Septiembre 2005

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal